Saturday, 18 de May de 2024

La panza del gato

Domingo, 25 Noviembre 2012 21:43
José Rolando Ochoa Cáceres

¡Bajan!

Por :
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¡Sí pues´n!

¿Quién alguna vez en su vida no se ha subido a un camión urbanón, que lleva números enormes en el frente y resguarda las imágenes que van desde el niño gordito enojado que te amenaza de golpes hasta nuestra virgen de Guadalupe?

Y tú, estimado lector te preguntarás ¿para qué te cuestiono dicha actividad? Y te digo que de alguna forma te sentirás identificado mientras lees.

Y es que, es memorable ese momento, cuando uno apenas abordas con un pie el camión cuando este —con el fondo musical de cumbia desgarradora— avanza con el conductor transformado en Vin Diesel y agárrate del tubo o de la puerta o de la señora que ya te vio con ojos de ándele mi rey (piensa que si no pones a prueba tus reflejos felinos, seguro vas a parar al cemento repitiendo una que otra palabra de dolor grosero).

Ya que estás arriba y ves al conductor que te suelta sonrisita de “ya casi te caes, ese”, le pagas tu pasaje y dependiendo si hay mucha gente o no, buscas dónde sentarte o, si el caso es que vayas parado, pues a quién juntarte porque luego ya ni sabes.

Nunca faltan los pasajeros que van comiendo una cemita, los que van hiper dormidos, los novios que hasta te volteas para no incomodarlos, el clásico baterista que tiene sus audífonos puestos y se siente Tommy Lee, la señora que acomoda su bolsón tamaño boiler en el asiento de junto (ni se te ocurra decirle que te dé chance) o los morritos embarra mocos por todos lados. Aunque también, no faltan los fresitas que con una enorme papa bucal se engalanan de sus aventuras metafictícias y narran cosas como: mira “WEY” qué onda con el camión — o sea, mejor le hubieras dicho al Rafis Uzcanga Larreguington o a Miroslava de los Montes Franceses Medievales que nos diera aventón—.

El caso es que, inolvidables son esos momentos de travesía, en los que todos haciendo sus actividades camioneras no se percatan de cuando nuestro Darth Vader enojado (el conductor de cualquier ruta) mete un frenón de aquellos y algunos afirman las leyes de la gravedad y otros como que se suspenden y los ves de “órale, ahora ya andan encimaditos” (toque romanticón: qué casualidad, nuestros brazos se rozaron o, ay disculpe, no quería besarla)

Por supuesto que es en ese momento cuando la cemita se va para abajo, los dormidos se pegan en el vidrio, en el tubo o en otra persona, el baterista comienza a decir groserías, los novios hasta se muerden con mayor intensidad, el bolsón tamaño módulo lunar se cae y pues hasta el peine y el cortaúñas se pierden y los morritos resultan embarradillos de sus mocos o de plano, se pegan y se echan a llorar y uno piensa “ya es hora de bajarse”.

El conductor le pisa nuevamente y mientras cuentas las calles que faltan, caminas, aprietas el botón, no lo escuchas, gritas cual bárbaro “BAJAN” y otro frenón, y la historia se repite.

Al comenzar a descender, te agarras hasta de lo imposible para sorprender al conductor de que tienes un equilibrio como para que te contraten en el circo y cuando pones un pie en el pavimento, el acelerón rápido y furioso se hace presente y una de dos, o vas para abajo con categoría o ya de plano hasta te levantas de rápido y pues una muestra de afecto con las manos ¿no?

Moraleja Panzera:

No comas cemitas en el camión. Mejor unas chalupas para que, cuando suceda el frenón, pues un bañito de salsa y cebollita no caiga mal. Y por cierto, ya si vas a ensuciar, pues una coquita de 600 ml sin cerrar no estaría nada mal.

Consejo:

Aguas con los mareados que luego para qué te cuento.