Thursday, 28 de March de 2024

La panza del gato

Domingo, 03 Mayo 2015 18:23
José Rolando Ochoa Cáceres

Las convivencias del desengaño

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Leo con morbo los títulos de algunos libros que sirven como recetarios hacia la felicidad. Leo confiándome a la ingenuidad. Leo aquellos títulos cediendo una posibilidad. Leo queriéndome arrancar de aquellos estantes y perderme nuevamente en una sección de narrativa latinoamericana.  Después, decidí fracasar y me entregué a una breve lectura, a unos breves fragmentos de algunos libros que versan sobre posibilidades inverosímiles hacia la felicidad: todos autores norteamericanos y si los hay nacionales, autores-locutores de programas radiofónicos que dan consejos donde palabras como equilibrio, éxito, autoestima, reconocimiento, perdón, amor, educación física y liderazgo son excesivamente repetidas.

Al llegar a mi hogar hastiado pero culpándome por haber cedido, por haber entregado mi ingenuidad ante aquellas libros fantasiosos, ingreso a mi cuenta de Facebook y veo que abundan cantidades inimaginables de imágenes con frases de cambio, de felicidad, de equilibrio, de éxito, de autoestima, de reconocimiento, de perdón, de amor, de educación física, de liderazgo y todo se repite hasta lo más absurdo.

El ensayo “The short happy life of William Thornway” de Guillermo Espinosa Estrada, da claves de estos dispositivos comunes que nos quieren ligar, de manera tormentosa, a la felicidad. Cito: “Pocas cosas me despiertan tantas sospechas como el optimismo. La felicidad a ultranza, la capacidad de ver el lado bueno de las cosas, el no hay mal que por bien no venga, me llenan de escepticismo e incluso de indignación”.

También, Espinosa Estrada nos da un breviario de ese perfil sospechoso: “Observo en quienes lo ejercen (el optimismo) una falsedad y una impostación más nociva y repugnante que la del más redomado hipócrita, y me alejo ante la posibilidad de que mi vida, entre sus manos, se convierta en el guión de un cuento de hadas”.

El cuento de hadas, la consumada escuela de la felicidad llamada Disney o bien, las películas de superación personal, ya sea de superhéroes o de esas de “la vida real”, nos han negado, incluso, la oportunidad del fracaso. Apostar, desvivirse, negarse, desviarse, desangrarse, conquistar, pisotear, humillar… palabras que sujetan el libre mercado hacia la felicidad… el desdoblamiento, la ficción, la pasión, la preocupación, la consideración y el huir son palabras que nos disponen, exponencialmente, al olvido, al vacío.

Ser alguien en la actualidad se nos confía como el acecho constante hacia el futuro, lo prometido. El enorme éxito contenido en caravanas económicas, adulaciones para ganarse y costearse el respeto. En los discursos prevalecen los prometidos constantes cambios, o bien, surgen frases como aquella “el cambio está en uno mismo” y otra más terrorífica “para cambiar a México tenemos que cambiarnos nosotros” y ante esto respondo, parafraseando a Xavier Velasco: una cosa es comer mierda y otra es pedir otro plato.

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Se lucra con la felicidad y estamos dispuestos a obtener una guía, una respuesta, un acento que nos signifique que esta vida va a cambiar, que este proyecto traerá esos cambios que nos disponemos a merecer. Prendemos la radio y ahí se sitúa la frase optimista del día: “Hoy es lunes para salir adelante y reconocerte el conquistador de todas tus metas. Esta semana será grandiosa”. - Y después, claro, el spot político para votar por aquél candidato que presenta ya no propuestas, si no, un clima de felicidad con su familia  y amigos y que seguramente (ahí el slogan chafa) tú puedes ser parte de esto.

Creo que si existe una orden mística tan amenazante y ridícula es la de los optimistas. Cito nuevamente a Espinosa Estrada: “Ante su coro- porque a diferencia de los misántropos, los optimistas tienden a unirse- concluyo que nadie puede ser tan feliz por tanto tiempo: algo nos quieren esconder, no cabe duda de que están actuando”. Y continúa: Poco se puede esperar de alguien que ve en el dolor una nueva oportunidad de regocijo. Eso es perverso y patológico, poco inteligente, casi místico. Es no querer resignarse, no saber perder, y resultan tan patéticos como aquellos que, tras el descalabro, fingen haber aprendido la lección”.

Desde siempre se nos ha enseñado a triunfar en exceso, a no caer, a no desmayar, para no permitir la burla, la humillación de otros, el exceso sobre nosotros. ¿Por qué preferimos el engaño que lo natural? Caer, desfallecer, desmayar, sabotear, fracturar, romper, deben ser palabras sugeridas para quienes el dolor no nos es indiferente y que preferimos, de alguna manera, no caer en el autoengaño, en el absurdo metafísico que se dispone en publicaciones de engañoso ejercicio literario y filosófico.

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Es constante, como dice Espinosa Estrada, que de alguna manera todos tenemos la vocación de ser felices. Buscamos y rebuscamos claves para serlo. Nos sentimos desposeídos, expulsados y somos necios. Nos aferramos a las sensaciones de momentos que nos pertenecen ya únicamente en la memoria. Nos aferramos al pasado porque la realidad se ha trastornado a partir de un primer beso, de un primer encuentro sexual, de un abrazo después del llanto, de una primera canción significativa, de la vida.

Caemos, fácilmente, en el juego de las instrucciones: diez pasos para ser feliz, diez pasos para ser mejor hijo, mejor madre, mejor padre, mejor mascota, mejor jefe, mejor asalariado, mejor amigo, mejor amor, mejor ex amor. Es el eterno no descanso. Absurdamente la felicidad se rige también bajo normativas, leyes, tentativas en la que no puedes ser porque no se te permite ser.

Si algo tenía el grunge, el de Nirvana, el de Pearl Jam, el de los Stone Temple Pilots, el de los Smashing Pumpkins es que era sincero, genuino, oportuno: “Waiting on a sunday afternoon /For what I read between the lines / Your lies”.

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Creo que el optimismo que deambula en librerías y en las redes sociales se burla, de alguna manera, de nuestra inteligencia. Extrañamente, las personas buscan soluciones en esos contenidos donde si existe una mejora, será a un largo plazo. Si no sucede, entonces se fracasa como lector y como individuo (entonces mejor nada).

Quizá, bajo una ideología muy añeja pero que continua, la que manifiesta que sobrevivimos incluso los embates de nuestra propia vida, nos daría una idea suficiente para entender la felicidad: sin razón, con locura desbordada, sobrepasando las emociones, encontraremos el placer que nos devuelva la existencia.

Pienso, como dice Espinosa Estrada, que las personas felices no estudian, y si lo hacen, no es ni filosofía ni lingüística ni arte ni literatura. De ahí que quizá, las manifestaciones ideológicas y artísticas pertenezcan únicamente a las almas atormentadas. Y entonces se da una razón puntual que resuelve el autor: ni arte ni felicidad se llevan.

Y entonces ¿por qué engañar con contenidos poco aventurados y excesivamente riesgosos los espacios atormentados?

Por eso que esa felicidad de instructivo carece siempre de autenticidad. Por eso que siempre carece.