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La panza del gato

Domingo, 01 Marzo 2015 20:16
José Rolando Ochoa Cáceres

Suicidios para rebobinar cassettes

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Me detuve, por alguna razón poco común, a revisar aquellos discos empolvados que compré en mi adolescencia.  Por una cuestión de olvido (porque el mp3 y después el Ipod se encargaron de sustituir esa revisión extraordinaria del material físico discográfico) los discos encerraban esa melancolía que congestiona.  La caja de madera en la que caben veinticinco discos (cinco filas de discos, cada fila para cinco discos organizados en cinco cajones) mostraba esa regreso inmediato a una adolescencia repleta de melancolía; como los discos, los recuerdos parecen rayados… por lo menos algunos.

Llegué a la caja por una carta que la hacía de separador en el único libro que tengo (en realidad, es de mi padre) de Quiroga :Cuentos de amor de locura y de muerte. La carta estaba firmada: Merlina. Se acumularon las nostalgias en ese momento: era una caja llena de discos, era una carta y era el nombre de Merlina.

Saqué de la caja el disco Ok Computer de Radiohead y después de desempolvarlo y colocarlo en el único reproductor de la casa capaz de leer discos compactos, me detuve a releer la carta. Pensé en la frase de Vivian Abenshushan que está en el libro Escritos para desocupados: Y el lector insumiso buscará otros caminos, será un nómada de la red y sus zonas autónomas, aún no confiscadas; escuchará a Radiohead, pasará la tarde en el cine. Y al final del día, serán las palabras de Thom Yorke o Kurt Cobain las que habrán alterado su conciencia con una fuerza mucho más inquietante y turbadora que todos los libros placebo que nos invitan a leer en los medios”.

Ya Radiohead hace quince años había alterado lo suficiente mi conciencia y sí, no con el ego acariciado, mi realidad era inquietante: Paranoid Android era esa canción que definía ese suspenso psiquiátrico… lo que vendría es otra cosa, para otro texto.

Releí la carta quince años después con el intento de reencontrarme, por lo menos en ella, tanto en el contenido como en el nombre de quien firmaba. Quizá, en esas cápsulas de nostalgia no todo está totalmente perdido. Por lo menos, alguien me nombraba (me renombraba) y por lo menos alguien me sugería caminar un sábado desde el instituto deplorable de inglés (en el que nos conocimos y después el hartazgo de tiempos y estructuras en presente) hasta no saber dónde.

Después de la sugerencia, la carta culminaba con una postdata: Me iré con mi familia a Chile a vivir. Espero puedas ir a caminar.

Y sucedió… el recuerdo, no revuelto, se puso en mi memoria de manera inmediata y sonaba en mi único reproductor de discos Exit Music (for a film). Un sábado fuimos a caminar desde el instituto deplorable y terminamos no lejos, no tan lejos, en su casa, atrás del parque España. Yo de dieciséis y ella de quince.

En el camino ella hablaba de Chile, que ya eran tiempos posibles para regresar porque sus padres son exiliados y lograron escapar en una juventud que se sacudía de violencia, represión y tantas cosas… salieron de la dictadura de Pinochet con el ánimo pisoteado, con algunos amigos perdidos, con toda la esperanza en el abismo cuando Merlina apenas era un guiño en los pensamientos futuros de sus padres. Años después ella nació, con la nacionalidad partida (México/Chile), porque aun cuando Merlina no lo entendía, parecía que había que cerrar un círculo que inició como un desatino: Voy a regresar a algo que no he extraviado aun- decía, como si supiera que México jamás iba a ser suficiente.

En su casa nos acostamos en el jardín y ella puso en su walkman que tenía guardado en su mochila unas grabaciones bastante jodidas del Ok Computer. Decía ella: he prestado este cassette muchas veces y por eso suena así. La cinta ya se desgastó.

Fue la primera vez que escuché a Radiohead y la primera vez que sentí que ya nada iba a ser igual de ahí en adelante. Como la cinta, los recuerdos también se desgastan, por eso no es bueno prestarlos… rebobinar parece suficiente.

Merlina me abrazó en ese jardín no tan lejano (el de su casa) y después un ligero beso y después “tienes que irte porque están por llegar mis papás”. Me dio su walkman con el cassette y regresé a mi hogar embrutecido, por Merlina, por Radiohead, por el sol y porque a esa edad todo se revuelve y por alguna razón estalla en los ojos… no tan lejos.

En el instituto deplorable seguíamos viéndonos pero con Merlina ocurría la distancia: es que no es justo para ti… es que no es justo para nadie. Y nunca quiso que le devolviera ni el walkman ni el cassette.

Decidí renunciar al instituto deplorable y guardar esa carta en un libro que leía mi papá y que pensé jamás iba a abrir. Después de que Merlina se fue (o regresó a Chile sin ninguna despedida de por medio) compré el disco y no puedo dejar de escucharlo. Del cassette y del walkman tengo recuerdos: los abandoné a ambos en un cambio de departamento. Los abandoné, no los olvidé. Fue todo voluntario.

Tiempo después (hace un año) abrí el libro de Quiroga para una clase de modernismo y a pesar de que vi el sobre, no le puse la suficiente atención pensando que era una carta de mi madre hacia mi padre. No la abrí.

Hace una semana abrí el libro para desencajarme de un mal día. Ahí estaba la carta. La abrí. Ahí el nombre de Merlina (recordé que esa carta era para mí, ¿por qué lo olvidé? (y volvemos al principio). Después la caja, los discos, recordar y todo sucede como si uno estuviera rebobinando hacia el principio de algo importante… algo, sí, algo.

La busqué por las redes sociales. Casualmente, en twitter, su único tuit, del once de noviembre del dos mil once dice: Ok Computer.

Veo su foto de perfil de twitter (el stalkeo inminente). Ella está acostada en un jardín (quizá el de su actual hogar) volteada hacia el lado izquierdo.

Desde ese momento siento curiosidad (como si fuera tan simple como escuchar una y otra vez a Radiohead) de seguirla, de buscarla, de mandarle una cierta cantidad de mensajes para saber algo… sí, algo.

Pero sé que, como la cinta, siempre hay un desgaste, que si se insiste en rebobinar, avanzar, rebobinar, stop, pausa, la cinta se va a desgastar y va a sonar Thom Yorke con un gutural tremendo o que Karma Police duraría alrededor de ocho minutos impacientes.

No.

No hace falta rebobinar.

Como tampoco limpiar los discos.

Como tampoco usar la carta como separador del único libro de Quiroga.

No.

Como dijera Inés en “ La muerte de Isolda”:

No, no… ¡Es demasiado tarde!...

Como cantara Thom Yorke:

For a minute there

I lost myself, I lost myself.

[Stop]