Friday, 03 de May de 2024

La panza del gato

Domingo, 15 Marzo 2015 17:36
José Rolando Ochoa Cáceres

Reflexiones parias

Por :
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El disco Wish you were here es un acento en el tiempo. Menos reconocido que The Dark Side of the Moon, este disco representa un tributo a uno de los fundadores de Pink Floyd: Syd Barrett, quien fue despedido por exceso de drogas después del segundo disco por el manager de la agrupación y por supuesto, por Roger Waters (quién más). Durante las grabaciones del Wish you were here, Syd Barrett, con sobrepeso, ojeras, calvo y apresado por el pasado, se presentó en una de las sesiones para intentar recobrarse en esa nota sostenida, impelida… Gilmour, Mason, Wright y Waters no fueron capaces de reconocerlo hasta que Barrett dijo que tenía deseos de aportar algo, de recuperar la vida que le pertenecía (la que le arrebataron, la que le vedaron, la que le anularon) y después de escuchar unos pocos minutos de Shine on (Shine on you crazy diamond), decidió irse sin apenas despedirse… Pienso en el regreso: camina hacia su hogar con el peso de un futuro ya oxidado. Camina, sabiendo, que la vida no le es suficiente… que él ya tampoco significa en la música. Que ya no puede aportar nada. Que también la vida le ha dejado de aportar.

Creo en ese momento como una figuración de debacle. ¿Cuántas veces el sistema, el mundo mismo, o algo llamado nuestro mundo o supuesto mundo, nos ha negado la vida? ¿Cuántas veces no hemos regresado a nuestros hogares con el despido, la renuncia o el rechazo referido por la obtención de un empleo en nuestras espaldas pensando que ya nada vale suficientemente la pena, que después de ese momento significamos el aislamiento, lo paria, lo ajeno al progreso?

Recuerdo la película El método de Marcelo Piñeyro coproducida por Argentina y España en la que un grupo de aspirantes se someten a distintas pruebas eliminatorias para obtener un puesto laboral. Sin ir más allá, lo que presenta la película, entre otras cosas, es la competencia voraz creada por un sistema que nos hace reventar. No se elimina al prospecto si no se elimina a la persona (ilusiones, futuro) y al final queda no el más competente, más bien el más hábil para desacreditar, humillar, y para apropiarse de las ideologías del sistema que estrangula. Entonces la idea resalta, los jefes, los que examinan quién obtiene o no el puesto son una suerte de verdugos.

Vivian Abenshushan en Escritos para desocupados en el capítulo que por el nombre ya alerta “Mate a su jefe: renuncie”, en una línea resume el calvario laboral desde que uno se inscribe en ese proceso del pseudo progreso: “la productividad es esclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera.”

En las entrevistas laborales (con los verdugos), en el proceso de trabajo (competencia inútil), en el despido (recorte de ¿vida?) y en la renuncia (la voluntad, el regreso a la dignidad) hay siempre algo de psiquiátrico originado por el estrés generado: paranoia, bipolaridad, instintos homicidas, cansancio crónico, esquizofrenia, hipomanía, distimia, etc.

La historia de Syd Barrett después de aquella visita inesperada a la grabación es, quizá, una de las más estudiadas, más recordadas pero que carecen de contenido debido a un extremo anonimato y a la reclusión de Barrett en casa de sus padres. Desarrolló (meras suposiciones) psicosis, esquizofrenia, quizá el síndrome de Asperger, quizá, trastornos bipolares (hipomanía o distimia) debido, supuestamente, al exagerado consumo de LSD y otras. Ahí el resumen que abarca desde 1975 (el lanzamiento de Wish you were here) hasta el 2006, fecha de su muerte.

