La persona y la cámara

Sobre la Noche de fuego

- Foto: Rayas

Bryan columna

Por Bryan Rivera González /

Usualmente vemos el sistema del narcotráfico como una bruma magnánima, ostentosa, donde todos asumen el riesgo por una suntuosa y corta vida. La persona promedio poco ha visto sobre la opresión que viven quienes se dedican a extraer la materia prima de las sustancias.

Noche de fuego, dirigida y escrita por Tatiana Huezo —salvadoreña que radica en México—, va justamente en ese sentido. Estamos en una comunidad de Jalisco, en plena sierra, siguiendo la infancia-adolescencia de María, Ana y Paula, tres jóvenes que son obligadas a ocultar su identidad femenina para no ser raptadas por el narcotráfico.

Basada en el libro Ladydi, de Jennifer Clement, sigue la misma línea argumental de las condiciones que enfrentan las mujeres en las zonas más aisladas del país, donde el narcotráfico es ley, con la salvedad de que Noche de fuego nos sitúa en una tierra dedicada a la venta de amapola. 

Es ahí donde el filme ejerce su función desmitificante, esclarecedora, demostrando que quienes se dedican a la amapola no lo hacen de manera deliberada. Es su destino. están obligados al mismo por las condiciones económicas y sociales que les impide aspirar a algo más. Cuidar la amapola es, hasta cierto punto, su manera de ganar inmunidad dentro de una violencia cada vez más mordaz, excepto cuando el narco decide llevarse a sus hijas.

Como trabajo crítico, Noche de fuego cumple con su función documental de reflejar una realidad que, quisiéramos, fuera ficción como película. Lamentablemente repite los vicios del cine mexicano que abusa de una condición crítica.

Como otros filmes obsesionados en reflejar al narcotráfico, Noche de fuego peca con dar poca profundidad a los personajes. No hablamos de la construcción de personas con pensamientos elevados, sino de figuras que puedan destacarse por rasgos muy particulares de su personalidad: que cada personaje pueda distinguirse de otros por su manera de interpretar el mundo.

Evidentemente, este cine de hiper realismo se enfoca en describir el panorama amplio de un determinado tema, sin entrar en particularidades. Habrá quien considere que justamente los personajes genéricos contribuyen a este aspecto, y así es.

Sin embargo, la repetición de personajes simples en el cine mexicano se ha convertido en un cliché, en un lugar común. Contadas son las películas que recordamos de este estilo, donde la memoria salte por un personaje en particular, que destaca por su pura y singular presencia. 

También se puede opinar que en comunidades aisladas es difícil que existan personas que destaquen por encima del resto, al estar todos circunscritos en una determinada condición educativa. Sin embargo, ¿acaso no existen personas que, aunque comparten la misma educación, los mismos intereses, no tienen rasgos de personalidad distintos?, ¿Acaso no hay unos que sonríen más que otros, que se muestran más serios, más inseguros o confiados que la mayoría?

Con esto, decimos que, aunque todas las personas puedan ser idénticas en determinados aspectos, ninguna es igual. En la Noche de Fuego, las tres jóvenes lucen como la copia de un mismo temperamento.

En cuanto a la velocidad narrativa, el filme mantiene un ritmo lento, donde los conflictos tardan en ocurrir a favor de demostrar una cotidianidad, cuya reiteración resulta innecesaria, pues bastan con un par de escenas para describirnos el contexto que cada habitante sufre. 

Se suma de igual forma que el final resulta predecible, considerando las constantes reminiscencias de los personajes acerca de una vida mejor, fuera de esa comunidad aplastada por la violencia.

Noche de fuego es rica en contarnos la realidad que viven las comunidades rodeadas por el narcotráfico, en específico de quienes se ven obligados a la producción de amapola. Sin embargo, es una película que bien puede olvidarse cuando otro producto audiovisual, de similar corte, emerja. 

El cine sobre narcotráfico sigue anclado en dos estilos: la oda de la violencia, de los protagonistas del delito, vestidos con el estilo de las figuras heróicas; y, por otra parte, la representación de una cruda realidad que se queda como una pintura estática, crítica, casi sin alma. El cine de narco aún no ha encontrado a alguien que lo reinvente. 

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