El viaje de la libélula

El papel de un padre en la vida del hijo

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Se acerca el 16 de junio, Día del Padre en México, y quisiera aprovechar la oportunidad de compartir algunas reflexiones en torno a la fecha.

Desde hace un par de semanas me ocupé en pensar cuál es la importancia de un padre en la vida de sus hijos. Por supuesto que pensé en mi propia experiencia, pero también debo dar crédito a una película que veía recientemente y que lleva por nombre The Meddler: una madre imperfecta.

Quizás el título parezca fuera de lugar, pero no fue la trama principal, sino una historia en segundo plano, la de un fallecido esposo, hermano y por supuesto, padre de familia, lo que me intrigó. Entonces, mi mente empezó a construir una sub-trama de la película en torno a los padres y fue la siguiente frase lo que me tuvo inquieta los siguientes días:

“Todos saben que su madre los ama incondicionalmente, pero los padres tienen que decirlo.”

¿De verdad tienen que decir “te amo”, en voz alta? De no hacerlo,  ¿su amor se vuelve incierto y es puesto en duda por los hijos? La realidad es que nunca está de más expresar lo que sentimos por el otro, sobre todo al interior de la familia, siempre que venga desde un lugar honesto y constructivo. No obstante, no sé qué opinen ustedes de la frase, pero en un primer momento, a mí me hizo sentir tristeza. Pensar que la relación entre la expresión de amor y el papel de un padre no suele ser la asociación más inmediata que hacemos es amargo, pero es también una realidad para muchos.

Afortunadamente, generalizar lo anterior y decir que todos los padres del mundo se encuentran distanciados de sus afectos y su sensibilidad sería una absoluta mentira. La paternidad se extiende más allá de lo biológico y al entrelazarse con lo sociocultural –e inclusive con lo socioemocional– se configura entonces como una condición compleja.

Hoy en día se habla hasta de nuevas paternidades como un modo de reconocer lo específicas que se han vuelto éstas en sus formas de expresión y ante ello, podemos decir que existen tantos sentidos de ser padre como personas existen en el mundo. Esto es precisamente porque existe una fuerte relación entre cómo nos vinculamos con nuestra figura paterna (presente o ausente) y la simultánea construcción de nuestra propia identidad personal.

Honestamente, la verdad es que yo jamás podré entender en carne propia lo que significa ser padre, de entrada, porque mi condición de ser mujer me lo impide. Pero con lo que sí puedo identificarme es con el hecho de tener uno, es decir, porque soy hija de un padre y eso, de una u otra forma, es algo que inevitablemente todos somos o hemos sido alguna vez: hijos.

Un padre no es sino en relación con su(s) hijo(s). Me refiero a que el intercambio entre uno y otro es fundamental para poder construir una parte de la esencia de quién es cada uno y, por ende, es un ejercicio constante por atender la existencia de un otro —diferente a uno mismo—en nuestro día a día. Así, la forma en que nos vinculamos con nuestro padre da paso a un cúmulo infinito de aprendizajes y herramientas que nos pueden facilitar o dificultar la vida misma, y esto funciona también a la inversa.

De hecho, mientras que la figura materna nos permite construir la percepción que tenemos de nuestro “mundo interno” (intimidad, emociones, privacidad, conciencia de sí), es de manera complementaria que la relación con nuestros padres nos facilita la construcción simbólica de nuestro “mundo externo” (de cómo nos relacionamos y hasta comunicamos con otros: sociedad, compañeros, trabajo). Pero más allá de las funciones estereotipadas y generales de ser padre, sea cual sea tu historia, todos podremos coincidir en que el vivir una relación padre-hijo se trata de un asunto de encuentros y desencuentros, y ello lo hace muy enriquecedor.

