Quizás las esperanzas se van desvaneciendo:
que ya no seríamos tan pobres
que ya no habría violencia
que las brechas se irían cerrando.
Quizás la promesa de acabar la corrupción se va desdibujando
porque Bartlett, porque la Función Pública, porque Emilio Lozoya, porque una cena en Nueva York.
Que la voluntad de eliminar cacicazgos es intangible porque la CNTE;
que el compromiso de no más imposiciones es aplazable porque la reforma educativa;
que el anhelo de los abrazos no se vislumbra porque Veracruz.
Pero hay una esperanza que nos mantiene vivos
porque necesitamos creer y sanar,
resucitar los lazos y la humanización,
remendar la deshilachada justicia:
encontrar a nuestros 43, donde sea y como sea, borrar su desaparición, traerlos de vuelta y dignificar su partida:
“Están en algún sitio
nube o tumba
están en algún sitio [...]
allá en el sur del alma
es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio” (Benedetti).
Porque cuando una a una las esperanzas de transformación se desvanezcan,
prevalecerá aquella de encontrarlos porque necesitamos creer y sanar,
y ese,
ese quizás sería el mayor legado de AMLO.