Conocer a la persona a través de otros: Inventando a Anna

Bryan Rivera González
Creditos: Rayas

Quienes lloraron por el amor y la muerte de los pasillos del Hospital de Seattle en Greys’ Anatomy —o incluso, quienes aborrecieron la trama por un falso exceso melodramático— tendrán en mente aquel nombre que durante años ha figurado en los créditos, aún por encima de otros longevos actores.

Shonda Rhimes es, indiscutiblemente, una de las mujeres más empoderadas dentro de la televisión y el cine. Hecha una máquina de historias que ha sabido reinventar —la mayoría de las veces— su serie sobre la vida médica durante 20 años.

Sin cadenas ni paredes, a través de su productora Shondaland, la oriunda de Chicago ha tenido la cabeza y el tiempo para abarcar otras tres series: Bridgerton, Scandal y ¿Quién es Anna?, cuyo nombre en México es Inventando a Anna.

La miniserie de Netflix, estrenada este mes, nos lleva por el camino hacia el patíbulo de Anna Delvey. Una joven improvisada, elegante y persuasiva, que logra estafar a la clase alta de Nueva York para posicionarse en esa delgada pero determinante triada del arte, la moda y la fama.

La narrativa es planteada por Vivian Kent, una periodista que lucha por hacer de la historia de Anna Delvey un artículo que la salve del desprestigio, tras un fallido reportaje que dejó severas heridas profesionales.

Ignorando ya la sinopsis, es destacable un planteamiento feminista mucho más detallado que en Grey’s Anatomy. No en tanto a una manifestación explícita de dicha causa, sino al papel que desempeñan los personajes.

No se requiere más de un episodio para notar que en Inventando a Anna las mujeres son el eje narrativo, circunstancial y hasta simbólico, ejerciendo como las dueñas de la clase alta donde Anna Dervey incursiona, ya sea a través de la moda o de la consultoría empresarial, dos disciplinas bastante unidas.

Los hombres nadan en un segundo plano, casi como personajes circunstanciales, lo que luce como una vuelta de tuerca, una revancha histórica, dado que ese ha sido el papel que se relegó a las mujeres durante muchos años en la historia del cine, cuando eran protagonistas de los estigmas machistas.

Sin embargo, el empoderamiento funciona en la serie como un tratamiento transversal de las situaciones y acciones de Anna, de sus enemigas, sus herramientas y amigas de la clase alta. El eje principal de la historia se encuentra en el nombre.Quién es quién? Una de las principales obstinaciones de la serie es definir la realidad como una observación vista desde una determinada perspectiva, un solo ángulo, cuya imagen puede variar, conforme al ángulo observado: una idea de relativismos, de verdades parciales, bastante frecuente en el periodismo y que, justamente, es empleada en esta historia.

¿Cómo sabemos que nuestro vecino es quien luce?, ¿Conocemos su vida a partir de la forma en que camina, en que pasea al perro, en que va a la tienda?, ¿O más lo sabemos por aquellas noches en que la música suena a todo volumen?, ¿Lo conocemos a partir de su hogar, o conforme a su desempeño laboral?

Bueno… Inventando a Anna toma la premisa de que las personas son a la vez el invento de sí mismas, permitiéndonos conocer de esa chica no lo que ella dice, sino lo que la periodista Vivian Kent va reconstruyendo con testimonios.

Que el eje narrativo se ancle en el avance periodístico es un recurso para expresar esta intriga sobre la personalidad y, también, para retener la atención del espectador. Es más bien una forma de contar la historia, un recurso dramático, ya que la presencia de la periodista no tiene grandes implicaciones en la historia de Anna, cuando, en cambio, exalta y romantiza la profesión.

El cine como aprendizaje

Los férreos defensores del cine tradicional esgrimen que el cine, si no te deja un aprendizaje, o mejor aún, una duda, es un producto estéril. Se desprende que el séptimo arte se amalgama al resto de las expresiones artísticas no solo por las herramientas heredadas, sino por su capacidad de acariciar o sacudir consciencias.

De esa manera, el cine adquiere su forma pedagógica como manual audiovisual en la develación, mediante diálogos o de forma encriptada, de aprendizajes-consejos sobre distintos ámbitos, a veces planteados desde la crítica. Inventando a Anna lo afirma. Bastará con prestar atención a Anna para notar un escueto esbozo sobre el comportamiento de las clases altas; en específico, de cómo persuadirlas.

Precisa cómo identificar a los embusteros, qué hacer para no ser descubierto, cuáles son los errores que habrán de evitarse y, sobre todo, la firmeza que deben tener los temperamentos en las negociaciones. ¿Ejemplos? Bastantes: en el segundo capítulo, durante una cena, la voz en off de un amigo de Anna indica que los nuevos ricos compran el vino más costoso en un intento por amalgamarse en el ambiente, delatando su condición.

Dicho lo anterior, Inventando a Anna tiene recursos considerables, aunque se estrella con el poco desarrollo que sufren otros personajes, quienes son usados solo como figuras pivote que ayudan a librar un obstáculo, cuando la propia historia plantea la posibilidad de desarrollar sus respectivos pasados y presentes, sin apartarse de Anna.

A su vez, Shonda Rhimes replica la tendencia ya vista en Scandal —aunque con otro tratamiento— sobre la mujer que habrá de librar obstáculos para mantener y defender el estatus de las élites norteamericanas. Si no se cuidan las formas, pero sobre todo, los temas, la creativa de Chicago corre el riesgo de caer en el insondable pozo de los lugares comunes: cementerio de múltiples cineastas que, actualmente, sin reinventarse, solo dependen de sus legados.

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