Puebla, 25 de abril del 2024

Chinguen al Vento

Por Yonadab Cabrera / /

Esta columna está dedicada a mi querida Gitana insurrecta, mejor conocida cómo Mónica Franco.

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Esto ocurrió hace cuatro meses aproximadamente. Fue justo en ese momento cuando dije “a la verga el Desarrollo Humano, soy un loco psicótico”.

Verán:

Era un domingo normal, soleado, de esos en los que no me baño y siento que todo el cuerpo me pica.

De esos domingos en que lo mejor sería quedarte en cama con la pijama puesta, pero el deber llama y tenía que trabajar para además ir a la oficina.

De las tantas cosas que odio, que de verdad me molestan o me pueden poner de pésimo humor, es el hecho de no bañarme y sentirme awevonado, era tanta mi flojera que no podía ni con mi alma. Con todo ese pesar, salí de mi casa y conduje rumbo a la oficina.

Ya estaba de mal humor, ni yo me aguantaba, para variar lo que ahora veo como un asunto tonto, ridículo o insignificante, en aquel domingo de hace 4 meses fue una situación que me sacó completamente de mis casillas.

Un Vento gris.

Sí, un Vento gris estacionado en la entrada a Plaza del Sol Finanzas.

Un Vento gris estacionado en la entrada a Plaza del Sol Finanzas que me impedía entrar.

Y en consecuencia, no podía estacionarme, abrir la oficina y ponerme a trabajar, pues para colmo ya iba tarde, ya se me había hecho tarde.

Vi que el asiento del conductor estaba ocupado. Vi que la persona que ocupaba el asiento del conductor miraba por el retrovisor.

Claro, la persona que estaba en el asiento del conductor mirando por el espejo, se había percatado de que había un auto atrás del suyo esperando a que se moviera unos centímetros para entrar.

La persona que descubrí que era una mujer, ni se inmutó, pasaron los segundos que para mí fueron una eternidad, ella simplemente no se movía, parecía que esperaba a alguien que estaba en Banorte, pero no había nada que impidiera que avanzara unos metros.

Salió un señor y pensé que se subiría al Vento, pero no solo caminó. Entonces le hice señas, captó mi mensaje y le dijo a la señora que se moviera. De pronto sentí que la sangre me hervía, un cosquilleo recorrió mi cuerpo, el coraje fue invadiendo de pies a cabeza, solo era molestia, era ira.

¿Qué me hizo enojar?

“Que se espere el pendejo, si no me voy a quedar aquí todo el tiempo”, gritó con tanta violencia que me provocó todos los sentimientos antes descritos. Ya no me pude aguantar las ganas y reviré:

“¡Quítate, pendeja. Déjame pasar!”, le grité iracundo en el mismo tono y ella solo agitaba su mano derecha en lo alto, veía cómo bailaban sus pulsera de un lado a otro cómo si me tirara de a loco.

Recuerdo que apreté los dientes, me molesté más y sin meditarlo, sin reflexionar sobre lo que hacía, solo dejé que mi cuerpo y emoción me llevaran. Le empecé a tocar el Clackson, aceleraba para que se quitara.

Intenté atemorizarla y ocurrió lo peor. Le eché al Suertudo, mi March blanco, y lo empecé a tallar en su defensa trasera, nuevamente sentí que pasaron horas, no sé en realidad cuánto tiempo fue. Al final se quitó, avanzó unos metros.

Luego ella se bajó de su carro y la vi: una mujer sonriente de dientes grandes, rubia y ojos pequeños “¡Era yo, yo soy la loca!”, expreso con una gran sonrisa Mónica Franco.

“¡Ay mi Moni, no mames qué pena, perdóname, de verdad lo siento mucho! Neta qué vergüenza, hay que comer la próxima semana, yo te busco, vamos. Muak, muak… besos”, y me metí a la plaza.

Sí, era Mónica Franco, una gran amiga a la que le terminé rayando el carro y ya no supe de ella.

Moraleja: Relájense, la cosa es tranquila.

¡Claro! Chinguen al Vento.

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