A mi manera

Caritas pequeñas, ojitos honestos

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Por Liz Gómez /

 

Recientemente leí: Si por un minuto pudieras hablar con tu perro/gato/mascota que tengas, y te entendiera, ¿qué le dirías?

Lo pensé detenidamente, varias ideas pasaron por mi mente y de repente sólo pude preguntarme: ¿Qué podría decirle a uno de mis 6 hijos no humanos que abarque todo el amor y el agradecimiento que les tengo?

Todos tienen historias diferentes, 2 nacieron en casa, sus madres fueron rescatadas de la calle y ya les tocó ser recibidos bajo un techo y con mucho amor (Noopy, mi perro el mayor nació en Chihuahua. Emilio, mi gato “güero”, nació en Puebla). Los otros 4 (2 gatas, 1 gato y 1 perrita) llegaron al mundo en alguna calle poblana y desconozco las reales circunstancias. No sé si sufrieron mucho o poco. No sé si su madre seguía viva cuando llegaron a mí, desconozco si eran cercanos o lejanos del lugar donde se les rescató.

Ya sé, muchos dicen que quienes queremos tantos a nuestros animales de compañía estamos locos, que deberíamos tener hijos de verdad, que necesitamos más vida social o, incluso, que estamos enfermitos.

No sé los demás, pero hablando sólo por mí puedo decir que con ellos he aprendido mucho…

Aprendí a hacerme responsable de una vida más allá de la mía.

Aprendí que el dinero no compra felicidad, pero compra croquetas, camas, arena, areneros, algunos juguetes, cajas de cartón (las favoritas de mis gatitos), correas, pecheras, plaquitas con nombres. Y veo que eso los hace vivir a gusto.

Aprendí que es encantador el ronroneo de un gato y su mirada penetrante. Que su personalidad es envidiable y lo hemos sabido desde tiempos remotos. Los hemos amado al grado de considerarlos dioses.

Supe reconocer la reconfortante calidez de mis perros y el movimiento de sus colitas dependiendo de su estado de ánimo y también dependiendo del mío, amo verlas moverse cuando llego a casa.

Aprendí que enferman, que sus tratamientos también cuestan, pero que en ese momento sólo deseo verlos bien aunque tenga que vender un riñón.

Me di cuenta que no son accesorios, que no son desechables, que ninguna vida lo es.

También aprendí a reconocer el miedo, la tristeza y el abandono en esas caritas tan pequeñas y en aquellos ojitos tan honestos.

He aprendido a ver en cada gato y perro de la calle a los que tengo en casa, me hacen pensar que ellos también podrían estar ahí, pero tuvieron un destino diferente.

Y entonces moldeo un poco la pregunta: ¿Qué podría decirle a todos los animales que sufren abandono o maltrato en las calles y hasta en casas del estado y el país? ¿Qué podría reconfortarlos?

Según cifras de INEGI, hasta el primer trimestre de este año se reportó que el 70% de las mascotas de nuestro país terminan en la calle y, tristemente, México ocupa los primeros lugares a nivel mundial en maltrato animal.

México es primerísimo lugar de América Latina en Abandono Animal, de las más de 23 millones de mascotas que hay, sólo 5.4 cuentan con un hogar.

Aquí entran las soluciones que escuchamos día tras día: NO COMPRES, ADOPTA, ESTERILIZA. Parecemos discos rayados o letanías de la misa de domingo ¿verdad? Pero mientras no seamos realmente conscientes del daño que hacemos, de la responsabilidad que debemos tomar de sus vidas, no nos cansaremos de decir Adopta, No Compres, Esteriliza.

Y la solución debe cavar aún más profundo, debemos entender que ellos viven, sienten, sufren, y sí, también aman. ¿Somos capaces de cuidarlos el resto de sus días? ¿A donde vayamos irán con nosotros? ¿Podemos cubrir todas sus necesidades? ¿Los respetaremos como los seres vivos que son? ¿Dejaremos de verlos como meros accesorios o compañeros de un ratito? ¿Realmente los querremos como merecen?

No es necesario que lo veas como el hijo humano que no tendrás. Ni es necesario llegar a extremos de tanto amor. Basta con darles una vida digna, a la altura del amor tan digno que sin reparo nos dan.

¿Qué puedo decir en un minuto a mis perros y gatos sabiendo que podrían entenderme?

Nada, creo que pediría que ellos hablaran conmigo, pediría que hablaran en nombre de todos esos animales en situación de calle, maltrato y abandono.

Y al final les pediría perdón por el daño que en general les hemos hecho, a ellos y a cada ser vivo del que el humano se ha sentido dueño y señor a lo largo de su existencia.

Claro, les diría que los amo con todo el corazón y por nada cambio sus pelitos en mi ropa, así, por nada. Ah, y que no tienen permiso para irse de la casa.

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