A mi manera

La empatía

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Hoy en día es más fácil ganar la lotería que la empatía de la gente. Útimamente nos hemos convertido en expertos de todo, en jueces y verdugos, creemos ser poseedores de “verdades absolutas”.

Si en este momento expreso mi admiración por las mujeres (y hasta hombres) que han salido a las calles a pedir justicia por la estremecedora cantidad de feminicidios en el país, bastarán unos segundos para recibir todo tipo de comentarios: los que apoyan, los que rechazan, los que se decepcionan y hasta los que se mofan.

Y, pensándolo bien, no debería ser necesario que cada una salga a contar su humillante historia de abuso para ser tomada en cuenta, no debería ser necesario llevar la foto de una amiga, una familiar o una conocida desaparecida para que se haga justicia; si en México respiráramos un poco de igualdad tal vez estas manifestaciones no existirían.

Yo misma he ido a marchas. He ido a plantarme frente a una plaza de toros para, junto con un montón de gente, pedir que desaparezcan las corridas de toros, he ido a marchas del orgullo gay celebrando y también exigiendo respeto e igualdad.

He caminado a lado de personas realmente comprometidas por el bienestar del planeta y el respeto a los animales. Estuve ahí cuando cientos de ciclistas le dimos el último adiós a Manu, quien hizo tanto por las ciclovías en Puebla y era un amante de andar en dos ruedas. Ni siquiera lo conocí en persona, pero no me hizo falta para sentir empatía, para saber que aún pueden unirnos más las buenas causas que separarnos las diferencias de ideología o preferencias políticas.

Caminé con personas que a distancia, mucha distancia, pedíamos y exigíamos también justicia por los niños que perdieron la vida hace 10 años en uno de los episodios más tristes de la historia del país: La Guardería ABC.

Y en esos varios andares también aprendí a distinguir, a darme cuenta quiénes están ahí por genuina voluntad, quiénes por morbo o por ‘mirones’ y quiénes porque así se les ordena. Y estos últimos no van precisamente para apoyar, no, de hecho van a desestabilizar, a manipular, a provocar.

Es una fórmula que no les falla, al grado de repetirla siempre con una efectividad que da miedo, pero entonces vuelvo a caer en cuenta que la culpa no es de ellos (o eso parece) sino de quienes les siguen creyendo sus mentiras, quienes compran boleto para el show y sólo replican y repiten amaestradamente para, ya fuera de las manifestaciones, seguir atacando y con el paso tiempo, desestimar lo poco que se pueda avanzar.

Un domingo, hace varios años, estábamos marchando hacía el centro del Puebla pidiendo leyes efectivas que protejan a los animales de maltrato y explotación; se quiso unir de repente un grupo de personas que salió de la nada, primero nos dio mucho gusto pero poco después pudimos darnos cuenta que no estaban ahí con buenas intenciones, alguien los había puesto en ese sitio. Nosotros íbamos marchando en silencio, sólo con lonas y pancartas en las manos, ellos comenzaron a gritar a los espectadores que nos veían desde autos, banquetas o balcones.

Nos detuvimos y dijimos que no daríamos un paso más hasta que ellos se fueran, que no eran parte de la marcha. Se molestaron, quisieron agredirnos y provocarnos, pero no caímos en el juego, acto seguido se dispersaron por diferentes calles y no los volvimos a ver.

Y esos actos se han repetido por años, ¿necesitamos más ejemplos? Busquemos en las páginas de historia algo llamado “2 de Octubre”.

¿Aún no les suena familiar? Entonces aprendamos a observar mejor antes de vociferar.

No conozco a personas que apoyen la violencia, no tengo entre mis conocidos uno solo que le llene de alegría esos actos. Pero sí conozco mucha gente que sin pensarlo dos veces apoya lo que muchas mujeres han salido a exigir: VISIBILIDAD Y JUSTICIA.

No vengo a hablar de los monumentos, ni de las paredes, ni los edificios de gobierno y no porque me sean indiferentes, me dé gusto o crea que lo merecen, sólo deseo que no se desvirtúe la esencia de los momentos en los que las sociedades levantan la voz, casi siempre hartos, muy hartos de no ser escuchados ni tomados en cuenta.

Si una mujer se harta y siente la necesidad de gritar enfurecida que la respeten, volteemos a verla y tomemos su mano. Si quiere decidir sobre su cuerpo, le debemos esa libertad. Si siente miedo y nadie está para protegerla, hagámoslo nosotros. Y si no tenemos nada bueno que aportar, si carecemos de empatía, lo mejor es no creer que somos superiores sólo por vivir muy cómodos en nuestras esferas.

Y a esas mujeres, a las que real y profundamente se comprometen para mejorar la situación actual, las apoyo desde cualquier trinchera porque sé, que si un día las necesito, no se cansarán de buscar hasta encontrarme.

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