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La panza del gato

Domingo, 19 Abril 2015 17:57
José Rolando Ochoa Cáceres

Padecer a Beethoven

Por :
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En mi muy breve recorrido hacia una carrera musical profesional, es decir, un par de años en el conservatorio, otro par en la escuela de música y otros tres con clases privadas (sin contar los simultáneos regresos que duraban unos cuantos meses) desarrollé un miedo tremendo hacia cualquier pieza musical que tuviera que ver con Beethoven.

Quizá, si no mal recuerdo (que más bien sería una posible exageración), el hecho lo suscitó un maestro que me brindó clases de técnica e interpretación. Se quejaba, casi todas las clases, sobre la constante predilección por comenzar a tocar piezas de Beethoven (Para Elisa) en estudiantes recién incorporados. Su fundamento era que no era posible entender la enorme pasión del compositor alemán y al intentar hacerlo pasarían dos cosas: un enorme fracaso o una enorme frustración. Por tal motivo, él convenía comenzar con Schubert, Schumann, Chopin e incluso, un poco más aventurado, Bach.

Hace unos meses leí un escrito de James Rhodes (enorme pianista que más bien es una especie de rockstar lo suficientemente virtuoso y apasionado que ha conformado una nueva versión de conciertos de música clásica) en el que hacía referencia a la música de Beethoven mencionando que el compositor atacaba cada nota, cada sonido, con la desesperación y el arrebato para salvar un alma lo suficientemente perturbada.

Hablar de Beethoven es un riesgo. El alemán tenía la particularidad no sólo de componer música sino que, a través de ella, componía una teoría, una filosofía sobre los estados de ánimo. Y eso es bastante y lo es más cuando encontramos que una de sus sonatas lleva por título (ya sea que Beethoven la haya nombrado así o su editor, Joseph Eder) “Patética” o “Pathetiqué”.

En latín, el término pathetĭcus refiere a lo sensible. La RAE lo define como aquello que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía.

Por eso que cada que un alumno pedía tocar Para Elisa o el Claro de Luna, mi maestro tomaba un cigarro de su cajetilla y decía: Beethoven es patético y no quiero alumnos desertores.

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La sonata Patética o “Pathetiqué” fue escrita entre 1798 y 1799, cuando Beethoven tenía 27 años. Esta obra pertenece al primer periodo de composición del alemán y está conformada por tres movimientos:  Grave; allegro di molto e con brio, Adagio cantábile y, Rondo: allegro.

Esta obra es una de las más interpretadas y estudiadas conforme al campo composicional de Beethoven. Destacan, según los estudiosos, las estructuras sensibles, es la síntesis entre sentimiento y pasión, entre lo objetivo y lo subjetivo. Otros piensan que esta sonata está inspirada en la sonata para piano de Mozart K. 457 por los inicios en do menor y por los movimientos similares.

Quizá, la referencia inquebrantable es la del propio editor de Beethoven, Joseph Eder, quien mencionó que: “Nada tan poderoso y tan pleno de trágica pasión había sido  siquiera soñado para la música pianística”.

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El pathos para Aristóteles significaba el uso de los sentimientos para influir en el juicio de un jurado. Por otro lado, el pathos también significa pasión, también tristeza.

Pasión viene del latín passio y del verbo pati, patior que significa padecer o sufrir. Es, incluso, lo paciente, lo pasivo.

No resulta extraño que, en la frase de Eder, “trágica pasión” signifique sufrimiento trágico.

El dolor es, probablemente, la causa de nuestros estados pasivos. Nos vuelve, involuntariamente, seres absortos, incomprendidos, perdidos. El dolor nos detiene. Nos congela. Nos hace partícipes de la lentitud. El dolor es sorpresivo y también nos sorprende. Aniquila los impulsos. El dolor nos suspende.

En alguna clase, mi maestro sin variar en su mal genio, acentúo los primeros acordes de la introducción del primer movimiento de la sonata Patética. Todo grave. Todo tan apenas alejado. Nos hizo preguntas sobre qué sentíamos al escuchar los compases y nosotros, chicos de 12 y 13 años respondimos superficialidades. El maestro, después de azotar sus manos en el piano dijo que no podíamos tocar a Beethoven hasta conocer el dolor, el verdadero dolor, ese que sobrepasa cualquier elemento físico y nos vuelve incomprendidos, vulnerables. El dolor que nos detiene. Que nos hace volver al principio.

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En el primer movimiento de la sonata Patética, la introducción (Grave) da la aproximación a las sensaciones de Beethoven.  En dos partes de la pieza la introducción se repite y no es casualidad ya que según en los estudios, esta parte es el conjunto de todos los sentimientos de dolor.

Introducción, desarrollo y coda final. El Grave: el principio. El dolor es el inicio, el nacimiento, el origen, la mortalidad en lo infinito de la música.

¿No es también la Pasión de Cristo un inicio, un origen, la finitud en lo infinito?

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En los años de composición y de publicación de la sonata Patética de Beethoven, ocurrían en Europa los sucesos relacionados a la batalla napoleónica. Las monarquías se aliaban para derrotar a Francia y los síntomas sociales se vislumbraban en la progresión y en el miedo. De ahí que las composiciones como la sonata Patética, Claro de Luna y la Heroica distingan márgenes turbulentos, apasionados, dolorosos y enfáticos.

Si pasión significa padecimiento, no es extraño vislumbrar que en estas obras y especialmente en la sonata Patética, el padecimiento auditivo también se expusiera.

Un fragmento de una carta a su amigo Armenda sobre su padecimiento en 1798:

“Mi audición en los últimos dos años es cada día más pobre; los ruidos en los oídos se hacen permanentes y ya en el teatro tengo que colocarme muy cerca de la orquesta para entender el autor. Si estoy retirado no oigo los tonos altos de los instrumentos. A veces puedo entender los tonos graves de la conversación pero no entiendo las palabras. Mis oídos son un muro a través del cual no puedo entablar ninguna conversación con los hombres".

La palabra dolor viene también del verbo latín dolare que significa, desbastar. Desbastar es, según la RAE, disminuir, debilitar, gastar.

Imaginemos ese universo en el genio de Beethoven: el ser apasionado con el desgaste auditivo en constante disminución.

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Después de muchos años reviso la partitura de la sonata Patética. Veo los rayones, las correcciones, los acentos que coloqué en alguna ocasión que decidí interpretarla. Toco los dos primeros compases y como hace unos años, siento que nuevamente me sobrepasa, que duele lo suficiente.

Es difícil la música en ese sentido. Las interpretaciones no se exageran o se actúan, se viven, de ahí que siempre al tocar se corra algún riesgo: de perderse, de fracasar, de apasionarse, de doler.

Mi miedo a las piezas de Beethoven parte de las palabras de mi maestro y de una voluntad y comprensión de mis límites. Es saltar al abismo. Es percibir lo inconquistable.

Y regreso a la partitura con una finalidad: porque el dolor jamás se supera… porque el dolor nos conquista… nos suspende.