Saturday, 18 de May de 2024

Cultura para mortales

Miércoles, 19 Marzo 2014 08:37
Sarah Banderas

Cortando el cielo en globo

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El fuego abrasador que emana del quemador está a punto de rostizarme el cabello. En las indicaciones que enviaron por mail decía claramente “es importante que lleve una gorra o sombrero”. Yo cargo con uno de palma que me niego a usar porque imagino que podría arder más rápido. “No hay problema, puede ponérselo” me dice la señorita experta, pero me veo totalmente calcinada sobre el tejado de una casa. Mejor me aguanto el calor.

 “¿Cómo es posible que no se incendie el globo aerostático con esa llamarada inmensa?” es la pregunta que ronda por mi cabeza mientras la aeronave comienza a elevarse con delicadeza desafiando a la gravedad, cargando con una veintena de incautos que se despiden del suelo esperando volverlo a tocar pronto.

Las cosas se van empequeñeciendo. Por un instante puedo sentirme como Gulliver, imaginar que estiro el brazo y tomó con mi mano gigante los diminutos árboles, los diminutos autos, las diminutas casas.

Arriba se siente menos el aire que golpea el rostro. Hay más quietud, más armonía, más pureza. El silencio es interrumpido por el sonido del gas escapando a toda potencia para avivar las flamas que elevan el globo. La tranquilidad se perturba con las preguntas de los curiosos: “¿a cuántos metros estamos? Orita a cien más o menos” Los más osados quieren más acción: “Y en un día con menos viento ¿el globo puede subir más alto?”

Son apenas las siete de la mañana pero el sol ya lo cubre todo. Algunas nubes envidiosas nos impiden alcanzar el horizonte. El cielo caprichoso está encapotado.

De repente, como si uno se sumergiera en un remolino de mar donde los oleajes opuestos rompen en un mismo lugar, el globo entra en una zona de vientos y acelera el paso. El aire gélido da la bienvenida a los ingenuos que creíamos demasiado sencillo esto de volar un globo aerostático. La aeronave resiste los desafíos del aire pero el piloto se alarma “en diciembre del año antepasado nos agarró un viento que nos arrastró hasta por allá –dice señalado un lago que a la distancia parece un charco de agua–. Al aterrizar –continúa con su relato–,  la canastilla se volteó y todavía nos arrastró unos metros”. Un silencio inunda la inmensidad del espacio. Un mismo pensamiento nos une.

Busco a los guardianes incansables: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl pero se han escondido detrás de la neblina. La Malinche en cambio se asoma espléndida. Un insignificante cerro se encuentra frente a nosotros, pero no está dispuesto a quitarse del camino. “Espero que esta cosa tenga un volante para dar la vuelta” pienso mientras observo con diversión a los minúsculos hombres que caminan entre el campo.

El piloto del Globo Aerostático Cameron 400 (el más grande que existe en América Latina según palabras del propio conductor) se comunica con sus pares por walkie talkie “por allá no le des, había mucho viento hace rato que pasé… no pus cómo tú veas pero te digo que mejor por ahí no… bueno ahí tú decide” ¿qué pensarán los afligidos ocupantes de la susodicha nave al escuchar tales advertencias?

Disfruto ver cómo se aleja o se acerca el resto de la manada de globos. “Es como estar en un helicóptero pero sin ventanas” y recuerdo lo afortunada que fui al atravesar la Sierra Negra en helicóptero “pero con la sensación de que en cualquier momento la cabeza se me va a chamuscar”.

Desde siempre he sentido miedo a los aterrizajes. Dicen los expertos que es más peligroso el despegue, pero cuando voy en un avión imagino que desciende con tanta fuerza que rompe las pequeñas llantas y termina deslizándose de “panza” por la pista, destruyendo todo a su paso sin que nada pueda frenarlo (influencia de las películas hollywoodenses) .

Mi miedo en esta ocasión no fue menor. Poco a poco las cosas van tomando su tamaño natural. Encojo las piernas, me sostengo fuertemente de la canastilla y ¡zas! el primer golpe. La canasta cede al peso de los incautos que sobrevivimos y se inclina ligeramente, pero entonces el globo remonta el aire, recorre un par de metros a ras del sueño y ¡zas! el segundo golpe. Los gritos de terror alternan con carcajadas (la infaltable risa nerviosa en estos casos). Uno más, ¡zas! el tercer golpe, todavía tiene mucha potencia para frenar.

 Mi miedo se acrecienta con cada rebote. “¿Quieren que nos quedemos acá o mejor volamos un poco más y bajamos adelante?” escuchó incrédula al capitán que goza del pánico de la tripulación, pánico que no fue suficiente para evitar el “¡sí, más adelante!”. Cómo nos encanta sufrir…

…Entonces

Si tienen la oportunidad y están dispuestos a hacer el gasto (porque no es muy barato que digamos, y normalmente uno va acompañado) lo recomiendo mucho. En lo personal elegí el “globotour” en Huamantla, Tlaxcala para conocer otros aires. El lugar es lindo pero sopla fuerte el viento. Al investigar sobre los distintos sitios donde uno puede viajar en globo encontré Cholula, Teotihuacán e Hidalgo. Será una tarea difícil elegir entre los volcanes o las pirámides, por eso tendré que realizar ambos. Ni modo, me gusta sufrir.

…By the way

Y para no olvidar la parte cultural del blog (cada vez menor y cada vez más parecido a un diario de viajes):

La práctica de vuelos en globo aerostático está considerada como el deporte aéreo más antiguo del mundo, ya que data del año 1783 en Francia con 25 minutos de vuelo y siendo la primera nave aérea tripulada por el hombre.

El primer Aerostato en América Latina reconocido mundialmente fue volado en Xalapa, Veracruz el 19 de Mayo de 1784 por José María Alfaro, seis meses después que en Francia (http://www.vuelaenglobo.com/faqs.htm).