Friday, 26 de April de 2024

La panza del gato

Domingo, 12 Abril 2015 20:00
José Rolando Ochoa Cáceres

Ciudad: Ficción y Fricción

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Hace unos días platicaba con un amigo antropólogo sobre las posibilidades del azar en las derivas dentro de la ciudad. La disposición de las jornadas y la seguridad significada en plazas públicas. Acordamos que la tensión surge en lugares donde permea la oscuridad (donde no hay iluminación, donde en la noche, se cree, no se existe). Me contó sobre el gran fracaso dispuesto en las grandes ciudades: por un lado, los pequeños núcleos de iluminación, los espacios repletos de turistas, ambientes y postales que “confirman” un enlace con la modernidad; por otro lado, el enorme abandono, las venas cortadas de la ciudad donde los rostros (seguramente opacados) significan tanto como su ambiente: el olvido.

Alejandro me explicó algunas características de la ciudad posmoderna: por un lado, el dinamismo de las identidades así como su transitoriedad. Hay límites, fronteras, márgenes geográficos que identifican, marcan y etiquetan la complejidad de las clases sociales: en todas, hay una frontera que significa aislacionismo.

También la exclusividad de los espacios. También la marginalidad. Sin embargo, parecen ser los barrios, esos espacios dispuestos en un “para siempre” donde puede realmente verificarse el fracaso de la ciudad: hambre, informalidad laboral, carencia, amenaza… olvido. Instalación perpetua. Brevemente transitoria únicamente por las generaciones. Supervivencia, incluso, entre sus mismas fronteras. Supervivencia sigilosa cuando sale de esas líneas y que convive con la esperanza, con un proyecto, con una imposición, con un resultado de la ineptitud del sistema.

Recordamos Alejandro y yo aquella postura del situacionismo francés: la deriva en las ciudades. En primer lugar, la deriva es una técnica de paso ininterrumpido en ambientes diversos. Es el comportamiento lúdico-constructivo que se opone a la noción de viaje o paseo. Es decir, la deriva es el andar en una determinada jornada hacia un no lugar.

La deriva plantea algo sustancial: intentar evadir espacios públicos como plazas… ir más allá de ellos, encontrar en los espacios olvidados esa identidad que la modernidad ha violentado. Es en las personas que habitan esos lugares olvidados en las que se puede descubrir algún resquicio de identidad no sólo del espacio, si no de todo un lugar.

Para Guy Debord, la deriva tiene característica enfática, es decir, el azar, el cual es el elemento que genera la diferenciación con relación a un paseo. Da la oportunidad de alargar la jornada. A partir del azar pueden darse “citas posibles”. Podemos platicar con extraños. Participamos en el desvío pero nunca en el extravío. Puede suceder en la deriva elementos azarosos como: cambios de clima, experiencias significativas más profundas con relación a los espacios, descubrimientos incluso en lugares que antes se ha derivado, encuentros, desengaños.

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Sin embargo hay un acento: en la actualidad, nuestras derivas, paseos o viajes van acompañadas de un reproductor musical.

Desde el walkman hasta el Ipod, estos andares (musicalizados) han, probablemente, proporcionado nuevas significaciones en nosotros con relación a los espacios… nos han relegado de otras nuevas visiones.

Alguna vez leí que Gilmour mencionó que nunca salía a caminar sin un reproductor musical. La idea que se traduce es que él, simplemente, ansía en sus andares aislarse en la música.

Pienso en la soledad. En que quizá, con los reproductores musicales deseamos también dejar de escucharnos a nosotros mismos. Nuestras derivas, paseos o viajes se traducen en soundtracks, en imágenes fílmicas… Por lo tanto, la experiencia de andar la ciudad se ve aprisionada en algún track list donde quizá un choque automovilístico venga acompañado por algún pop alegre o bien, un beso dispuesto en los guturales de un grupo de death metal…

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Nuestras maneras de traducir y de comportarse en la ciudad han cambiado: tanto por su avance como también por el olvido. Como me explicó Alejandro, la experiencia en la ciudad parece que se conforma por postales: selfies frente a monumentos, selfies en museos, selfies en grandes avenidas, selifes en restaurantes. Los viajes han dejado de ser una experiencia. La ciudad ya no es una experiencia. Como él lo define, paseos, viajes, andares, derivas se traducen en souvenirs, en llaveritos. Facebook es la confirmación de esa experiencia en la que parece, se preocupa más por el like que por la experiencia vivida. Como con los reproductores musicales, los celulares son los intermediarios de la experiencia donde la acreditación o validación de ella es en función del número de likes.

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Ahí, donde ocurren bosquejos de olvido, en los barrios, se conforma y se confirma un mensaje: la indisposición al abandono.

El intercambio de contenidos en las paredes significa en tanto la identidad de donde se exponga… las paredes de los barrios incursionan en la brevedad y en la posibilidad del texto. Significa. Les identifica.

Sin embargo, la prohibición de los gestos pictóricos y textuales ya se violentan: se prohíben los graffitis; se prohíbe expresar la memoria, la identidad, la demanda.

Entonces se acredita el proceder de la ciudad posmoderna: no darles voz a los olvidados.

Barrios sin iluminación por un lado, Avenidas importantes con gran iluminación por el otro. La luz es del neoliberalismo. De nadie más.

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Nuestra experiencia de andar la ciudad se ha dispuesto en tanto al consumo y ahí donde hay mercado, hay riesgo.  La deriva nos salva pero parece que ya no gratifica lo suficiente. Incluso, derivar también ya resulta un acto de riesgo. Tememos al azar. Nos han arrebatado la suerte del encuentro y del desengaño.

Los grandes espacios públicos de la ciudad violentan no sólo el andar si no también la pregunta hacia el futuro. Publicidad y propaganda contra graffiti, experiencia de viaje o de paseo contra Facebook, experiencia de andar y de deriva contra reproductor musical (comúnmente Ipod).

¿Qué hemos olvidado?

Nos hemos olvidado de contar con experiencias significativas en las ciudades. Recurrimos al aislamiento o a la confirmación por otros de alguna experiencia significativa. Huimos. Nos desplazamos y censuramos. Nos aislamos. La ciudad nos funciona en tanto como hábito de consumo, lo otro, mejor buscamos por google maps y añoramos…

Y ya no hay encuentros y mucho menos desengaños.