Por archivo fotográfico, en ese tiempo de reclusión, las pocas imágenes que se tienen de Barrett son andares a la deriva en Cambridge, impresiones alejadas, el deterioramiento del niño dorado de la psicodelia… Una foto: él con paquetes de libros. El destino de aquella promesa del rock psicodélico fue inconcluso aun cuando previo a su reclusión, sacó dos discos de solista que tuvieron arreglos principalmente de Gilmour (el sustituto de Barrett en Pink Floyd) y que, según la crítica, son discos dudosos, donde quien menos suena es Barrett, donde Gilmour destaca, donde Gilmour y otros arreglistas y Pink Floyd y el destino y la vida lo determinaron a la anulación, al olvido.

En las décadas posteriores, por alguna razón que más afirma la caída de una de las agrupaciones más emblemáticas en la historia del rock, comenzaron a lanzar discos recopilatorios, con canciones de Pink Floyd y con grabaciones abandonadas del propio Barrett. Después intentaron recopilar todo el archivo musical de Barrett para distribuirlo, para generar ganancias de un ser que padecía trastornos mentales en las paredes de la casa de sus padres. Se vendieron, se sucedieron y se bosquejó esa leyenda breve, inconclusa del fundador de Pink Floyd quien jamás supo si había caído el muro o si había otro ladrillo en la pared.

Me es impensable la carga de desesperanza, aun más, el pensamiento hacia la anulación como acto contrario… ¿Qué habrá hecho, pensado o generado Barrett todos esos años? ¿Qué sucesos se acumularon en su mente para transformarse en sombras fielmente alteradas reiterándole el olvido, el ocaso y todas las formas posibles de suicidio? Quizá la anulación es un simulacro de suicidio. Quizá Barrett en Cambridge retrocedía el tiempo para mutilar poco a poco el pasado que le resultaba más reconfortante, menos ajeno. Pienso en él, lo imagino tocando la guitarra asomado en la ventana mientras su madre riega el jardín esperando el regreso de ese hijo que brillaba, deseando que él estuviera ahí, aquí, Wish you were here.

Mientras escucho el disco me doy cuenta de que quizá no únicamente éste sea el tributo a Barrett, quizá un tributo a toda la humanidad desencantada. Más allá de The Wall, parece que los Floyd en Wish you were here ya habían comenzado a dialogar con ese sistema voraz capaz de anular:

Welcome my son, welcome to the machine.

what did you dream?

it's alright we told you what to dream.

¿Cuál es esa máquina que nos dice qué pensar, qué soñar, qué decir, qué anular? Un sistema, una empresa, institución u organización, los jefes, los gerentes, los empleadores, los trabajadores, las familias de los trabajadores, los políticos y nuevamente el sistema y nuevamente institución u organización y así, ad infinitum.

El problema es que el neoliberalismo nos ha llevado a convertirnos incluso en verdugos de nosotros mismos. Repensemos las estadísticas de suicidio por la falta de trabajo o por el exceso de éste, la ruptura de la cobija que supone es la familia, el hartazgo y la frustración, el ver que pocos que no trabajan se rellenan los bolsillos y los que trabajan largas jornadas apenas existen con un sueldo lamentable.

Vivian Abenshushan hace una pregunta que hierve: “Si el trabajo lo enferma, deje el trabajo”. Pues ¿qué otra cosa representa la productividad sino una degeneración del empleo, una compulsión malsana y autodestructiva?”

Reflexionamos en la contraportada de este asunto. No trabajar, no tener un puesto significativo, no rellenar los bolsillos, no construir lo que el sistema dicta nos vuelve parásitos, nulos, vacíos, estúpidos, huevones, buenos para nada; nos convierte en seres sin derechos, sin derecho a la familia, a un hogar, al sexo, a la amistad, a la demanda… No se existe… pero cómo se condena. Y ¿cómo trabajar en un sistema que no brinda puestos laborales, dignidad laboral, el futuro prometedor, el sueño que no nos haga cruzar la frontera?

