Saturday, 11 de May de 2024

La panza del gato

Domingo, 08 Marzo 2015 17:58
José Rolando Ochoa Cáceres

Luciérnagas que tejen partituras [o la búsqueda en el remorir y el revivir]

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Breathe, breathe in the air,

Don´t be afraid to care.

Leave, but don´t leave me.

Pink Floyd- Breathe(in the air)

Metástasis y cáncer son dos palabras que me persiguen porque se continúan porque perduran porque son dolor porque son espasmo porque son recuerdo porque no se olvidan porque hieren porque entorpecen porque arrastran porque aplazan porque alejan porque debilitan porque carajo ¿por qué?

Nací condenado. Julio es un mes terrible para nacer, porque es cáncer y teniendo una familia con tendencia a la enfermedad parece que no te deja

[no nos deja].

Enlisto: Mi abuela materna falleció por cáncer en el estómago. Un primo falleció  debido a un tumor cancerígeno radicado en el cerebro. Su padre (mi tío) falleció por cáncer de próstata. Hace unos meses, mi madre…

Mientras veía el desmoronamiento de mi mamá (cáncer de pulmón) en la habitación cuatrocientos dos del hospital, decidí, como muchas otras veces, dejar de escribir, renunciar (no soy “escritor” como se entiende… no tengo libros publicados y tampoco lo pretendo… pero desde siempre he escrito por esa necesidad de evitar constantemente mis terapias psiquiátricas, incluso, también de evitarme).Pensé entonces en las otras ocasiones que había tenido ese pensamiento: tres simulacros de matrimonio fallido (relaciones largas que ya no son habitables) y cuando le escribí un libro a una mujer que después tuvo la decencia de agradecerlo, llevárselo y perder todo, incluso al libro, inclusive a ella misma.

Sin embargo, poco a poco fue regresando la necesidad por escribir… la escritura invade.

Siempre pensé (bien o mal) que en las disciplinas artísticas uno debe estar en la disposición de matarse en el acto. No en el sentido literal. Sí en el sentido del desgarramiento poético. Ahora pienso en Pizarnik Vida, mi vida ¿qué has hecho de mi vida? Pienso en Alfonsina Storni Vamos hacia los árboles… el sueño. Y pienso también en aquél momento cuando los Pink Floyd le cerraron la ventana del arte (de su vida) a Syd Barret (él, dispuesto a desgarrarse en la música) Cuando Kurt Cobain permeó en la leyenda de los veintisiete (aunque Courtney…) o esa escena en el documental de Radiohead Meeting People is Easy donde se ve a Thom Yorke solo, alejado, inverso.

[No se regresa,

nunca se regresa]

El cáncer es lo único capaz de regresar. Hace mella en la yaga de la vida. ¿Quién podría pensar que desde los huesos un tumor fuese capaz de multiplicarse y recorrer el cuerpo de mi madre hasta acomodarse fielmente en los pulmones? Porque así es… porque sí.

Decidí renunciar a la escritura cuando mi madre no deseaba renunciar a la vida.

[No]

Y durante los tres meses previos a su muerte todas las despedidas se sucedieron inconclusas, la de ella aun más.

[Pienso en este momento en las cosas tan jodidas que la gente dice en situaciones de cáncer (mi madre enferma en julio con un pulmón apenas servible). Recuerdo: hay que echarle ganas, ánimo [o] ¿Por qué no la envían a USA? [o] ¿Ya probaron la medicina alternativa? [o] Ya hay que comenzar a despedirse [o] Me avisas cuando pase todo [o] Está débil, no va aguantar mucho [o] No te enojes con la vida [o] ¿ya te casaste?...]

Mi madre amaba a los Beatles. Por eso que en cada una de las visitas en el hospital y después en casa se tenía que escuchar Here comes the sun, The Long and Winding Road o Hello Goodbye. Casualmente, ella de estas tres prefería la tercera y a modo de burla, antes de su enfermedad, decía algo así como: “cuando me muera eso les diré, Hello Goodbye”.

