El infierno nuestro (Déjà vu)

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José Francisco Baeza

10 abril 2024

José Francisco Baeza Vega, politólogo, militante de MORENA, exregidor del H. Ayuntamiento del Municipio de Puebla.

El extinto Distrito Federal—y, por extensión, México todo—aseguraba Roberto Bolaño, “en algún momento de su historia se asemejó al paraíso, más hoy se asemeja más al infierno”. Y no a uno cualquiera, añadiría el autor de Los detectives salvajes (1998), “sino al de los hermanos Marx, al de Guy Debord, al de Sam Peckinpah”.

Al paso del tiempo, el paraíso donde Bolaño pasó sus mejores años—uno cuyo epicentro era el DF; específicamente, el mítico Café La Habana, en la esquina de Morelos y Bucarelli—efectivamente, se transformó en un infierno en el que impera la violencia más absurda; uno que toca cada rincón del país, replicándose sus horrores lo mismo en una hacienda de Guerrero o en una vecindad en Guanajuato que en las calles de Puebla, donde la vida, últimamente, parece que tampoco vale nada.

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Releyéndola, la acusación de Bolaño no me parece tan grave; de hecho, hasta se me hace halagüeña. El infierno dantesco al que nos remite el chileno no es tan malo comparado con el infierno que vivimos todos los días; la diferencia fundamental, observo, es que mientras aquel experimenta una violencia extrema pero ordenada, sujeta a la voluntad de un incongruente dios que podría anularla si no estuviera tan ocupado combatiendo el hambre en África, éste experimenta una violencia extrema y caótica, ajena al Estado, cuya perenne debilidad institucional le impide, por lo menos, apaciguarla.

En su anarquía, el infierno de por aquí cerquita carece de la justicia del otro. Quienes habitamos en éste antro donde pagan justos por pecadores seguramente envidiamos a los de aquel donde cada quien recibe su merecido; contando diariamente para la estadística en forma de daños colaterales a quienes estuvieron en el lugar y el momento equivocados, quizá algunos prefiramos pasar la eternidad allá donde las aguas bermellonas que ahogan a los asesinos no nutren a los árboles de los que cuelgan los suicidas ni a estos les salpica el fuego que quema a los logreros del siguiente recinto.

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No es el espanto sino el aburrimiento, reflexiono, sin embargo, lo que finalmente me desalentaría de pasar una temporada en la sombría ciudad de Dite; aunque también podría cogerle el gusto a la rutina, supongo, como se lo ha cogido aquel que después de una eternidad arrastrando la piedra montaña arriba, hasta donde sabemos, todavía no se ha arrojado con ella desde su cima.

El infierno, en fin, es eso, repetición; es revivir el dolor, el sufrimiento, la desesperanza una y otra, y otra vez hasta que su violencia se haga costumbre. (Déja vu)

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