La contradicción llega al punto del menosprecio por la apuesta: si te dedicas a la música ¿de qué vas a vivir? Si te dedicas a la escritura ¿es eso una profesión, un trabajo? Si te dedicas a la danza ¿y vas a terminar como instructor (a) de zumba? Si te quieres dedicar a la contaduría ¡es que ya hay un chingo! O a la medicina ¿quieres terminar con una botarga del doctor simi? O a las artes visuales ¿tu futuro va a ser tomar fotografías para la socialité? O como sucede con los abogados ¿vas a robar?

Y en mis paseos por librerías, siempre, por morbo, me detengo a leer las portadas de libros metafísicos y pro tonterías que dicen cosas como: persigue tus sueños, sé feliz, o,  acepta el sistema, juega con él, o, tus deseos son tu destino, créalos, o, abandona todo y sé feliz, o, vuélvete millonario con sólo pensarlo…

Cuando murió Barrett se hizo un duelo sufrible. Por los diarios, por televisión y por revistas como la Rolling Stone se insistía en su herencia musical nada más reconocida como la fundación de un grande proyecto llamado Pink Floyd. Después, el circuito de las drogas, el consumo, el aislamiento, el no saber nada y después el reconocimiento por artistas, agentes musicales y presidentes de las grandes disqueras. Un recuerdo se sucede: el desmayo en una entrevista. De ahí, después,  la tristeza de Gilmour, de Mason, de Wright, de Waters… de quienes le prohibieron continuar en la música como continuar en la vida.

Según, tras la intensa ingesta de drogas, Syd Barrett fue perdiendo la memoria hasta el punto de no reconocerse y mucho menos, de saber algo sobre Pink Floyd (el proyecto de u vida). Pienso en ese desgaste como determinación: el olvido como única posibilidad de volver a existir o por lo menos fingir existir. Sufrió de cáncer de páncreas y fue esta enfermedad la que lo culminó para después engrandecer a alguien que quizá planeaba no ser recordado. Syd Barrett no murió en el 2006, murió décadas atrás, en esa sesión donde escuchó una canción ajena a él que tiene por título “Shine on you crazy diamond”.

Pienso ¿qué fue lo último que vio Barrett, cuál fue la última canción que escuchó, la última sombra que vio? Imagino muchas cosas, todas desatinadas, porque él mismo nunca concluyó, porque su historia es tan vigente, su vida poco estudiada en los momentos del abismo que nada parece suficiente… Pero hay algo seguro: Barrett optó por el olvido, quizá, al final, miraba olvidando…Olvidando porque no hay otra forma.

La crisis, el sistema neoliberal y el empleo o la falta de él nos han hecho seres parecidos a los zombies (ojerosos, enfermos, psicópatas, deambulantes en mal sentido, sin identidad, sin nombre). A Barrett una pequeña estructura del sistema llamado industria musical representado por Pink Floyd le arrebató no sólo la ilusión o el hecho de poder hacer lo que más le gustaba (música) sino que también fue (fueron) capaz (capaces) de mutilarle la vida y relegarlo. Pienso en cómo le llamarían en esta época si fuera la joven promesa del rock: el paria vende libros, el que aun no se sale de la casa de sus papás, el drogadicto bueno para nada, el flojo que toca la guitarra…

Sí, Barrett murió por sobredosis de olvido como muchos mueren por sobredosis de trabajo. ¿Qué es lo que está bien en todo esto? Quizá, como dice Vivian Abenshushan, renunciar y dejar al jefe (sistema) imposibilitado para mandar u obligar. Renunciar a esa suposición de vida, de sueños vacuos que se imponen y reemplazarlos por otros pero en este momento no se me ocurren cuáles ni cómo hacerlo… Pero creo firmemente que el peor alucinógeno es el trabajo y el dealer es el sistema pero esos traficantes no se condenan, se les aplaude y llevan siglos matando, generado ecocidios, mintiendo, vulnerando, aniquilando y nosotros seguimos creyendo y creyendo y creyendo… Have a Cigar.