El viaje de la libélula

Ser mejor persona, me ha hecho una mejor maestra

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En el tiempo que me he desempeñado como docente, he tenido que pasar por diversas transformaciones —a veces por voluntad, en otras ocasiones no tanto—, pero sin subestimar ninguna de todas ellas, tengo la certeza de que el movimiento y el cambio son parte importante de todo ser humano; por si era necesario disipar la duda: los maestros y profesores somos también personas, tanto fuera como dentro del aula.

En los últimos años se ha vuelto muy importante para mí el no “obviar” esa condición humana en mí misma, sobretodo, cuando me encuentro con mis alumnos, porque intento, sobre todas las cosas, verlos también a ellos desde esa naturaleza.

No obstante, como toda habilidad que debe practicarse para ser refinada, confieso que esta forma de vernos, a mis alumnos y a mí, no fue algo que tuviera tan sólido desde el principio, sino que fui comprendiéndolo conforme a las experiencias que sumo y acomodo continuamente en mi vida.

Y sí, con eso me refiero también a mi vida personal, pues creo que es uno de los recursos más valiosos que tenemos los profesores y que no siempre atendemos con plena conciencia, aunque deberíamos: nuestras propias herramientas personales son clave para nuestros procesos de enseñanza-aprendizaje, tanto como lo son las técnicas, los conceptos y las teorías.

En la actualidad, el ser docente —de cualquier nivel— exige un abanico de capacidades que no se limitan a la reproducción de conocimientos, sino que exigen que el profesor se involucre también en el desarrollo de habilidades socioemocionales.

Con ello, pareciera que nuestra labor se expone a muchos estímulos que pueden resultarnos agobiantes (alumnos, padres de familia, programas de estudio, planeaciones de clase, diseño de evaluaciones, requisitos institucionales, reformas educativas, recortes de tiempo o periodos limitados para la impartición de cátedra…) Los maestros, así como quienes alguna vez se han volteado a vernos con curiosidad, sabrán de lo que hablo.

De hecho, hay estudios que vinculan a la docencia con una sobrecarga de funciones que consumen buena parte del tiempo y energía que los maestros podrían destinar para el descanso y su recreación personal. Es más, se ha llegado a considerar una de las profesiones más estresantes, puesto que requiere una labor diaria que depende de las interacciones sociales en las que los profesores no sólo deben regular las emociones de los alumnos, sino las de ellos mismos y, por si fuera poco, impartir su cátedra.

Y como profesora, aunque una parte de mí sabe que, al final de todo, miraré a mis alumnos con una sensación auténtica de que el esfuerzo y las malpasadas, seguro valieron la pena, también he de decir que en este punto de mi vida puedo reconocer que, aun cuando estos sacrificios pueden volverse sumamente necesarios para mi trabajo, eso no hace que el cuidado de mi persona sea algo negociable.

El autocuidado puede expresarse de muchas maneras y a través de las diferentes dimensiones que nos conforman como seres humanos. Por ello, quisiera compartir unos apuntes de lo que me ha funcionado a mí en mi trabajo como maestra y que, sin duda, no habría surgido así si no hubiese invertido tiempo en atender mi propio desarrollo como persona:

  • · No finjas ser alguien que no eres. Si algo nos gana autoridad frente a los alumnos, tanto como dominar nuestros temas de clase, es ser auténticos y no refugiarnos detrás de una máscara. Comunícate con tus estudiantes con asertividad y desde la verdad, pues es mucho más sencillo confiar en alguien que nos parece congruente consigo mismo.
  • · Explora tus pensamientos y emociones antes de entrar a clase. Alguna vez me dijeron que debemos entrar al salón amando a nuestros alumnos para poder enseñarles, y creo que esta persona tenía razón. Amar implica, entre muchas cosas, ser pacientes, bondadosos, jamás humillar al otro y no dejarnos dominar por la ira o el orgullo. Estos son algunos de los ingredientes para crear ambientes favorables para el aprendizaje.
  • · Atrévete a conocer a tus alumnos y, con prudencia, déjate conocer. Hay mucho que podemos aprender de ellos porque cada experiencia es particular y valiosa. Asimismo, visibilizar nuestros talentos o pasiones puede ser una forma de relacionarnos con el grupo y presentarnos como las personas completas que somos.
  • · Reconoce sus aciertos y corrige con compasión. Me sorprende siempre que mis alumnos no se acostumbran a ser vistos por lo que han logrado de manera adecuada o excepcional, pues se les apunta cuando cometieron un error. Y no olvides ser compasivo y prudente al hacerles alguna observación cuando hay algo que deba ser corregido.
  • · Ábrete a la experiencia, pero establece límites sanos. La apertura y el ser accesibles no implican estar para todos y en todo momento que el otro lo demande o necesite. También es importante apartar tiempos para nosotros mismos y hacerle saber a los alumnos que si no estamos en la mejor disposición de acompañarles en ese momento, podemos buscar otro espacio para hacerlo (después de todo, es necesario apartar tiempo para uno mismo: hasta para tomar un bocado de comida, un sorbo de agua o tomar aire y despejar la mente mientras hacemos cambio de un salón a otro).
  • · Las emociones no están prohibidas en el salón ¡Al contrario, que sean nuestras mejores aliadas! Desde conmovernos por algo hasta soltar la carcajada por la más mínima simpleza.
  • · Invierte tiempo en ti, en algún pasatiempo, deporte, actividad familiar, taller vivencial… Lo que te haga sentir dichoso y feliz. Recuerda que, si esperamos formar alumnos integrales, pero nos privamos de otros espacios que nos integran y enriquecen, estaremos perpetuando una gran incongruencia: no podemos enseñar algo que no sabemos ni hemos aprendido.

Este pasado 15 de mayo me invitó a pensar que nuestra búsqueda por ser mejores maestros es legítima y que, por ello, debería acompañarse con la búsqueda por ser mejores personas, por más de un sólo día al año. Por ello, me permito compartir lo anterior; no con afán de proponerlo como una fórmula, pero sí como una invitación permanente a que cada uno busquemos nuestras propias estrategias de desarrollo.

Así, sin distinguir de qué nivel educativo seamos profesores, aprovecho el pasado día del maestro para extenderles hoy —y todos los días— mi profundo reconocimiento a todos aquellos que, con vocación y compromiso, no sólo cumplen su labor de enseñanza y formación, sino que buscan por igual, las formas de cuidar de sí mismos.

Y a todos los que sientan que no han encontrado los espacios para construir una vida de mayor bienestar y cuidado personal ¡También les reconozco y felicito! Y lo hago con gratitud, solidaridad y esperanza de que un día podamos ser nosotros mismos con toda plenitud dentro y fuera del aula, porque somos modelos a seguir de muchos otros seres humanos que también están en la búsqueda de ser su propia mejor versión.

¡Enhorabuena maestros!   

Pueden encontrarme en @Kalidoscopia para dialogar más sobre el tema, intercambiar consejos de autocuidado o simplemente estar en contacto y compartir ideas.  

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