Doce años de Central (o las hermosas cosas…) 

Debo admitir que no soy el más creyente del rebaño.  
Aunque de adolescente estuve tentado en ser seminarista nunca he sido religioso ni Papá Dios me llamó a su servicio. Gracias a Dios.  

Pero, cuando las cosas se ponen rudas soy ese receloso que se niega a decir: “Dios, soy yo otra vez”. 

A lo largo de la vida de Central, la casa editorial que fundó Selene Ríos y que ahora su familia mantiene con vida, me he reencontrado a regañadientes con esa espiritualidad.  

Primero, porque quiero pensar que en algún momento habremos de volver a vernos Selene y yo. Y me tocará darle cuenta de las hermosas cosas que se topa uno ahora que le toca cuidar de su bebé.  

Día a día.  

Sí, a pesar de la grilla externa, de las malditas envidias, de los constantes fuegos que hay que apagar, de los polluelos que tienes que aventar del nido para que empiecen a volar, de aquellos inoportunos que desconocen el complicado equilibrio de mantener la línea editorial. A pesar de todo eso.  

A lo largo de estos doce años, Central se ha vuelto a prueba de traiciones, a prueba de puñaladas por la espalda, a prueba de tentaciones y a prueba de insensatos.  

Central se ha convertido en una casa que camina sola. Quiero pensar que es como el castillo vagabundo de la cinta de Hayao Miyazaki. 

Este no es un castillo mágico, pero sí es una casa en la que caben muchas ideas, muchas personas creativas, mucha gente trabajadora, muchos humores e ímpetus que por muy dispares que sean se requieren para el equilibrio de un equipo. 

A lo largo de estos años en Central terminé de entender, gracias a Selene Ríos, lo que se necesitaba para hacer equipo. Para acordar, para trabajar, para llevar una publicación interesante y digna todos los días. 

No por nada, acordar viene del latín accordare y significa “unir los corazones”, “traer al corazón”.  

Para hacer un diario como Central, siempre se tiene que acordar.  

Siempre tenemos que unir corazones.  

Con la pasión necesaria de los compañeros que reportean todos los días a pie de tierra y con muchas suelas gastadas, con la creatividad que ponen los chicos de video y redes sociales, con el arte que generan los compañeros de diseño. Con los que retuercen y balancean las complicaciones de las relaciones humanas para poder llegar a fin de quincena. 

En Central, hay muchos corazones acordando, día a día.  

Por eso digo que en Central aprendí a hacer equipo y es lo que trato todos los días de hacer desde que despertamos a eso de las 5:45am y nos vamos a dormir por ahí de la 1:00 de la madrugada. Claro, si no es que algo sale de último minuto porque la noticia no descansa.  

¿Qué podría decirle a Selene Ríos en el cumpleaños número 12 de su hijo? 

No terminaría, no me alcanzarían los caracteres y quizá me pondría muy chillón y las lágrimas no me dejarían terminar la primera frase.  

Pero definitivamente tendría que decir que Central sigue moviendo conciencias, generando polémica y siendo uno de los medios más leídos de Puebla. 

Que su bebé ya se enfila a ser un adolescente, rejego, con lucidez, contestón, incontrolable, pero con mucha inteligencia exactamente como todos y cada uno de sus sobrinos que desafortunadamente no pudo ver crecer.  

Insisto, por culpa de Central, indirectamente por culpa de Selene, he tenido que recurrir de nuevo a pedirle a Dios que entre sus designios no nos arrebate esto que se construye día con día. Esta casa de ideas. Este paraíso del acuerdo. 

Todos los días pido que no me quite a Yayito (con quien cumplo ya diez años de relación y ocho años de casado hoy mismo).  

Que no me quite a esa familia adoptiva, paciente, que se han vuelto los Ríos Andraca.  

Que conserve lo más tranquilo posible el día a día en una redacción como Central (aunque entiendo que esos es demasiado pedir). 

Por culpa de Central recuerdo todos los días que somos humanos, que somos un instante.  

Y solo pido –al destino, a Dios, al Gran Arquitecto, a la divinidad que gusten colocar aquí– que permanezcan todas esas hermosas cosas que hacen la caótica vida de Central posible. 

Solo para que Selene pueda sonreír desde donde se encuentra, desde algún asteroide, desde cualquier cráter de la luna. 

Seguro sonríe y ella misma desea un feliz cumpleaños número doce a su hijo, Central.   

Doce años de Central (o las hermosas cosas…) 

Te puede interesar:

20% descuento Puebla  -México
Edmundo Velázquez

Edmundo Velázquez

Es egresado de la carrera de Ciencias de la Comunicación por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y cursó la maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos...