Palabras Con Ciencia

¿Qué tan simétrico es el Universo?

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Según el imprescindible diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra simetría es definida como la “correspondencia exacta en forma, tamaño y posiciones de las partes de un todo”. Si traducimos esta definición abstracta, del lenguaje, a nuestra vida cotidiana, observaremos que la naturaleza dibuja ante nosotros un horizonte de correspondencia aparentemente exacta en las posiciones, el tamaño y la forma de objetos tales como las hojas de las plantas, el cuerpo de los insectos, e inclusive, dicha correspondencia, se puede apreciar claramente en nosotros mismos o: ¿Por qué tenemos dos ojos que parecen iguales? o ¿por qué tenemos dos brazos o dos manos que se asemejan aunque a veces no sean elementos completamente idénticos si pudiésemos mirarlos con detalle a través de una lupa o un microscopio? o también: ¿Por qué existe la izquierda y la derecha como una manera de darle sentido a la realidad?       

Si en muchos objetos, así como en las formas y geometrías de nuestra vida cotidiana existe una aparente tendencia a lo simétrico, a las formas bien establecidas, que se corresponden entre sí, ¿entonces también nuestro universo debería ser simétrico o al menos debería tener una tendencia a eso? ¿o es más bien que lo asimétrico, que es lo opuesto a lo simétrico, lo que no se corresponde entre sí, es lo que en realidad prevalece?

De acuerdo con las teorías más recientes respecto a la estructura del universo (las cifras siguen siendo aún discutibles y no son exactas), este estaría compuesto por un 70% de energía oscura, un 25% de materia oscura y, tan solo, un 5% de materia ordinaria de la que estamos compuestos usted, yo y todo aquello que nos rodea incluidas las estrellas y los planetas.

Ahora bien: ¿Y en qué se corresponden, o qué tienen que ver estas cifras con lo planteado en párrafos anteriores respecto lo simétrico y lo asimétrico o si el universo es simétrico o no lo es? Por simple deducción, podemos evidenciar que si no existiese esta disparidad entre materia y formas de energía aún desconocidas respecto a su verdadera composición y función, el universo sería un lugar completamente homogéneo y aburrido carente de diversidad: no podrían formarse átomos complejos en el interior de las calderas estelares que diesen lugar a estructuras más grandes como los meteoritos, las lunas o los planetas, muchísimo menos se podrían producir moléculas (que están formadas por millones de átomos) capaces de desarrollar, a su vez, células, códigos genéticos, plantas, animales y seres humanos capaces de reflexionar sobre todo esto. En otras palabras, y desde esta perspectiva, gracias a esta disparidad, a esta falta de simetría, a esta heterogeneidad, nosotros y todo lo que nos rodea está presente y ocupa un lugar en el espacio y el tiempo.

La cuestión sobre la heterogeneidad del universo pudo demostrarse empíricamente gracias a la sonda espacial COBE (Cosmic Background Explorer), lanzada por la NASA el 18 de noviembre de 1989, que tuvo como misión investigar la radiación de fondo de microondas, que es, en palabras más llanas, la prueba directa, la huella, de aquel universo primigenio que explotó hace 13,700 millones y que se ha ido expandiendo desde aquel momento a una velocidad cada vez más rápida (debido a la fuerza de repulsión que ejerce la energía oscura, es la afirmación que domina hoy en día). Esta huella, este fósil primigenio, según nos ha revelado la COBE, presenta irregularidades y pequeñas deformaciones que se traducen en presencia de materia y energía en distintas densidades. Materia y energía en forma de inmensos cúmulos de galaxias que dan lugar a todo lo demás.

En este sentido, la sonda COBE ha resuelto la cuestión sobre un universo que sí se expande y lo hace muy rápidamente, lleno de irregularidades y asimetrías (de falta de simetría), pero sin que todavía pueda resolverse una cuestión medular: ¿qué fue aquello que provocó que nuestro universo se desviara de un camino homogéneo y regular, en sus primeros momentos, después de la gran explosión, para pasar a ser un universo pedregoso e irregular que le da prioridad a las formas complejas y caóticas como, solo por mencionar algunos casos aquí en la Tierra, lo impredecible de los fenómenos meteorológicos, o de la propia existencia de la conciencia humana que sin esta complejidad y asimetría no existiría?

Tanto la medicina en el ámbito del estudio de la mente humana, como la física en la comprensión de las propiedades de la materia y la energía, tienen tareas y encrucijadas pendientes que resolver. En el caso de la física, saber si realmente existe una teoría que pueda explicar el Todo (entendiendo al Todo como el origen del universo y la materia), a través del conocimiento de la verdadera naturaleza de la gravedad, o del papel de las llamadas interacciones “fuerte” y “débil”, donde la primera se encarga de mantener unidos a los protones y neutrones, mientras que la segunda lo hace a niveles subatómicos, sin pasar por alto a la fuerza electromagnética que se encarga de producir atracción y repulsión entre las partículas dada su carga.

Pero aún si se llegara a saber cuantitativamente en qué proporción y cómo interactúa cada una de estas cuatro fuerzas para componer la sinfonía de la realidad, aún quedaría pendiente responder a la pregunta de por qué cada una de estas cuatro fuerzas tienen un determinado valor y no otro. En definitiva, resulta bastante complejo construir una teoría del todo en un universo que tiende a privilegiar el caos sobre el orden, entendiendo aquí al caos como la prevalencia de sistemas complejos que interactúan unos con otros. En otras palabras: pareciera que el concepto de simetría es una construcción humana para darle sentido, para introducir orden, en todos aquellos mecanismos de la naturaleza que todavía no comprendemos del todo. La ciencia es el camino más seguro, hasta ahora, para responder a todo esto, ya que esta tiene la capacidad de autocorregirse cuando se produce algún error: de ahí su gran poder para develar asuntos que parecen fuera del alcance de nuestro entendimiento. Y despojarnos, de una vez por todas, de esa lucha eterna entre el valor de la creencia y el valor de la verdad.

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