Mis padres se hicieron novios gracias a la música. Un día en casa de una tía, mi padre invitó a bailar a mi madre y desde ahí se juraron el para siempre, marcados por boleros, por los tríos, por la Sonora Santanera, por los Beatles, por los Bee Gees, por Chicago, por los Doors, por los Creedence, por Abba, y la lista es interminable… se sucede.

Ya en casa, mientras mi madre veía por la ventana y respiraba a través de una máquina terrible de cuyo nombre no deseo acordarme, pensé en aquella imagen de mi madre llegando a nuestro hogar con los ojos llorosos: “Carajo, mataron a Lennon, ¿entiendes? Mataron a Lennon”. Después de recordar esa escena y de vuelta a la ventana y al sonido de la máquina, mi mamá, con las puntas de plástico para poder respirar me preguntó: “¿y ahora qué voy a hacer? ¿qué voy a hacer con todo esto?”.

[No renunciar,

no debo renunciar]

La pregunta: ¿cómo se puede escribir después de eso? ¿es posible? 

No.

Los caminos hacia el fin son difíciles. Más con una enfermedad que para muchos parece sólo un mal trago. El desmoronamiento, la debilidad, los delirios por la morfina, las desveladas, la quimioterapia, las despedidas inconclusas, el hartazgo, las preguntas, el fastidio, el amor, el amor el amor porque la muerte porque la muerte porque la muerte ¿por qué?

Cito una frase de Lolita Bosch: “La ausencia que significa perder a alguien querido. La terrible nostalgia de no conservar ningún recuerdo que podamos tocar. Algo dúctil a lo que aferrarnos: una foto, un libro, una pluma estilográfica, una prenda de ropa”.

Después del fallecimiento de mi madre comenzó a existir el miedo a ahogarme. Aun cuando mi amiga Gina no quiso, insistí en que me prestara el libro Canción de tumba de Julián Herbert… Y así, los retrocesos, el intento de reencontrarse, el intento de hallar un motivo, alguno, cualquiera, nimio, pero motivo finalmente. Y siempre el fracaso porque nada puede ser como antes… regresar parece eso, un acto lamentable.

No hay regreso, por lo menos no el esperado pero en la escritura hay algo seguro, un espacio

[eso]

un espacio que te permite arrancarte, joderte lo suficiente, despertar, dialogar con el vacío, sentir los pasos, el aliento, la voz, los abrazos de quien deseas que vuelva

[que vuelva].

Un psiquiatra me dijo que era necesario escribir, sacar todo el dolor, dialogar con mi madre como si fuera un personaje

[mi madre jamás será un personaje, no se puede, no se debe, porque entonces sería eso y dejaría de ser ese jardín mío, propio, donde siempre espero que todo renazca]

Escucho a los Beatles y escucho la voz de mi madre: and in the end the love you take is equal to the love you make.

Insisto: ¿es posible escribir después de eso? ¿es posible después de la ausencia de esa persona que da la vida y que ahora la vida misma arrebató toda mi vida?

Uno se reconstruye pero jamás regresa… por eso todo acto de escritura, todo acto del pintar, del componer música, del interpretar, del bailar, del fotografiar, del moldear, del bosquejar, del ensayar es, siempre y constantemente ,un acto de riesgo, un acto de vulnerabilidad, de desnudo latente; la respiración como esperanza para no ahogarse…eso, el oxígeno

[el oxígeno]

Entonces ¿por qué escribir?

Para contener la asfixia. Para fingir entender la vida. Nuevamente: Vida, mi vida ¿qué has hecho de mi vida?

De alguna manera siempre hay algo de eterno. Dudar no ayuda. Como tampoco renunciar. Como tampoco ahogarse… Eso que es eterno nos permite suspendernos, visualizar a bien la lentitud del tiempo, recordar (no regresar), remorir y revivir:

[¿Por qué he de querer la vida

Si me arrebataron la inquietud

De querer para siempre la vida?]

Cierro citando nuevamente a Lolita Bosch:  “La posibilidad increíble de ponerlo en movimiento y de usarlo para reconstruirlo todo. Y por supuesto, por encima de cualquier otra cosa, de tratar de reconstruirme a mí misma”.

[A mí mismo]

Sin mi jardín. Sin toda mi vida.