Cuenta la leyenda—la recuerdo vagamente—que la joven Perséfone quedó tan impresionada de su visita al Inframundo—tanto, de sus yacusis halados y de sus saunas de vapores sulfurosos; tanto, de sus miradores con vistas al Día del Juicio—que adquirió un tiempo compartido en la Via d’Amore para vacacionar seis meses al año, tiempo aciago en el que su madre, Deméter, afligida por su ausencia, se desentendía de su divina obligación de proveer de alimento a los hombres.
Los antiguos griegos acompañaban en su dolor a la diosa de la agricultura celebrando, cada año, a principios del otoño, las Tesmoforias, fiestas en las que las mujeres de las polis llevaban a cabo misteriosos rituales y horrendos sacrificios para implorar por el regreso de La Doncella, pues con su ascenso del averno reiniciaría el ciclo estacional, volverían el sol, el calor y las lluvias, reverdecerían los árboles y los campos, y abundaría, nuevamente, la comida.
La muy moderna celebración del Día de la Tierra me recuerda a aquellas fiestas que, como se observa, giraban en torno a la cuestión de la disponibilidad de los recursos. El día en el que los políticos descubren su faceta ambientalista y, en las escuelas, los maestros dan lecciones sobre cómo lavarse las manos y los alumnos dibujan planetitas sonrientes fue propuesto por Gaylord Nelson, en 1970, en una época en que ésta problemática se analizaba exclusivamente desde el punto de vista neomalthusiano, según el cual, puesto que la población mundial crece exponencialmente mientras que los recursos se renuevan linealmente, la única solución sería ¡reducir la población!; éste, sin embargo, la abordaría desde una perspectiva novedosa:
Si bien, no objetaba la idea de que al planeta no le vendría mal tener menos bocas que alimentar, Nelson argumentaba que los patrones insostenibles de producción y de consumo influyen de manera más determinante en el desequilibrio entre la oferta y la demanda de recursos que la (supuesta) sobrepoblación humana; de tal suerte que, por ejemplo, en lugar de intentar limitar el número de personas que tienen la mala costumbre de comer tres veces al día habría que impulsar prácticas agrícolas sostenibles o, en vez de buscar reducir la cantidad de personas que gustan de bañarse con agua caliente, habría que promover fuentes de energía renovable y tecnologías más eficientes en términos energéticos.
Nelson, pues, abogaba por encontrar formas creativas de satisfacer plenamente las necesidades humanas actuales sin comprometer las futuras desde un enfoque holístico que en el que se procuraría el cuidado del planeta sin descuidar el desarrollo económico y social de los países y, sobre todo, sin menoscabar principios éticos FUNDAMENTALES relativos a los derechos, a las libertades y a la dignidad de las personas.
Últimamente, noto, sin embargo, que las ideas del estadounidense han sido tergiversadas con fines perversos que no tienen nada que ver con el cuidado del planeta, pero esa teoría conspiratoria la discutiremos en otra entrega.
MANTENTE AL DÍA CON TODO LO ÚLTIMO EN NUESTRO CANAL DE TELEGRAM
Te puede interesar: