La persona y la cámara

Dune: el filme que plantea un estilo distinto para la ciencia ficción

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Por Bryan Rivera /

Bryan columna

Denis Villeneuve estrenó Dune, su tercer largometraje de ciencia ficción, quedando como uno de los cineastas más asiduos en el género en los últimos años. La adaptación de esta saga, creada por el escritor Frank Herbert, ha sido todo un reto para Hollywood, pues va ya por su tercera representación en pantalla.

El estilo que la industria ha consolidado en torno a la ciencia ficción como cuadros futuristas donde predomina la acción, ha hecho que la reciente versión marque una división de preferencias, incluso más pronunciada que otros filmes donde es evidente que cada espectador tendrá sus conclusiones.

La versión de Denis Villeneuve es criticada principalmente por esto: un desarrollo lento, donde la acción no tiene demasiada cabida más que en los momentos forzosamente necesarios, no al estilo que acostumbraron Star Wars.

Es de esa forma como la gente incluso bromeó en redes sociales. “Para ver Dune, necesitas una cobija y una almohada” ¿Pero qué hay de cierto en que su lentitud afecta la progresión de la historia?

Denis Villeneuve no tenía la intención de consolidar su historia como una más del montón, donde las peleas son el eje principal. Desde sus últimas películas, el cineasta dejó claro que la ciencia ficción podía ser algo distinto al despliegue desproporcionado de persecuciones, de disparos, de combates. Dune es la representación de esta creencia.

Dentro del esqueleto narrativo, el filme se concentra en exhibir lo conflictivo que es para la Casa Atreides arribar al feudo de Arrakis: un planeta-desierto, donde tendrán que instaurar el gobierno por orden del emperador. Lo demuestran los viajes de reconocimiento y el esfuerzo por conciliar con la tribu local.

El otro eje son las visiones de Paul, el heredero de la Casa Atreides que posee el don de la clarividencia y de manipular las mentes. Sus visiones aparecen abruptamente en situaciones que parecen no guardar conexión, y estas justamente se entienden como el desarrollo de una historia que aún no sucede, próxima, pero que marcará las decisiones del joven aristócrata.

Si algo supo ejecutar Denis Villeneuve es hacer que los flash-forward —adelanto de lo que aún no sucede— luzcan como una narración paralela, ligeramente encriptada, de personajes aún desconocidos que, desde el primera visión, marcan las decisiones de Paul, quien habrá de enfocarse en una ruta que lo lleve a concretar ese destino desconocido, donde figura como un mesías del que ya se anunció su llegada.

La película no pretende seguir los vicios de la acción despedida, eligiendo por camino una historia sobria, donde solo importan las decisiones, la venganza, la vida política-socio-cultural de la duna: un andar pausado hacia un destino que se manifiesta en los primeros minutos.

Desbancando del estilo convencional, Dune sigue el fantasma de sus anteriores versiones, que no pudieron superar en éxito a franquicias ya consolidadas como Star Wars y Star-Trek.

Estas versiones fueron condenadas a un olvido, rescatadas solo por la pasión de un puñado de cineastas con una desbordada pasión por la historia original y que querían ver a sus personajes en una pantalla, como Denis Villeneuve.

No es una película memorable, pero tiene el mérito de plantear una propuesta ligeramente alterna sobre cómo hacer una ciencia ficción.

Da la impresión de que los productores sabían del riesgo de una nueva producción. Por eso, echaron mano del Star-system para elegir a actores consagrados y recientemente destacados, asegurando así una buena entrada en boletos.

Sin esta decisión, posiblemente Dune se habría convertido en el mismo desierto que representa, quedando en riesgo la segunda parte.

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