Seré muy breve en la siguiente idea, pero algunas cosas que he aprendido a valorar a través de la relación con mi padre a lo largo del tiempo –y llegado este punto de mi vida– son éstas: 1) ser agradecida, porque de no ser por él, no sería quien soy; 2) respetarlo, porque su historia, llena de aciertos y errores, me construyó un camino para que yo pudiera avanzar mi vida con menos de la mitad del esfuerzo que él tuvo que hacer para construir la suya, de ello estoy segura; 3) el deseo de honrar nuestra relación, y sí, no la obligación sino el deseo puro, voluntario y consciente. Porque nuestra relación no será perfecta, pero somos humanos y reconocemos el amor que nos tenemos, porque juntos hemos aprendido a ser nosotros mismos y nuestras diferencias nos retan a crecer y ser mejores.

Al principio mencionaba lo específicas que pueden ser las experiencias con nuestros padres. Yo no sé las características de tu historia. Tal vez le tengas contigo en vida o le conserves en tus memorias, recordándole con cariño; puede que no se encuentre muy presente, que algún momento hayan tenido que distanciarse o que no le hayas conocido como tal; de no ser tu caso, quizás pienses en él con incomodidad o con incertidumbre y hasta es posible que seas capaz de identificar a otra persona significativa para ti que haya tomado su lugar, y esto sólo por mencionar algunas opciones. No obstante, indistintamente de todo, la figura de un padre en la vida de un hijo nos permite significar una de las relaciones más importantes y vitales –literal y simbólicamente– en nuestras vidas, por lo que tendría que ser un asunto al que todos le hagamos espacio en nuestras agendas con el fin de revisar en qué condiciones se encuentra.

Si lees esto desde tu condición de hijo, te invito a que reflexiones: ¿Cómo dirías que es la relación que sostienes con tu padre? Padre biológico, simbólico, celestial, asumido o nombrado por ti mismo, quien sea más significativo para ti. ¿Reconoces los aciertos y desaciertos en la relación con él? Y, sobre todo, ¿tienes alguna necesidad pendiente que deba ser comunicada? Si posees la posibilidad de expresarla, sugeriría que no demores demasiado en hacerlo. A veces es útil expresar nuestros dolores, así como reconocer aquello por lo que estamos agradecidos o nos provoque una profunda alegría. Se trata de cuidar las heridas, pero también de celebrar lo bien logrado.   

Por último, si eres un papá y estás leyendo esto, te invito a que inviertas tiempo de calidad en la relación con tu(s) hijo(s). ¿Tus acciones y decisiones te están acercando a ser cada día más, el padre que deseas ser para tus hijos? Considera la influencia tan privilegiada que tienes en la vida de ellos, pues has de servirles como marco de referencia para su propio desarrollo.

Mucho se habla de la maternidad como una condición voluntaria, que debe ser una elección libre y consciente. Y en ese mismo sentido se deberá entender la paternidad: un padre que facilite en sus hijos su sano desenvolvimiento, orientándoles a crecer en autonomía y acercándolos a una vida de felicidad y plenitud, será un padre que se asuma así voluntariamente, por decisión propia. No se trata de ser perfectos, pero sí de ser conscientes y actuar en consecuencia.

Que esta festividad sea una oportunidad para re-evaluar las relaciones que hemos establecido con nuestras figuras paternas, de ser el caso, de cuidarlas y hacer lo correspondiente: trabajar en la reconciliación de los desacuerdos, para ejercitar el perdón y el “soltar” las cargas del pasado, pero sin olvidar celebrar nuestra propia historia, con todos sus detalles, con paciencia, compasión y amor.

Gracias infinitas a todos los padres, porque hacen lo mejor que pueden con lo que son y lo que tienen. ¡Enhorabuena, papás!

Cuéntame: ¿Qué herramientas o aprendizajes reconoces que has obtenido en tu relación padre-hijo? ¿Quién ha sido la figura paterna más significativa en tu vida y por qué? Utiliza el hashtag #ElViajedelaLibélula para publicar tus respuestas o escríbeme a @Kalidoscopia (Twitter) para dialogar más sobre el tema, intercambiar ideas y estar en contacto.

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