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La panza del gato

Domingo, 05 Abril 2015 22:04
José Rolando Ochoa Cáceres

Chopin salvó mi vida

Por :
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Hace unos cuantos meses, en el canal Film&Arts, presentaron un documental titulado “Chopin Saved My Life” en el que relata dos casos de dos estudiantes de música a los que la música de Chopin les salvó la vida.

El documental gira en torno a una pieza en particular: la Balada no.1 en sol menor, Op. 23, la cual, sin menor objeción, es una de las obras de Chopin de mayor significación y de excesiva dificultad. Es una pieza que muestra un notable descontento en las emociones del compositor. Una suerte vertiginosa de aislamiento, de dolor, de pregunta constante que responde con una melancolía que desciende de manera extraordinaria. Hay, en la obra, un enorme discurso sobre la soledad.

“Chopin Saved My Life” muestra la vida de estos dos estudiantes en situaciones de riesgo: por un lado, Momoka, adolescente de quince años y sobreviviente del tsunami del dos mil once el cual generó enormes perdidas a nivel humano; por el otro, Paul, un chico de Glasgow quien en el primer año de estudio universitario musical se le detectó un tumor cerebral que significó en esclerósis múltiple.

Mientras veía el documental recordé aquél momento (hace trece años aproximadamente) en que mi padre sufrió un infarto y en el hospital, (sentados mi familia y yo en la sala de espera esperando el resultado después de la operación), en Film&Arts, pasaron un video ambientado con una pieza de Chopin: Preludio Op. 28 no. 15 (gota de lluvia).

Una vez que el doctor nos dio la noticia de que mi padre había librado una enorme batalla de vida, recuerdo que fui a la capilla del hospital a agradecer y mientras rezaba no dejaba de sonar en mi mente ese Preludio… Algo había ocurrido, algo sumamente especial en ese terreno que se llama esperanza.

El documental “Chopin Saved My Life”, nos muestra la reflexión de vida de Momoka y de Paul a partir de los sucesos críticos antes mencionados y por supuesto, el significado que adquiere la Balada no. 1 en sus vidas.

Al lado de críticos, Momoka y Paul exponen la importancia de Chopin  y en este punto, la Balada no. 1 como elemento inquebrantable… Momoka reconoce el dolor de su población y ella decide interpretar la Balada para aliviar la erupción emocional, intentar comprender a Dios, intentar hallarse en ese mar de espasmo. En Paul, la Balada le salvó la vida: después de las operaciones y con el diagnóstico devastador, él en el Ipod cada día escuchaba a Chopin con un fin, sobrevivir (existir).

Una vez que mi padre regresó a casa después de la operación (yo estudiaba música con la maestra Guillermina Bonilla) no dejaba de escuchar el preludio de Chopin. Lo ponía en cassettes, en discos y después llegué con la partitura y comencé a estudiarla con un fin: agradecer la segunda oportunidad de vida de mi padre.

Significativamente, cuando comencé a estudiar esta pieza, mi padre se acercó a mí y me dijo: “una vez que termines el Preludio y lo pueda escuchar a través de ti, podré morir tranquilo”. Ahí , la duda a continuarla.

Al final del documental, los críticos exponen la estructura de la obra enfatizando la coda como el momento de mayor trascendencia en toda la pieza: ahí es donde encontramos a Chopin en todo su esplendor. Ahí, en la coda, se puede abrazar la idea de la razón de existencia del compositor. Ahí, donde la intensidad nos permite llorar, sorprendernos, saber y reconocer que Dios hace cosas extraordinarias.

Después se puede ver a Momoka cargando su partitura con el dolor de tantas muertes provocadas tras el tsunami. Llega con su tutora y dice algo así como: Chopin no puede ser interpretado por cualquiera. Muchos pueden tocarlo pero pocos, muy pocos realmente sentirlo, sufrirlo.

Paul toca unos breves minutos de la Balada en el piano acompañado por sus familiares y su pareja sentimental. Toca con una mano, la otra no le responde al cien por ciento y aun así sonríe porque Chopin le salvó la vida. Dice algo así como: “me aterra la idea de dejar de tocar. Parece que ya no hay tanto tiempo para hacerlo”. Y se piensa tocando, se imagina tocando.

Cuando mi padre me dijo “una vez que termines el Preludio y lo pueda escuchar a través de ti, podré morir tranquilo”, hice lo posible por retrasar el estudio de esta pieza. Parecía que entonces, al terminarlo, iba a también a controlar el tiempo de vida de mi padre. Mi maestra me motivaba a no dejar de tocar. Mi padre me motivaba a no dejar de estudiar el preludio y todas las noches me sacudía el hecho de querer terminarlo pero no quería que las palabras de mi padre se cumplieran.

Duré cerca de medio año con el estudio de la pieza y una vez terminada mi padre me pidió tocarla. No recuerdo ni cómo sonó en aquél momento. Apenas breves imágenes: mi hermana sentada en la escalera fumando. Mi padre en el barandal tomando whisky con mi madre. Cuando terminé de tocar mi viejo me abrazó y me dijo: gracias, me devolviste la vida.

En el documental hay un mensaje sumamente importante: el poder de la música para poder sobrevivir, para existir. Todos, de alguna manera, nos acercamos a la música con la finalidad de obtener una respuesta. Ya estando tristes, felices, dubitativos, inciertos, el acercamiento a cualquier género musical nos permite recuperarnos. Nos sana el alma, nos significa.

Pienso en esa estrofa de Cerati “Ponés canciones tristes para sentirte mejor” y también en aquellos a los que el acercamiento a un instrumento les ha dado la oportunidad de dialogar con la divinidad a partir del alma, del alma musical.

La música nos sana el alma, nos significa… y también, nos salva… nos abraza.