La hija oscura y la pregunta sobre ser madre 

¿En qué consiste ser madre?

¿En replicar el canon —a veces insufrible— de la mujer abnegada, en esa perpetua batalla por el rol que habrá de desempeñar socialmente contra los propios deseos?  

La hija oscura, filme recién estrenado en Netflix, es parte de la actual diversidad del cine, modificada para incluir las voces de una visión no patriarcal, de una otredad claramente invisibilizada, que bien sirve para abarcar una totalidad de lo que significa ser humano, dentro de sus distinciones de género. 

Es una película sobre un octaedro femenino: aquellos múltiples rostros, frecuentemente contradictorios, que habitan dentro de una madre que quiere vivir pero que, a la vez, debe permitir vivir. 

Es la pugna de quien busca ser más que progenitora, desplegarse; librarse de condicionamientos, del cansancio, el fastidio, el enojo, pero también, de la alegría implícita.

Esta es la primera impresión, al observar que Leda, una profesora de literatura, asiste a una isla casi paradisiaca de Grecia a pasar sus vacaciones, donde conoce a Nina, una joven madre que pasa los días cuidando a su hija, ante el implacable escrutinio de la familia que la acompaña.  

Leda observa en Nina al espejo de lo que fue en su rol de madre: la vigorosidad juvenil que lentamente se agota, el ímpetu erótico contenido por las paredes del deber materno.

En esto es donde particularmente se anclan los análisis sobre el firme, en esa “parte oscura” que ocultan las progenitoras, en los tiempos actuales de liberación y crítica feminista. 

Sin embargo, existen detalles que, justamente, abren las interrogantes planteadas al inicio de este texto. 

Habrá que hacer una pequeña acotación: en cine, nada es casualidad. Las referencias a algún escritor en pantalla frecuentemente guardan, en cada palabra, el eje central de la obra, es decir, el tema principal. Se trata de una intención que a veces es ajena a pretensiones intelectuales. 

Dicho eso, podría pasar desapercibida aquella escena donde Leda Caruso —en su lejana pero cercana juventud— acude a un coloquio sobre filosofía, donde su futuro amante alude a un par de autores que disertan sobre la atención y el empeño que ponemos en alguien. Así lo plantea el letrado profesor Hardy, citando a la filósofa francesa Simone Weil: “La atención es la forma más rara y pura de generosidad”. 

La hija oscura cuestiona en qué consiste ser madre, y da la respuesta: una madre no se mide por renunciar determinadamente a sus deseos; madre es quien, “aún en crisis” —citando el diálogo—, intentando ser ella misma, entrega la única joya que posee: su atención, una capacidad que no se pide tanto por la presencia física y sí por la cercanía emocional. 

Los ejemplos abundan: dinámicos flashbacks donde Leda, pese a su enojo, su fastidio, su falta de tiempo, dedica espacio a sus dos hijas; que pese a huir por años con el amante, supo regresar con ellas al extrañarlas ardientemente. También, en la escena final donde platica alegre y afectivamente con ellas, como si nada importante hubiese cambiado. 

Más que enseñar las “dos caras” de la maternidad, la obra juzga la manera en que socialmente percibimos a quienes vemos “obligadas” a todo sacrificio a favor de una creciente familia. 

Vale resaltar que la historia sufre de algunas inconsistencias, como el abismal cambio de temperamento entre Leda adulta y joven, cuya causa no se justifica en ninguna escena y que nada tiene que ver con el paso del tiempo. 

Fuera de ello, se trata de una película cuyo tiempo es más ágil en el flashback que en el presente; un producto que no es excelente en cuanto a su construcción fílmica, pero que cumple su meta de sacudir las consciencias. Lo ideal: recomendarla a quien apuesta por la familia convencional.  

También es prudente preguntarnos: ¿cuál es la armonía entre ser madre y satisfacerse así misma? 

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