Puebla, 25 de abril del 2024

Dame más gasolina

Por Yonadab Cabrera / /
Dame más gasolina
Foto: Central

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Ahora sí me sudó.

La neta, el chiquito se me hizo bien chiquito.

Sentí una ansiedad y angustia como nunca en la vida.

Solo se me venía a la mente tararear “Carcacha, paso a pasito, no dejes de tambalear”.

“Carcacha poco a poquito no nos vayas a dejar”.

Pero por más que intentaba repetirla en mi mente con singular alegría, no podía. Más bien el tono era de desesperación, de angustia.

Creo que conforme la iba tarareando, una expresión de miedo se dibujaba en mi rostro, y se me iba quebrando la voz, me iba desencajando.

¿Alguna vez han sentido esa angustia de que se puedan quedar en medio de la nada?

Sí, para variar no pensé que me fuera a quedar sin gasolina, que me alcanzaría para llegar a mi destino. Eran las 9 de la noche del sábado y en la carretera sólo estábamos el Suertudo -mi coche-, mi alma, yo, y una larga carretera sin fin.

Tontamente creí que la gasolina me alcanzaría perfectamente para llegar a mi destino: “Ándale Suertudo, tú puedes, No me dejes aquí votado”, “Vamos Suertudo, un poco más y ya llegamos”, “¡No mames Suertudo, si llegamos te mato un pollo!”.

Eran las palabras que repetía incansablemente mientras acariciaba o le daba golpecitos al carro. Intentaba mantener la calma, pero mi cuerpo reflejaba otra cosa.

“Ahora sí ya me dejó”, “Ya valí 3 hectáreas de verdura”, “¡Me van a violar!”, eran los pensamientos trágicos que pasaban por mi mente cuando veía que parpadeaba la última rayita del marcador de gasolina.

Se me hacía un nudo en la garganta, sentía que las fuerzas me abandonaban, en cualquier momento me desvanecería, pero intentaba mantenerme fuerte, a punta de cañón.

Hasta que, por fin, ahí estaba, sentía que era la entrada al paraíso, la luz al final del túnel, el gasero se me figuraba a San Pedro. Y cuando parecía que ya mi problema estaba resuelto, otra vez llegó la angustia.

En la cartera no tenía ni un solo peso: “Te pago con tarjeta, buen hombre”, le dije al gasero que se me figuraba a San Pedro… “tarjeta rechazada”, “Rechazada”, “Otra vez rechazada”, me retumbaban esas palabras en los oídos.

¡Qué putas mamadas! No tenía ni un solo peso, no tenía cómo cargar gasolina y estaba en medio de la nada, en la única gasolinería a kilómetros de distancia, además de que era una noche fría.

Llamé a mi hermana para que me hiciera una transferencia en chinga, pero no me contestó. Llamé a Viridiana Lozano y tampoco me contestó. Ya no sabía qué hacer, a quién acudir o llamar.

Ya me había dado por vencido, pero abrí el WhatsApp y leí “En línea”. Sí, era La Viris: “¡Ay, amighola no me pela, no me hace caso, me ignora!” (Léase en tono de reclamo).

“Amigholo, aquí estoy, es que estaba durmiendo a los bebés” (léase en tono de Viridiana Lozano). Y sin esperar más le dije: “¡Auxilioooooooo! Estoy en medio de la nada sin dinero ni gasolina, por favor, por lo que más quieras buena mujer, hazme una transferencia para cargar gasolina”.

“Amigholo ahora mismo la hago, pero solo tengo 200 pesos”.

“No importa lo que sea, pero ya por favor, ayúdame a salir de este túnel, de este vacío, de este limbo que me volveré loco”.

Y por aquí cayeron los 200 pesos a mi tarjeta, en chinga cargué gasolina y me fui. El alma, el aliento, el color y todo me había regresado, ya no sentí miedo, ansiedad ni angustia pero me seguía sudando.

Moraleja: Carguen gasolina, no se confíen.

¡Claro! Chinguen al guapo.