Sunday, 28 de April de 2024

Anda, vámonos al diablo

Miércoles, 04 Febrero 2015 23:13
Georgina Moctezuma

El puente

Por :
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Las veces en que mi madre nos llevó a la escuela fueron pocas. Lo normal era que hiciéramos el trayecto a bordo del transporte, sin embargo, había mañanas en las cuales no conseguiamos salir a tiempo para alcanzarlo. Entonces era necesario que ella se hiciera cargo. La verdad es que lo hacía de buen humor, a pesar de que eso significaba un desvío considerable de su ruta y un retraso en los propios compromisos.

            A mi hermano y a mí nos molestaba que esto ocurriera, pero tal vez nuestros motivos eran distintos. A mí me enojaba no ser capaz de hacer el recorrido por mi cuenta o no tener la autorización para quedarme en casa todo el día, ya que habíamos perdido el autobús. Sobre todo, me irritaba que mi madre se empeñara en cantar durante el camino y que aún pusiera énfasis en repetir un mismo estribillo cada vez que cruzábamos algún puente.

            La canción trataba del dolor que experimenta un puente al soportar las pisadas sangrantes de los cuerpos que lo atraviesan. El puente hacía que los muertos llegaran a dios, al tiempo que anhelaba ser destruido a su antojo tan pronto como dejara de serle útil. Se trata de una canción religiosa y mi madre no es, ni siquiera, una mujer cercana a la religión. Sin embargo, creo que determinados rezos y ritos le dan tranquilidad. Es por eso que insiste en repetirlos. Por mi parte, estoy segura de que conocí la angustia cuando era niña de tanto escucharlos.

            A mi hermano le molestaba hasta que optó por un grado total de indiferencia. Parecía que estaba ausente, algo que yo nunca he conseguido. Incluso ahora, no logro cruzar ningún puente sin recordar esas mañanas, la angustia de saber que se aproxima otro más y que de nuevo vamos a escuchar el estribillo. No me da la gana atravesarlo y mucho menos quiero ser el puente.

***

Cuando visité a Juan en su ciudad natal, compartió conmigo los lugares que de algún modo han sido importantes en su vida. Caminábamos. Un día, me mostró un puente en la zona más nueva. No pertenecía al conjunto de sitios sobresalientes para él, pero me contó que ahí habían acontecido varios suicidios. Sobre todo habían sido jóvenes que se dejaban caer durante la madrugada.

***

Por mi ciudad camino mucho. De tanto hacerlo, las calles se me han vuelto tristes y predecibles. Ahora sólo camino durante el día pero hubo un tiempo en que también lo hacía por las noches. Cuando era demasiado tarde para alcanzar al transporte colectivo, casi siempre al salir de algún bar.

            Sólo en esas ocasiones me atrevía a cruzar el puente que está cercano a mi casa por arriba y no por abajo, como lo hago normalmente. Una noche, se me ocurrió que por donde realmente quería caminar era por el borde del barandal, avanzar lentamente colocando el talón de un pie delante de la punta del otro sin dar la zancada.

            Estaba a punto de impulsarme para subir cuando me di cuenta que la idea no era mía, un hombre ya había iniciado ese recorrido, justo como yo lo había pensado. Parecía un funámbulo. A la mitad del recorrido, se detuvo y giró su cuerpo hacia el lado del precipicio. Apresuré el paso para llegar antes a él y advertí que era un hombre muy alto. Aún considerando que él estaba parado en el borde y yo no, me pareció demasiado alto.

            Al llegar a su lado busqué su mano y la tomé. No recuerdo porqué lo hice, la verdad no estaba lo suficientemente sobria y despierta para tomar decisiones conscientes, aunque el acontecimiento me había vuelto un poco en mí. Ahora pienso que tal vez ya llevábamos un rato caminando juntos, o al menos yo detrás de él desde unas cuadras antes. No estoy segura.

Lo que pasó después sí lo recuerdo bien porque su mano era grande y me sujetó con fuerza la muñeca. Volteó hacia mí y conocí su cara. Su piel era muy oscura, parecía lastimada, y sus ojos amarillos me miraron un rato más o menos largo. Ninguno de los dos dijo nada hasta que por fin me soltó. Siguió con su marcha hasta el final del barandal. Descendió de un brinco y yo me quedé inmóvil. Después lo perdí de vista.

***

De tanto andar, reconozco a ciertos personajes y me repugna la idea de ser también uno más para ellos. Hay un hombre que todavía se aparece, a veces, no lejos de mi casa. Yo sé que es un ausente. Se pasea con el mismo saco impermeable que tal vez obtuvo hurgando en la basura y lleva una bolsa de nylon con un nudo en el extremo. No utiliza la banqueta, casi siempre camina al lado de los autos a contraflujo y en ocasiones utiliza la bolsa para simular un gesto de torero. Siempre me ha gustado verlo.