26 de Abril del 2024

Las calificaciones… ¡estudiar con tal de pasar!

Por Martín Ochoa / /

Imagine por un momento mi querido lector que alguien le pregunta ¿cómo estás? Y que su respuesta sea pues estoy ocho. Trate de visualizar el desconcierto de su interlocutor y además su interés por tratar de comprender su respuesta, ya que estar ocho no es evidencia de cómo es que usted se encuentra.

Este es el desconcierto por el que todos nuestros alumnos, independientemente del sistema educativo en el que estamos ubicados, pasan cuando les otorgamos una calificación, y es que, aunque hay que aceptar que la mejor y más efectiva herramienta con la que contamos en nuestro desempeño docente es la asignación de nota, también lo es el hecho de que la asignación positivista (esto es el pretender otorgar un número) de una puntuación académica, es además de ambigua, inexacta ya que provee poca información acerca del objetivo final del proceso de enseñanza-aprendizaje que es el que nuestros alumnos aprendan.

La asignación de las calificaciones de manera tradicional son una manera en la que evidenciamos el desempeño académico, de eso no hay duda, además un sistema que no se evalúa deja de ser sistema. Por lo que queda fuera de discusión el hecho de asignar notas de cumplimiento. Sin embargo es justo cuestionar la validez que tiene el proceso actual de validación del ejercicio académico.

Y esto es evidente especialmente porque resulta ambiguo el tratar de interpretar la calificación de nuestros hijos: ¿qué es lo que significa un ocho? Eso es acaso que: ¿en un curso de geometría, del total de conocimientos esperados no recordó el 20%?, ¿es que no fue capaz de responder en un examen dos preguntas de un total de diez?

Veamos un caso en donde otro alumno sacó un cinco, pero esa nota fue resultado de un esfuerzo honesto por tratar de comprender las particularidades de las funciones trigonométricas, ¿es acaso ese cinco una nota que revele de manera clara y evidente que el alumno con todo y su esfuerzo honesto no tiene las habilidades suficientes para pasar al siguiente nivel?

Desde la perspectiva de varias líneas de la investigación educativa se han alzado voces en contra de los modelos tradicionales de evaluación, y es que no es para menos, ¿cómo podremos asegurarnos que nuestros alumnos tienen un nivel promedio de siete con un solo examen?, la evaluación requiere conceptos más profundos y detallados que no pueden evidenciarse con un instrumento de evaluación.

Lo más increíble de esto que acabo de compartirles es que nuestras autoridades lo saben, ellas lo promueven –basta revisar los documentos relacionados con el modelo educativo de la Secretaría de Educación Pública para darnos cuenta de ello-, y sin embargo siguen ejecutando pruebas como PISA (programa internacional para la evaluación de los estudiantes), donde el resultado de desempeño de un país depende sólo de un examen.

Además, el nuevo modelo educativo independientemente del nivel del que se trate, tiene un enfoque basado en competencias –le llaman competencial-, y si observamos con mayor detenimiento las bases teóricas de esta idea, este enfoque trasciende la asignación de notas para desarrollar competencias en nuestros alumnos, en pocas palabras: si queremos desarrollar competencias hay que trabajar en los procesos de evaluación que evidencien la adquisición de las mismas y no en las calificaciones que salgan como producto de exámenes de conocimientos.

Como mencionaba anteriormente, el nuevo modelo educativo presenta una fuerte contradicción en este sentido, evaluar la competencia requiere no solamente tener presente la adquisición de conocimientos, sino que también de actitudes y valores. Si este es el nuevo paradigma educativo, ¿por qué la SEP insiste en la asignación de notas?, ¿Es acaso a que seguimos con un miedo atroz a seguir reprobando la prueba PISA porque ahora nuestros alumnos ya no aprenderán conocimientos sino que desarrollarán competencias?. Se perfectamente que esto último es un error conceptual pero quiero mencionarles que este tipo de cuestionamientos los escuché de parte de autoridades relacionadas con la educación en el último Congreso Mexicano de Investigación Educativa realizado en San Luis Potosí. Sean palabras sacadas sin una seria reflexión o peor aún si son palabras que vienen del posicionamiento oficial a mí me queda claro que quienes están a cargo de este modelo educativo aún no tienen idea de cómo van a evaluar a nuestros alumnos.

Y aquí caemos en un segundo paradigma de la educación: la calificación vista desde el pupitre. El alumno desde que empieza su andar educativo aprende que la evaluación lo es todo, aún recuerdo que mis padres me decían que mi única responsabilidad era estudiar y que debía por ello sacar altas notas. Nuestros hijos seguramente han recibido la misma noticia de nuestra parte y por lo mismo ellos también se preocupan por sacar altas notas, esto deviene en promover en nuestros hijos un carácter propiamente reduccionista que el papel de la educación formal debe tener.

Y es que el hecho de limitarlo a un número después de un ciclo promueve que el alumno haga todo lo necesario sólo por la nota, independientemente del valor agregado que el conocimiento proporciona, del carácter fundacional del individuo o de la aspiración genuina de ser no tan bueno en matemáticas pero si muy bueno en historia del arte.

En mi práctica cotidiana he visto de todo (les comento que imparto especialmente en universidades), desde alumnos que me ofrecen “una lana” hasta otros que pretenden suplir la falta de entrega de evidencias con “un trabajo extraordinario”. En todos los casos mi posición ha sido inflexible, considero que la labor docente no incluye negociaciones en la asignación de calificaciones, lo que entonces lleva a insistir a mis alumnos con que la única manera de pasar mi materia es estudiando, esforzándose, arrojarse al conocimiento.

Cuando ellos reciben un ocho, saben que ese número que asigno (porque así me lo pide el sistema educativo), es consecuencia de la demostración del conocimiento, del desarrollo de aptitudes hacia la materia y sus compañeros, del desarrollo de habilidades de trabajo en equipo, de liderazgo y empatía, de la demostración de valores como la honestidad, la justicia y la verdad. Noto en sus rostros la imagen del futuro profesional quien ha alcanzado una meta que fue difícil pero que le servirá como base para continuar en su interés personal de alcanzar nuevos desafíos.

Para el alumno esta es una labor difícil pero satisfactoria, vale mucho la pena porque forma el carácter y enriquece el desarrollo del futuro profesional, que formará nuevos hábitos y principios, aprendiendo que lo que realmente vale la pena, viene acompañado de esfuerzo ya que, al final del día y parafraseando a un ex rector de la Universidad Iberoamericana: “… el alumno con tal de pasar, es capaz hasta de estudiar”.

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