En alguna ocasión Víctor Pérez Dorantes, quien fuera destacado jefe de la agencia antisecuestros de Puebla durante tres sexenios, me comentó un dato revelador: “cualquier persona en determinado momento puede ser un homicida, pero no cualquiera se convierte en un secuestrador”.
Efectivamente, cualquier persona en una situación que causa una alteración emocional radical puede incurrir en un homicidio, un asesinato.
El esposo al encontrar a su cónyuge en un acto de infidelidad o la madre que trata de proteger a su hija de un intento de secuestro; las motivaciones pueden ser variadas.
La legislación mexicana establece claramente el precepto jurídico de “estado de emoción violenta”. En nuestro país hay abundante jurisprudencia sobre el punto, mismo que se debe comprobar mediante periciales en psicología y de trabajo social.
En cualquier situación de ese tipo una persona con una vida normal se puede convertir en un homicida en un instante.
Pero el secuestrador es otro tema.
Ahí ya existe una premeditación; todo un razonamiento con la dolosa y perversa intención de someter a una persona y a su familia para obtener un lucro.
Sin embargo, lo que parecía ser el delito más grave quedó rebasado por la desaparición.
En muchos casos de desapariciones ni siquiera existe la intención de obtener un lucro o ganancia monetaria.
Los “levantones” y desapariciones son una especia de “deporte” para las organizaciones criminales. Tienen los vehículos, las armas, casas de seguridad y las palas para enterrar a víctimas a las que asesinan sin razón, ni motivo real.
En el país de las desapariciones y las fosas clandestinas poco se investiga y mucho menos se conocen los motivos que llevan a criminales a “levantar” a una mujer o un hombre en cualquier esquina, torturarlo en una bodega clandestina y luego llevarlo a un paraje alejado para enterrarlo.
¿Qué mueve a esos asesinos? ¿acaso es una estrategia criminal para infundir terror en la sociedad? ¿es una forma de “calentar la plaza” como refieren los mismos delincuentes?
Cuando son enfrentamientos entre células los cuerpos quedan sobre la cinta asfáltica, en las banquetas, en las bodegas.
Pero las desapariciones son otro escalón.
Ahí el objetivo es causar el mayor daño posible a las familias afectadas.
Todo indica que es una estrategia expresa para infundir terror en la sociedad como describe minuciosamente el libro “Ni vivos, ni muertos” de Federico Mastrogiovani.
En algunas ocasiones, como en el sexenio de Graco Ramírez en Morelos la misma fiscalía hace todo lo posible por encubrir los números reales de desaparecidos que llega a niveles inimaginables.
Ahí está el caso de las fosas de Jojutla y Tetelcingo donde el mismo gobierno estatal enterró los cuerpos de personas desaparecidas para ocultar la catástrofe humanitaria.
Si en realidad la Corte Internacional de La Haya -a la que ahora pertenece la mexicana Socorro Flores Liera-, hiciera su labor, Graco Ramírez sería ser enjuiciado por crímenes de Lesa Humanidad. Pero el político criminal ahí anda disfrutando de sus ganancias mal habidas.
En este momento hay otros casos de total apatía ante las desapariciones.
En Tlaxcala se esperaba que la gobernadora Lorena Cuellar Cisneros encabezara una gestión con sentido de género, solidario con miles de mujeres que son explotadas por los lenones de Tenancingo.
De acuerdo a medios internacionales en ese municipio tlaxcalteca está el centro de operaciones de una de las mayores redes de trata de personas a nivel mundial.
Subrayo mundial.
Mujeres que desaparecen en Puebla, Chiapas o Veracruz y son enviadas hasta Nueva York y otras urbes de la Unión Americana.
Tlaxcala es la demostración de un estado primitivo donde los lenones imponen su ley por encima de una gobernadora a la que ven como un florero.
Es claro que no cualquier individuo puede ser un secuestrador; como tampoco puede perpetrar la desaparición de una persona.
Se trata de células criminales que tienen los recursos y la facilidad para hacerlo.
Detrás de cada desaparición hay un grupúsculo del crimen organizado.
Así debe ser considerada e investigada.
Mientras tanto por todo el país siguen surgiendo colectivos de madres que con pala en mano buscan a sus hijos en terrenos y parajes alejados.
La catástrofe humanitaria, lo que en Cúpula hemos denominado el Holocausto Mexicano no se observa en otro país del orbe.
Ni en Medio Oriente, ni en África hay tal número de organizaciones de madres que con sus manos rascan el suelo buscando a sus hijos.
Esta es la tragedia de México.
El episodio negro que verdaderamente pasará a los capítulos vergonzosos de la historia.
Como siempre quedo a sus órdenes.
Tw @CupulaPuebla
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