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Chinguen al Guapo

Jueves, 11 Octubre 2012 21:55

El niño del palo de la piñata

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En mi familia aún debatimos si nací con torta bajo el brazo o de plano la suerte no estuvo de mi lado. No están para saberlo ni yo para contarlo, pero mi mamá estuvo a punto de darme a luz en el excusado del Hospital del Niño en Pachuca, Hidalgo, pues se le ocurrió ir al baño justo en labor de parto y ya se imaginarán la fuerza que aplicó que vio salir mi cabecita.

Ella pensaba que era la única calamidad que le pasaría a su primogénito en toda su vida, pero qué equivocada estaba, fue el inicio de toda una vida de desgracias, aunque pasaron 5 años para que se desataran los infortunios en mi corta vida.

Amaba, hasta la fecha amo ir a las posadas y era bueno en el arte de romper las piñatas, así como de ganar la mayor parte de los dulces que contienen. Me caracterizaba porque le pegaba como un loco desquiciado y porque me aventaba como un loco desenfrenado a los dulces, ya era bien conocido en el barrio.

Pero el invierno de 1988 cambió mi vida, por primera vez comprendí lo que significaba “tener pena” y estar traumado. Siempre odié a los chamacos que se robaban las piñatas, pues me quitaban la oportunidad de poder lucirme y romperla, de marcar mi hegemonía, pero en aquella ocasión fue distinto, pues uno de mis primos fue quien se robó la piñata.

Yo esperaba con ansiedad a que me vendaran los ojos para pegarle a la olla de barro decorada, sólo faltaban dos niños antes de mi turno, agitaba las piernitas, intentaba distraerme con los cuadros de colores de mi suéter de estambre, ya no podía más, estaba muy impaciente.

Dale, dale, dale no pierdas el tino,
Porque si lo pierdes, pierdes el camino,
Ya le diste una, ya le diste, dos, ya le
Diste tres y tu tiempo se acabó.

Y zas despacharon al primer chamaco que por cierto hizo tremendo oso, le pegaba como niña, apenas y dos palazos le pudo dar. Las señoras vecinas empezaron a vendar al niño que estaba antes que yo, le empezaron a dar las vueltas de gallina ciega cuando mi primo Juan se roba la piñata y todos los chamacos empiezan a correr atrás de él.

Yo no sabía si vitorearlo o encabronarme pues rompería mi hegemonía, después de pensarlo por algunos segundos decidí apoyarlo, ya que para los niños de nuestra edad y más grandes era el acto vandálico más severo que se podía perpetrar, entonces empecé a correr atrás de todos:

—Juan, Juan, me guardas unos dulces… ¡Corre!, ¡Corre!, que no te alcancen— años después le hubiera gritado ¡Corre Forest!, ¡Corre Forest!, pero bueno creo que por esos años Tom Hanks apenas había filmado algo así como Quisiera ser grande.

El caso es que corrí y corrí atrás de mi primo y de toda la bola de mocosos que querían arrebatarle la piñata. Antes las posadas las hacían en un llano, entonces había puro pasto, nada de tierra, ni cemento para mi fortuna porque me iba a dar un doble madrazo.

La soga que sostenía la piñata llegó a su límite, ya no podía estirarse más y mi primo seguía jalando y jalando, por lo que todo el soporte sobre el que se había montado la olla decorada se empezó a vencer y de pronto ocurrió lo peor, un accidente en plena posada, la gente estaba consternada, no sabía cómo había pasado.

Resulta que el herido era yo, al ir hasta el final de la bola de mocosos la polea cayó sobre mí, justo en mi cabeza y a lo lejos se vio como si un martillo golpeara un clavo que quería enterrar en la tierra. Obviamente el golpe me dolió horrible, hasta pensaron que me había desmayado, pero afortunadamente me levanté, aunque muerto de pena y de dolor, no dejaba de chillar y de sobarme mi cabeza.

Mis tías apreciaban a lo lejos la posada, obvio vieron cuando mi primo Juan se robó la piñata y cuando la polea me golpeó, aunque no sabían que se trataba de mí porque me confundía con el resto de los niños y sólo se escuchó la voz estruendosa de mi tía Flor:

—Mira Ana, a ese pinche chamaco pendejo ya le cayó la piñata, eso les pasa por desobedientes y sus mamás qué no están para cuidarlos, pinche gente de verdad.

Jajajajajaja, a los dos minutos llegué con ellas llorando y sobándome mi cabeza y le respondió mi tía Ana:

—Mira a tu chamaco pendejo, si es el Yon, ahora a ver qué cuentas le entregas a su mamá, no que para eso venías, para cuidar a los niños.

Entonces comprendí que todo el mundo había visto el santo madrazo que me había metido, me sentí tan apenado, quería meter la cabeza en la tierra, a temprana edad me di cuenta de lo que significa la pena y los traumas. Por si fuera poco, al día siguiente todas las vecinas le preguntaron a mi mamá por mi salud: “Es que le cayó toda la polea encima, si antes no lo descalabró o se desmayó, es bien fuerte tu hijo”, le dijeron a mi mamá.

Después de ese percance pasaron años para que volviera a las posadas, pues esperaba a que se le olvidara a toda la gente, pero eso jamás pasó y fui conocido como el niño del palo de la piñata.

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¡Claro! Chinguen al guapo.