Con el morenovallismo no sólo incrementaron su poder varios personajes que auspiciaron bandas delictivas en la capital de Puebla.
No, no sólo pasó eso de generar grupos de choque, que después pidieron a cambio ciertas zonas de la ciudad para la libre venta de droga en el norte, sur, oriente y poniente de la capital.
Además, el penal de Puebla se convirtió en el epicentro de la delincuencia.
Aquellos que terminaban en la cárcel, si eran de esos grupos privilegiados, tenían opción de entrar a un mundo bastante acomodado.
Así es, en San Miguel los negocios ilícitos no terminaban.
Varias bandas delictivas siguieron trabajando, forjaron estrategias, alianzas e incluso determinaron territorios y se los repartieron.
Al penal entraban y salían los líderes de distintas bandas e incluso le pusieron nombre a su organización, le llamaron “El Cártel Puebla” y aseguraron que ya tenían dividida toda la capital del estado.
Además, los reos de “renombre” tenían trato preferencial.
Les permitían vidas holgadas, borracheras sin fin y podían mantener contacto con todos sus amigos, novias y familiares.
Vivían en departamentos que se mandaron a construir para estar más cómodos.
El penal se volvió el paraíso de lo ilegal en Puebla. Siguió la venta de celulares, el consumo de alcohol y entrada de todo tipo de drogas y objetos prohibidos.
Esa fue una realidad que prácticamente se heredó durante las varias administraciones de la Dirección de Centros Penitenciarios.
¿Cómo fue que tantos funcionarios no vieron esto?
Apenas pasó un mes que llegó Raciel López Salazar a la Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Puebla se puso orden con dos movimientos.
Movieron a dos reos, Arturo Aparicio y Eduardo Flores.
Con esas dos piezas que en el Penal de San Miguel cambió demasiado.
¿Será que las cosas cambiaron en efecto?
¿O los negocios pasarán a manos de otros?
Está en manos de Raciel López Salazar confirmar que realmente las cosas están cambiando en el epicentro de la delincuencia en Puebla.
