Sunday, 05 de May de 2024

Rápidas del metro

Por Yonadab Cabrera / /

Es sorprende el metro de la ciudad de México porque a diario, a cada instante, cada minuto hay un millón de historias que contar. Imaginen todas esas miles de personas subiendo, bajando, transbordando, protagonizando momentos, escenas, peleas, e historias que van de lo trágico y a lo burdo. Aquí me detengo, para hablar de las burdas anécdotas que ocurren en el metro.

Solo tengo una duda y espero que ahora sí me contesten, porque luego les pregunto y parece que no más le hablo al aire, o más bien le escribo al aire jejeje, ¿Cuántos de ustedes han sido los protagonistas de una de estas historias del metro?, por favor omitan las historias sexuales que ocurren al final de los vagones.

Y es que pasa cada cosa tan chistosa y curiosa en ese transporte masivo. Por ejemplo, una vez en la estación del Centro Médico a una chava se le cerraron las puertas de un vagón justo cuando estaba introduciendo su cabeza, no entiendo cómo pasas primero la cabezota y en ese instante se cierran las puertas.

Jajajajajajaja, debo admitirlo, me sigo riendo de ese momento, han sido de las cosas más chistosas que he visto en mi vida. O imaginen, fui testigo de la pelea entre dos sujetos por un espacio de 10 centímetros en un vagón del metro. Sí como lo leen, dos tipos se pelearon por los últimos 10 centímetros libres, el último espacio libre de sudoración, sofocación, y con oxígeno.

Resulta que un señor Godínez normal, ya saben de esos que hay en todos lados hiper ñoños, puntuales, ansiosos, estresados porque llegarán tarde al trabajo, encontró esos 10 centímetros para llegar a tiempo a su trabajo. Entonces, se acomodó como momia, se aguantó la respiración para caber y se fusionó con su portafolio, ya solo esperaba a que se cerraran las puertas de vagón cuando….

De la nada llegó otro Godínez, lo jaló y se colocó en esos 10 centímetros de espacio libre de todo, también se acomodó, aguantó la respiración y se fusionó con su portafolio, pero Godínez 1 no se quedaría con el coraje, por lo que quitó al abusivo, se volvió a acomodar y para no hacerles el cuento largo, se empezaron a madrear en el andén al mismo tiempo en que los dejaba el tren.

Total que se dieron trenzaron por unos 30 segundos. Los dos ensangrentados, sudados, con la ropa rota y cansados, decidieron parar la pelea e irse a sus casas, se olvidaron por completo del metro, de los 10 centímetros libres de todo y de su trabajo.

Sí, así de absurdas pueden ser las historias del metro, peor cuando tú protagonizas una de ellas, o en este caso yo.

Hace unos meses fui al DF, ahora ciudad de México a visitar a mi hermana y mi querido sobrino, alias el Becoych. Fue un fin de semana bonito, paseamos, reímos, convivimos, comimos, caminamos, criticamos, ya saben, todo lo que se hace en la capital del país en un fin de semana.

Yo estaba feliz porque nada me había pasado, no había cometido alguna tontería, ni había hecho nada para que se burlaran de mí, naaaaaaada. Es decir, iba a salir libre de columnas e historias tontas que contar. Sí, todo iba bien hasta que….

Mi hermana tiene un negocio de plantas de ornato, decidí comprarle algunas y regalarlas aquí en Puebla, por lo que me las decoró muy bonito hasta con su moño rojo para el mal de ojo; las pusimos en una caja de huevo para poderlas cargar sin complicaciones. Caminamos de su casa al metro, subimos al metro, íbamos en el metro y luego…

Faltaban dos estaciones para llegar a la Tapo, o sea La Candelaria y la Merced o la Merced y la Candelaria, por ahora no recuerdo el orden, lo que sí recuerdo es que mi hermana cargaba a mi sobrino y yo iba atrás de ellos cargando la caja con las plantas. De pronto como caníbal, vi el bracito de mi sobrinito, expuesto para que le diera unas mordiditas y lo molestara. Me acerqué sigilosamente para que no se diera cuenta mi sobrino de mis negras intenciones y cuando estaba a punto de clavarle la mordida solo se escuchó un fuerte ruido, todos los pasajeros se espantaron y enseguida escuché.

“¡Ay tíooooo Yon!”

Era mi sobrino que se estaba burlando de mí. Sí, en efecto, tiré las pinches plantas, la tierra quedó regada por todo el vagón y las macetas de barro se quebraron.

Yo: ¡No maaaaames! Qué pendejo, tiré las plantas.

Hermana: Ya en lugar de pendejearte, ponte a recogerlas.

Sobrino: Aaaaaaaay tíoooooo Yooooon… te dije, te dije.

A sus 3 años mi sobrino es un bulleador profesional. Mientras me bulleaba, me dediqué a recoger las plantas en chinga. Descubrí que en mi vida pasada fui chacha, porque en menos de 30 segundos corté dos pedazos de cartón de la caja de huevo, con ellos empecé a recoger la tierra al mismo tiempo en que pedía disculpas a todos los pasajeros por haberlos llenado de tierra.

Todos me veían con ojos de odio.

La niña fresa que iba de Tepito y a la que le sacudí los tenis, la señora copetona de Polanco a quien le sacudí las zapatillas de aguja magnética, el pobre señor campesino que seguramente estaba harto de la tierra en los pies, al jugador de futból, al doctor, al ratero del metro, a la vendedora de discos del metro… a toooooodo el mundo le ensucié los zapatos y a todo el mundo se los tuve que limpiar.

Estaba tan apenado, acongojado, estresado, desesperado pues solo faltaba una estación y la tierra estaba por todos lados. –Perdone, lo siento, de verdad discúlpeme no fue intencional- eran algunas de las frases que repetía cada segundo al mismo tiempo en que limpiaba mi desmadre.

Y de pronto, otra vez esa vocecita que es música para mis oídos.

“¡Tíooo Yoooon, correeee!”

Ya habíamos llegado a San Lázaro, a la Tapo, mi hermana y mi sobrino ya estaban afuera, y yo corría el riesgo de quedarme adentro y pasarme de estación. Como pude, levanté las plantas, terminé de limpiar la tierra, levanté mi maleta, mis cajas de huevo, ya solo me faltaba mi perro Pulgoso y mi gallina Macha como Marimar, corrí agachado con la cabeza por delante y fue cuando Dios le hizo justicia a la muchacha de la que me reí tanto, las puertas del metro se me cerraron en la cabeza. Así en cuestión de segundos, se cerraron y luego se abrieron.

Quise gritar, llorar, patalear, revolcarme en las vías del dolor, pero decidí aguantarme, no le iba a dar gusto a todos los que se estaban burlando de mí. No puedo creer que esa chava haya aguantado tanto dolor, duele horrible, solo se compara con el dolor de parto a pesar de que nunca he tenido uno, con el dolor cuando te quitas un pelo de la nariz y con el dolor cuando tu único y verdadero amor te rompe el corazón.

No entiendo cómo no me desmayé, y cómo la chava no se desmayó, lo que sí creo, es que al igual que yo, ella se aguantó el dolor para no darme gusto al reírme tanto de ella.

Moraleja: Bien dice mi abuelita, que al que hace el mal se le pudre el tamal, y el karma llega y bien cabrón.

¡Claro, chinguen al guapo!

 

 

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