Eso de iniciar el 2022 con el pie derecho es solo un sarcasmo, pero como dice mi mamá “agradece a Dios que tienes salud”. Pero no les ha pasado que de pronto sienten que se les juntan todos los males a inicio de año, sobre todo el económico.
Fíjense que hacía mucho, pero mucho, mucho tiempo que no empezaba un año con cierta carencia económica, más bien eso fue mi culpa por no controlar mis gastos y más gastos y pensar que el dinero es una fuente inagotable. Aunque hoy no les vengo a contar sobre esta situación, sino de algo muy chistoso y peculiar que me sucedió hace dos días.
Jamás pensé que la expresión “Solo falta que me orine un perro” tuviera algo de real, aunque si la inventaron fue por una razón, y en efecto, los perros te pueden orinar; lo peor del caso es cuando ni cuenta te das y de pronto sientes algo mojado y calientito y ya estás todo empapado de orines perrunos.
Todos los días salgo a caminar con mis dos hermosas perras: Serafina —una Schnauzer plata— y Bella —una hermosa Husky que todos chulean— a veces se nos pega la gata Greta que más que gato parece perro, solo le falta ladrar, pues te sigue y es tan fiel como un perro, solo que escala muros y brinca muy alto, pero hasta me acompaña a la tienda.
El caso es que salimos a caminar por la noche al parque para perros que hay en mi fraccionamiento. Íbamos muy contentos los tres. Era una noche fresca, sin frío, el clima muy agradable y fuimos precisamente como a las 10:30 de la noche ya que no hay perritos, pero jamás nos imaginamos a quién nos encontraríamos.
Hay un perro, también Husky, que nos cae muy mal a Serafina, a Bella y a mí, porque es muy encimoso con las dos primeras. De verdad no lo toleran, es fastidioso y casi nadie lo quiere, su nombre es Rocky. Entramos al parque de perros pero ya era muy tarde para cuando me di cuenta. Rocky estaba hasta el otro extremo, de inmediato olió a mis niñas y se abalanzó sobre ellas, ya era bastante tarde, nos había olido, visto y alcanzado.
Ya no pudimos huir. Incluso, la expresión de Bella y Serafina fue de desagrado hasta intentaban esconderse de él pero era imposible, y optaron por ponerse atrás de mí, por resguardarse a mis espaldas, se pusieron justo entre mi cuerpo y la cerca del parque, por más que Rocky intentaba librarme para fastidiarlas no podía, yo no lo dejaba.
Pero algo ocurrió, tuve un momento de distracción, volteé la mirada, pero les juro que fue cuestión de segundos, miré hacia la avenida. No recuerdo qué pasó que me hizo voltear, y de pronto empecé a sentir un líquido caliente deslizándose por mi pantalón.
Se me hizo raro, nuevamente volteé y ahí estaba el puto perro, vengándose porque no lo dejé acercarse a mis niñas, el cabrón tenía la pata izquierda levantada orinándome. Sí, el muy hijo de la chingada se atrevió a orinarme “¡No, Rocky! ¡No mames, Rocky!”, grité emputado y lo que le sigue de encabronado, la neta me daban ganas de patearlo pero ahí estaban sus dueños y me dio pena, más pena me dio a mí que a ellos que no se inmutaron ni hicieron nada solo salió de sus dulces voces un ¡No, Rocky, ya orinaste al vecino! (léase en tono suave, dulce, de mamá consentidora. Les juro que más pinche coraje me dio la pasividad de los dueños que el hecho de que el perro me haya orinado.
No conforme con eso, después me brincó el perro, recargó sus patas delanteras sobre mí y me llenó de lodo y miércoles, además que rasgó mi chaleco. Por supuesto, yo estaba que lo quería quemar en leña verde; lo único que se me ocurrió hacer fue sacar a las perras ponerle las correas e irme corriendo a casa a llorar del coraje.
Pero ahí estuvo mi venganza para los dueños del dichoso Rocky, porque como el perro no sabe andar sin correa y se echa a correr, al dejar abierta la puerta del parque se salió y mientras yo me alejaba con mis niñas solo escuchaba gritos y más gritos “¡Rocky, Rocky, que vengas pinche perro!”, eran los dueños correteando al husky.
Moraleja: Aléjense de los Rocky.
¡Claro, chinguen al guapo!