La persona y la cámara

Detrás de una superestrella hay 10 actores condenados

- Foto: Revista Rayas
Por Bryan Rivera /

No pocos espectadores mantienen una mirada brillosa ante el elenco de una denominada película, perfilando ya su temprana atención a una nube de expectativas, donde el espejismo de la calidad surte efecto y proporciona la siempre vaga noción de que los actores son una garantía de éxito.

A veces, esa expectativa se cumple, y en otras tantas, genera una suerte de descalabro efímero, que pronto habrá de olvidarse, cuando el actor en boga aparezca nuevamente en otro cartel y el proceso se repita de manera cíclica, dentro de la vertiginosa pero perpetua fuerza del sistema de la moda.

La industria lleva décadas construyendo ese sistema de la superestrella, que ha encontrado su perfeccionamiento en la maquinaria de las redes sociales, donde la atracción juega un papel predominante para que determinada información quede fija en nosotros, al menos el tiempo suficiente para dinamizar al tiempo económico.

El mecanismo tiene dos aristas: el de elegir a los actores del momento para potenciar los ingresos de una película que, por su calidad y otros aspectos de producción, podría generar un considerable ingreso. Otras veces, funciona como un salvavidas para rescatar del fracaso financiero a propuestas “arriesgadas”, como lo fue Dune, un filme cuyas ganancias dependieron principalmente de los rostros en el cartel.

A ojos de la industria, cualquiera de estos motivos es válido, incluso más imprescindible que la obra en sí. Sin embargo, dentro de los engranes ocultos, casi invisibles, de una industria depredadora, también causa efectos de complicada observancia para el espectador común, enajenado en la inmediatez que le provocan las imágenes.

Elegir a determinada persona para un proyecto, implica haber descatalogado a decenas de candidatos, cuyas cualidades podrían ser incluso superiores a las del elegido ¿Qué nos garantiza que Temothée Chalamet, Anya Taylor-Joy o Zendaya, son las figuras más aptas para materializar historias?

El star-system se asume como un catálogo de la seducción, un parámetro de moda donde los actores alcanzan la categoría casi perdida de semidioses, como ya lo describió Giles Lipovevsky: “Ante los semidioses, ¿Quiénes son los mortales? Lo son aquellos otros actores, recién emergidos o con una trayectoria medianamente floja, que libran batallas escandalosamente silenciosas por un lugar”.

Es ese mismo aspecto el que mantiene a la industria como un cuello de botella, donde las superestrellas abarcan el espectro laboral, impidiendo aún más que otros tantos actores puedan destacarse, si no gozan del don de las relaciones sociales o un encanto en su personalidad que los ponga delante de la competencia. Algunos habrán de llamarlo suerte.

Las casi infinitas aplicaciones del capitalismo encuentran su representación más fidedigna en el séptimo arte. Sin el espíritu de la competencia-atracción, no hay quien mueva los engranes. Esa es, al menos, la máxima dentro de la industria fílmica que mantiene este comportamiento.

¿Es esta depredación interna, este morir por ser algo, una causa de entera responsabilidad de los productores? Es y no es. Ellos crean, contagian, pero también se mueven conforme a la marea de nuestras propias demandas: un vástago que ellos, difícilmente, ahora, pueden controlar.

¿Acaso nuestra atención no se crispa ante lo que consideramos superiores, en parte, por la producción de los mass-media, del soft-news?, ¿De verdad queremos que surja por mérito propio una estrella, sin antes ser seducidos para seguirla por su apariencia y su endiosado carisma?

Mientras nuestros sentidos sigan empujando hacia el tótem de la superestrella, lo mejor será adaptarnos a ver un mismo rostro en más de dos películas por año. Esperen, eso ya sucede…

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