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En El Son del Corazón, Ramón López Velarde prioriza su fascinación por la muerte, la vida, la resurrección, los huesos, la carne, el espíritu. En un viaje de letra a letra de sus poemas, el oriundo de Zacatecas profana imágenes sagradas y divinas y las coloca en pirámides y nichos paganos para jugar con la Virgen, Cleopatra y Scherezada.
            En la obra póstuma —fue publicada después de su muerte y en su bolsillo se encontró el poema incompleto de El sueño de los guantes negros— López Velarde hace alegoría sobre el erotismo, el sexo y los placeres, sin duda por su influencia de Baudelaire, detectada por el crítico norteamericano Allen W. Phillips en su obra “Ramón López Velarde, el poeta y el prosista”.
            López Velarde, educado bajo lineamientos religiosos severos, combina en sus textos entes opositores, seres antagónicos y los inserta en la misma vasija de su estética. En ese columpio de polos opuestos, en ese vaivén, López Velarde escribe los poemas que forman su obra póstuma El Son del Corazón. [1]
            A principios de los treinta, Xavier Villaurrutia desenterró del olvido al jerezano a través de un ensayo y lo encumbró a su mejor momento literario, aunque López Velarde ya había muerto. Posteriormente, en 1962 el norteamericano Allen W. Phillips escribió el libro que lo consagró: “Ramón López Velarde, el poeta y el prosista”.


[1] Octavio Paz,  “La balanza con escrúpulos”, en Suave Patria y otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 2009, p. 16.


           La dualidad de López Velarde es desmenuzada por Octavio Paz en su ensayo El son del Corazón, en el que determina que la base espiritual del poeta mexicano es su catolicismo y lo utiliza para navegar en la estética de la religión y para retomar ritos, misterios  y ceremonias que delinean las imágenes de sus poemas.

           La primera duplicidad que es preciso mencionar es que su catolicismo férreo no le impidió sumergirse en las mareas zodiacales y en las ideas supersticiosas, incluso, en Zozobra, un poema se titula Día 13 y en sus obras, el velo místico de la superstición resbalará sobre los dogmas del cristianismo. El propio López Velarde devela sus temores y sus oposiciones para creer y entender, del misticismo al cristianismo y viceversa.             Otras dualidades que remarca el autor en sus poemas son, dice Paz, la materia y el espíritu, el alma y el cuerpo, el amor sensual y el amor espiritual, oposiciones que López Velarde reconcilia, mas no funde en un solo ente[1], pues su objetivo es lograr la mutación en un espacio de tiempo eterno, en un columpio interminable. [2]
               El Son del corazón[3] es el primer poema y el que le da nombre al libro en cuestión. En estos versos es posible apreciar el contraste del alma atormentada del jerezano. Las oposiciones entre divinidad y paganía son irreductibles, al igual que los versos dedicados a espiritualizar la carne y de revivir la muerte.
               En el segundo verso del poema, López Velarde encuentra en el latido del corazón, en el tic tac de la vida, una nota, un instante en el que habita la muerte y la vida. 
              Una de las claves para entender la reconciliación de lo pagano y lo divino es la


[1] Op. Cit. “El Son…” pp. 52-54.

[2] Ibid, p.53.

[3] Ramón López Velarde, La Suave Patria y Otros Poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 2003, p. 241 (En adelante número de página entre paréntesis).


aparición de un sacerdote druida, que eran los máximos religiosos de los Celtas y que dominaban los conocimientos sagrados y profanos. En el cuarto verso del poema, también se idolatra a la Selva como Diosa y se le trata también como amante, como ente sensual, como objeto erótico.   
               En el poema “Ancla”, Lópéz Velarde corrompe la virginidad de los dogmas religiosos y coloca a una inmaculada mujer que ha concebido al hijo de Dios sin la concepción carnal, y a esa mujer llamada María en la Biblia, López Velarde la dibuja cantando un soliloquio intranquilo mientras abraza a una culebra —imagen fálica, diabólica y de tentación— del río Nilo.
          El poema “Treinta y Tres” transporta inmediatamente a Jesús, el hijo de Dios, y López Velarde literalmente lo pinta de azul y lo acompaña de Mahoma para compartir juntos un verso divino profanado.
          La bailarina rusa logró conjuntar en sus largas piernas la teología, la epifanía, la espiritualidad, la reencarnación, los cortejos fúnebres y todo por su baile exótico, el autor le dedicó el poema “Ana Pavlowa”. En los versos de “La saltapared”, las letras viran del mal al bien sin interrupciones, sin obstáculos y del presente al pasado, en una simple línea.
           El poema más estudiado y tal vez significativo sea“El sueño de los guantes negros”, que fue encontrado en el cadáver de López Velarde y al parecer está incompleto. En estos versos, el jerezano dibuja la balanza de la eternidad cuando toma de las manos a su amada (resucitada) y las cuatro manos giran hasta el final de los tiempos. También es posible detectar el canto de la vida a la muerte, y por supuesto, la escena de la resurrección de la amada —que Octavio Paz equipara con Fuensanta—.
            También se detecta la profanación de imágenes sagradas como el Espíritu Santo dándole vida y vuelo a un simple esqueleto. Este tal vez sea el poema en el que López Velarde desdobla sus dualidades más entrañables de El Son del Corazón
             Ramón López Velarde introduce en un recipiente las oposiciones que lo marcaron como poeta y seguramente como hombre. El zacatecano es fiel a su estética y en cada verso, obliga a entidades antagónicas a colapsar en un mismo espacio, sin tiempo que las apresure.
            En el Son del Corazón, López Velarde camina de un polo a otro sin que haya un obstáculo, y logra  que una vida sea una muerte, que unos huesos soporten la carne en los escombros del inframundo o en las parcelas del más allá, que un espíritu reencarne, que un mal sea un bien, que un ser material recorra un tramo de tangible a intangible, de material a inmaterial y todo lo logra sin que se altere la imagen poética que está construyendo.
            A decir de Octavio Paz, el trapecio en los poemas del autor obedece a su hechizo por la vida y a la lucha por mantenerse en el mundo carnal. Sin embargo, ese temor a morir lo supera en sus versos, pues ahí no muere, ahí permanece, ahí es vida y es muerte, ahí unas piernas son la teología, y en esas mismas piernas se llevan a cabo sus funerales. Al final, López Velarde aparece resucitado, en cada poema, con sus guantes negros, y al fin, convertido en un ser inmaterial eterno.


Bibliografía
López Velarde, Ramón, Suave Patria y otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
López Velarde, Ramón, Suave Patria y otros poemas, Fondo de Cultura Económica, México, 2009.
López Velarde, Ramón, “Espantos”, El Nacional Bisemanal, 8 de abril de 1916, Ciudad de México. (Disponible en internet)
Paz, Octavio, “La balanza con escrúpulos”, en Suave Patria y otros Poemas, Fondo de Cultura Económica, 2003.
Paz, Octavio, “El son del corazón”, en Suave Patria y otros Poemas, Fondo de Cultura Económica, 2009.



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