La persona y la cámara

Ser o no ser: el dilema del policía

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Bryan columna

Por Bryan Rivera /

"Pinches corruptos", "ahí vienen los puercos", "nada más están viendo de dónde sacarte dinero"... Innumerables veces hemos oído o dicho sentencias similares contra los portadores del uniforme.

¿Pero qué hay detrás de la placa?

¿Qué hay detrás de los insultos, la ignominia, del dolor de estar de pie durante horas y rendir absurdas cuentas al Mando?

Los que tienen a un familiar dedicado a la seguridad pública saben de las complicaciones de llamarse "protector": pagar por el chaleco, las balas, el arma que es y no es gratuita; de la exigencia de los jefes por abrir la llave de la corrupción y alinearlos a una fuerza que te castiga ante el menor gesto de inconformidad.

Igual saben que un destino indeseado es convertirse en policía, obligados por la educación, la costumbre, la falta de oportunidades de quienes ven la academia como una única alternativa para un mediano nivel de vida, aunque también están quienes honestamente se inscriben para ayudar.

Una película de policías tiene el nombre de una absurda comedia más, cuya portada de Netflix contribuye menos para identificar nuestra equivocación.

La prensa ha decidido clasificarla como documental, aunque más bien navega en los límites del falso documental. Su historia, aunque "verídica", deja de ser el espejo exacto de una realidad desde el momento en que los protagonistas son encarnados por actores.

El filme es altamente pretensioso. Quiere cumplir con las normas del documental, intentando, a su vez, un esfuerzo auto analítico, casi una meta historia, donde los personajes se desplazan: a veces son simples policías que se dirigen a ti, espectador; en otras, son los actores que demuestran su proceso creativo para mimetizarse como oficiales.

Contexto: Estamos con Teresa y Montoya, una pareja de policías de la Ciudad de México que desmenuzan los prejuicios, la discriminación y los vicios del sistema de seguridad mexicano.

Cuentan su origen, sus miedos y sus esperanzas al espectador, mirándolo a los ojos a través de la cámara. Narran los rondines, reviven las experiencias. Pero a su vez, ambos personajes se fragmentan y nos encontramos con Mónica y Raúl: los actores que representan a Teresa y Montoya, quienes explican su proceso adaptativo para encarnar a policías, respirando, pensando y diciendo lo mismo que ellos, inscribiéndose a la academia de policía.

No estamos ante dos personajes. Estamos ante seis: Teresa y Montoya en lo individual, es decir, los personajes actuados que rinden su testimonio; Mónica y Raúl, los actores que dan cuenta de su proceso, y la mezcla: Mónica-Teresa y Raúl-Montoya: la combinación de dos experiencias, la de quienes son policía y de quienes los observan científicamente.

Mónica-Teresa y Raúl-Montoya —esos híbridos extraños— se dejan ver en una indefinición. Aparecen en escenas concretas donde estos personajes representan a ambos al mismo tiempo. Raúl, en su condición de actor, en lugares que solo competen a Montoya, el verdadero policía, como en los momentos de patrullaje.

Este desdoblamiento de los personajes luce como un recurso obsesivamente cuidado por el director, Alfonso Ruizpalacios. Tuvo el objetivo de demostrar una visión integral, absoluta, del policía: la mirada interna de quien ejerce como uniformado y el reconocimiento de quien se prepara para serlo.

La película también cuenta con tropiezos de carácter técnico, como el notorio uso de la pantalla verde en un puñado de escenas, aquella donde Montoya relata sus días mientras cose su chaleco antibalas en una avenida principal.

Otro de sus enredos, bastante problemático, es que el ritmo se rompe en la transición de Teresa y Montoya a Mónica y Raúl, cuando se reproducen abruptamente las grabaciones de los actores durante el proceso artístico como puente con la otra perspectiva, desgarrando con ello la armonía generada.

Sin embargo, estas observaciones, de carácter mucho más cinematográfico, no demeritan el trabajo casi experimental de Alfonso Ruizpalacios. Su perspectiva cautiva a quienes no están acostumbrados a una óptima que intenta sacudir al espectador, mediante ese recurso juguetón de la cuarta pared.

Una película de policías funciona como un estimulante para la conciencia: enseñar que el policía es más que un uniforme, que una placa, más que la corrupción, más de lo que podamos decir de él; que come, que se cansa, que duerme y se frustra.

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