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La caída del zopilote negro

Por Yonadab Cabrera / /

Y ahí estábamos, haciendo sobremesa después de las ricas pizzas que hornearon mis tías. Era sábado 30 de abril del 2015, el termómetro marcaba 36 grados centígrados en el bello pueblo de Nuevo Necaxa, el sudor bajaba por nuestras caras y el ventilador hacía más ruido que lo que realmente soplaba.

Escuché un ruido en el patio trasero, unas láminas se cayeron, los tendederos se movían incesantemente y solo pensé: “Es una rata que cayó de la casa de atrás o un gato. Ni madres, yo no salgo”. 

Mi mami, mi sacrosanta madre se levantó de la mesa y fue a la cocina por un vaso con agua, pasaron algunos segundos cuando regresó pálida, temblando y sin poder hablar, solo pudo decir con voz temblorosa y temerosa “¡Un tooooordote!, ¡Un tooooooordote!, ¡Sáquenlo!, ¡Sáquenlo!”. 

Para los amigos que no lo saben, un tordo es un cuervo, o dicho de otra forma los cuervos en la Sierra Norte son conocidos como “tordos”. Entonces supuse que una de estas aves rondaba el patio de la casa de mis abuelos y amenazaba con entrar a la cocina; pensé echarle al Max —el cotorro— pero algo me dijo que lo dejara dormir. 

Cuando entré a la cocina me llevé una gran sorpresa, casi me desmayo, me quedo sin voz, sin color y sin respiración, lo que estaba parado en el patio, viendo fijamente hacia la cocina con la amenaza de entrar, no era un cuervo, ojalá Dios hubiera querido que fuera un cuervo, en realidad ¡Era un zopilote negro!

Síiiiiii ¡Un temeroso zopilote neeeeeeeegro!

Un zopilote que me quería comer, sacar los ojos con su pico y despedazarme con sus garras. 

Él, estaba inmóvil, acechándome, analizando detenidamente mi postura.

Yo, yo estaba inmóvil, temblando, sudando frío, una vez más me había dado la garrotera como al Chavo del 8. Respiré onda y profundamente, jalé muuucho aire, fuerzas de flaqueza, valor, astucia, fuerza de oso y velocidad de una tortuga para acercarme sigilosamente a cerrar la ventana. Mi misión imposible fue exitosa, pero no sabía lo que el futuro inmediato me tenía deparado. 

Muchas voces que no se entendían, pero que eran mis tías y primas: ¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Sácaaaaaaaaalo!

Yo: Ay que dejar que se salga solito, van a ver como en un ratito se va. 

Muchas voces: ¡Nunca se va a salir! ¡Sácalo! ¡Puede matar a alguien! ¡Sácalo! (Todas gritaban sin cesar, apenas y podía comprender lo que decía cada una de ellas). 

Para mi fortuna no era el único hombre de la casa, entre tanta mujer también estaba el esposo de una de mis primas, quien tuvo la brillante idea de ponerle una garrocha (palo largo) al zopilote para que se subiera en él como un perico y así sacarlo. 

El esposo de mi prima que por temor a represalias no revelaré su nombre, hizo el intento y claro que la realidad no tenía nada que ver con su expectativa, el zopilote aleteó, corrió y cayó al tanque del agua. 

De pronto a mí se me vino una “buena” idea, echarle mucha agua para que ya no pudiera volar, ni hacer nada y agarrarlo, por supuesto mi mamá fue la primera en reprimirme

Mamá: ¡No chingues! No se puede agarrar, es muy peligroso y donde te pique se te va a infectar, tiene muchas enfermedades y bacterias. Además, acuérdate de los guajolotes, esto es así como ellos. 

Para los que no lo saben, los guajolotes me han perseguido toda mi vida, me han picado, pegado y atormentado. Entonces eché abajo mi plan perfecto para sacar al zopilote de la casa. 

El esposo de mi prima nuevamente empezó a picar con un palo al zopilote, el cual aleteó, rompió los focos del lavadero, y corrió a un rincón, al mismo donde cayó.

Otra buena idea tuvo el esposo de mi prima, acorralarlo y echarle una tina encima, sentarse sobre la tina para que no la volteara y arrastrando el recipiente, lograr sacarlo a la calle. Tomó la tina, se acercó sigilosamente al zopilote, le aventó la tina, pero el ave de rapiña se le aventó y corrió. 

A mí se me ocurrió otra gran idea, meterme por la cocina, salir por la puerta de la sala, correrabrir la puerta de la calle y espantarlo para que saliera como “Don Juan por su casa”. Entonces, corrí, me metí a la cocina, atravesé toda la casa, salí por la puerta de la sala y al dar la vuelta para la puerta de la calle, el zopilote ya estaba a mi lado.

¿Qué creen que pasó? 

Adivinen. 

¿No dan?

¡Chocaaaaaamos! El zopilote se estrelló en mi pierna izquierda, él llevaba tanto impulso, yo llevaba tanto impulso que no nos pudimos detener y chocamos, la puta ave asquerosa chocó en mi pierna, aún tengo la sensación en mi extremidad izquierda, cada vez que me acuerdo me dan ñañaras y escalofríos.

¡Aaaaaaaaaaaaahhhh! ¡Aaaaaaaaaaaaaahhh! ¡AAAAaaaaaaaahhh! ¡Ya me picó! ¡Ya me picó! ¡Chocó conmigo, que asco! Grité y grité desesperadamente al mismo tiempo en que corrí de regreso a la sala; alcancé a voltear y el puto zopilote venía detrás de mí queriéndome picar. Sentí pánico, desesperación, miedo y grité más y más fuerte, como mujer a punto de parir.

Me metí en chinga y mi mamá cerró la puerta. El zopilote se estampó con la puerta y luego se arrinconó en las plantas. El esposo de mi prima aprovechó la distracción de la maldita ave para salir, abrir la puerta principal, salir a la calle, picarle con su palito de madera al zopilote y dirigirlo hacia la misma puerta que da a la calle.

Y así fue como salió, quienes lo vieron dicen que iba muy conchudo a sus anchas por toda la Venustiano Carranza. Después de ese incidente que duró más de una horanos tuvimos que poner a lavar toda la casa.

Moraleja: No importa en el lugar que estén, procuren que siempre haya más de un hombre para que las puedan y los puedan defender.

¡Claro, chinguen al guapo!

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