26 de Abril del 2024

El complejo de inferioridad del mexicano

Por Betzabé Vancini / /
El complejo de inferioridad del mexicano
Foto: Especial
Tú, yo y el Ello...

Algunos le llaman ‘malinchismo’ y lo describen como esa tendencia cultural que tenemos en México a preferir siempre a los extranjeros encima de nuestros connacionales. Esa idolatría a los rasgos europeos y el desdén a nuestros rasgos prehispánicos.

Si retomamos un poco de historia, recordaremos que la Malinche fue aquella mujer indígena que fue entregada a Hernán Cortés y que le serviría como intérprete para concretar la conquista de los pueblos originarios. La Malinche, cuyo nombre original se cree que era Malinalli, fue bautizada como Doña Marina y se convirtió en concubina de Cortés, con quien tuvo un hijo. Y, dejando de lado los posibles errores que contenga la historia, ahí empieza nuestra constante búsqueda de ser aceptados por otros países del mundo, como si México fuera poca cosa.

México, entrada a Latinoamérica y uno de los países más ricos en recursos naturales de la región -quizá sólo superado por Brasil, aunque el índice de analfabetismo ahí es mucho mayor-, cuna de grandes personajes de la literatura, el cine y las artes. Deberíamos estar orgullosos del legado cultural, gastronómico y lingüístico que tenemos, sin embargo, nuestro orgullo nacional se reduce al 15 de septiembre y a los días que juega la selección.

Dejando de lado la historia y la economía global, me gustaría explicar el fenómeno del malinchismo en términos psicológicos, así que trataré de hacerlo de la manera siguiente:

Lo que llamamos malinchismo, es en realidad, un enorme complejo de inferioridad. Es la creencia constante de que todo lo que viene de afuera -o casi todo- es mejor que lo que se produce aquí, incluyendo a la gente, como si fuéramos poquita cosa. No es raro que me encuentre en eventos sociales en los que la presencia de una extranjero, cualquiera que sea su origen, se hace notar de forma exacerbada. “Mira, te presento a EQUIS, mi amigo alemán/español/estadounidense/argentino/coreano/lo que sea”, como si el simple hecho de ser de otro país le hiciera un personaje especial.

Tenemos un eterno enamoramiento con los apellidos extranjeros aunque a veces no los sepamos pronunciar y tenemos también una obsesión absoluta con cambiar de nacionalidad por cualquier medio posible. ¿Qué pasa? ¿Es acaso que decir que somos mexicanos no es suficiente? Una cosa es conocer la historia familiar y otra muy distinta estar sacando a colación en cada oportunidad que nuestro tatarabuelo era de otro país. Estudios recientes de genética han demostrado que el 82% de la población mundial tiene mezclas raciales y que la mayoría de nosotros no tenemos ADN de donde creemos tener. Sería muy interesante que le hicieran uno de estos test al señor Trump para explicarnos el origen de su piel naranja y bajarle un poco sus humos racistas.

Siguiendo con el complejo de inferioridad, nos referimos a nuestros compatriotas de origen indígena como “inditos”, a los tonos de piel como “morenitos”, y encima de todo, le echamos los estándares de ‘belleza’ internacionales: “es morenita pero esta bonita”. Nacer con el cabello rubio o con ojos claros ya es un pase automático a la ‘superioridad’ en este país.

Y hablando de superioridad, dicen varios autores que a modo de defensa del complejo de inferioridad, viene siempre el complejo de superioridad en el que, por cualquier motivo real o imaginario, las personas se sienten merecedoras de un trato especial. Eso sucede con frecuencia en México, en el que tratamos de ‘compensar’ nuestro origen con cualquier cosa que nos distinga del resto: haber viajado fuera del país, tener determinada fisonomía, hablar otro idioma, usar marcas internacionales... lo que sea es bueno. Ninguna de estas cosas están mal en sí mismas, adquieren este matiz negativo cuando la motivación para hacerlas es negar nuestros orígenes. Regateamos el trabajo de los artesanos pero pagamos lo que nos piden las tiendas por cosas de importación. Ni hablar de las Malinches modernas a las que se les aplaude por haberse casado con un extranjero -aunque a veces ni parezca-, siempre y cuando hayan logrado que las sacaran del país. O las personas que anulan su primer apellido para que sobresalga el segundo que tiene otro origen ajeno al castellano o ‘es menos común’.

En fin, podría escribir 20 párrafos más de ejemplos. Ya sé que ahora sí me fui de largo pero en los últimos días me ha tocado presenciar cosas de esta naturaleza y me causa indignación y tristeza. Cuando era muy pequeña, mis padres se esforzaron en mostrarme lo maravilloso de nuestra cultura, fuimos de viaje a varios estados de la República y a muy temprana edad conocí ruinas arqueológicas. Mi papá siempre nos decía: “primero conoce tu país y después conoces otros.” Qué afortunada me siento de haberle hecho caso.

Ojalá lleguemos a un punto en el que nos demos cuenta que el color de la piel no nos hace mejores o peores. Ojalá entendamos que los apellidos son un mero accidente histórico y que lo importante es la cultura donde crecimos en lugar de negar nuestras raíces que son profundas y hermosas. Ojalá dejemos de aspirar a que nos acepten los de afuera y empecemos a trabajar por la integridad de los de adentro.

Como siempre, estaré atenta a sus comentarios y preguntas -y seguro en esta ocasión hasta mentadas- vía Twitter. Me encuentras como @betzalcoatl


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