Las labores de cuidado, y las labores domésticas son trabajo. No es una obligación “de las mujeres”, no es una responsabilidad “solo de las mujeres” no es un designio divino ni es “instinto maternal”. Es trabajo, pero trabajo que no es remunerado.
Las labores del cuidado de hijas, hijos, adultos mayores y otros miembros de las familias, ha sido delegado a las mujeres por siglos, ¿por quién? Por el patriarcado, por la reproducción sistemática de estereotipos de género, por el machismo y hasta por el neoliberalismo.
La carga de trabajos domésticos y de cuidados es un factor estructural en la desigualdad que viven las mujeres y las niñas en México, y en todo el mundo, porque caen desproporcionadamente sobre ellas, se estima que las mujeres dedican tres veces más de horas que los hombres a este tipo de trabajo.
Trabajo que no es remunerado económicamente y que reduce sus posibilidades de incorporarse al mercado laboral, trabajo que también les permitiría desarrollarse profesionalmente
De acuerdo al Centro de investigación de Política Pública del IMCO, en 2020 el trabajo del hogar y los cuidados realizados por mujeres mayores de 12 años tuvo un valor de 6.4 billones de pesos, el equivalente al 27% del PIB.
La pandemia vino a profundizar la brecha laboral de género porque la mayoría de los despidos realizados fueron a mujeres, quienes además también tuvieron que renunciar a sus empleos para cuidar a sus hijos durante el encierro. Se estima que en América Latina hubo un retroceso de 10 años en los niveles de ocupación laboral de las mujeres en la región.
Por eso es tan importante avanzar hacia dos direcciones, la primera que tiene que ver con una transformación cultural de lo establecido, de lo que hemos dado por sentado como nuestro sistema de creencias y tradiciones, y me refiero a combatir los estereotipos de género que delegan y demandan a las mujeres asumir la responsabilidad plena de estas tareas. Justificados en el típico “en mis tiempos las mujeres se quedaban en su casa cuidando a los hijos”, o “la mujer cuida a los hijos porque a ella Dios le dio el instinto materno”. Pero como dice Chimamanda Ngozi Adichie: la única diferencia para la crianza de los hijos entre un hombre y una mujer es el poder amamantar, fuera de eso no existe otra limitante para que los hombres asuman la responsabilidad que les corresponde en las tareas de cuidados, y eso es importante socializarlo, porque solo a través de esta transformación del pensamiento podremos avanzar hacia una redistribución de cuidados del hogar.
En segundo lugar es importante avanzar hacia un Sistema Nacional de Cuidados, donde el Estado asuma la responsabilidad que le corresponde, destinando presupuesto público a programas y políticas como las estancias infantiles, las escuelas de tiempo completo y el aumento a las licencias de paternidad.
Pero para que todo eso ocurra también necesitamos que nuestras autoridades y gobiernos tengan una perspectiva de género, en México se eliminaron programas que apuntaban hacia el logro de la autonomía económica de las mujeres, desaparecieron estancias infantiles y escuelas de tiempo completo, y eso profundiza severamente la recha laboral de género en el país. Acciones que no extrañan porque el mismo Presidente López Obrador ha tenido discursos que reproducen la inequitativa distribución de los trabajos del hogar y los cuidados.
¿Se acuerdan cuando dijo en una mañanera que “las hijas debían hacerse cargo del cuidado de sus padres”? ¿Por qué solo las hijas y no los hijos?
Si comenzamos por ahí, entenderemos que las decisiones que su gobierno ha tomado han carecido de perspectiva de género y han afectado sobremanera a la incorporación de las mujeres en el mercado laboral.
Por eso cuando hablemos de trabajo digno, empecemos por reconocer los trabajos de cuidados y del hogar, y exijamos la creación de un Sistema Nacional de Cuidados porque ese también es un derecho incumplido para las mujeres y las personas responsables de los cuidados y el hogar.
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