La persona y la cámara

Cortometrajes: ¿son historia o crítica?

- Foto: Rayas

 

Por Bryan Rivera  /

 

El pasado miércoles inició la edición 19 del Festival de Cine en Morelia que, por segunda ocasión, contempla una exposición híbrida de largometrajes y cortometrajes. A estos últimos es hacia donde está enfocada la exhibición en plataformas como FilminLatino.

El esfuerzo no es menor, pues es justamente el cortometraje el que requiere la atención de un público poco empapado del formato, acostumbrado a cintas de al menos una hora en pantalla.

Condenados están a una arbitraria industria que los define como productos poco rentables, por lo costoso, casi imposible, que es proyectarlos en salas de cine, ante ofertas de mayor rentabilidad por la sola duración.

Es así, como el cortometraje queda en un páramo donde, más bien, sirven como una carta de presentación para los cineastas que recién incursionan, de un deleite casi exclusivo para el gremio.

Pero la ausencia de un amplio público no es el único obstáculo que atraviesan. Lo es también su formato, pues el reto de adaptarse un puñado de minutos hace difícil el desarrollo de una historia que exige ver la vida de los personajes, de tal suerte que estos realizadores dedican enteramente el tiempo en pantalla para transmitir el tema que quieren abordar, llámese violencia, llámese prostitución, migración, quedando los personajes más como un móvil, casi como una excusa, el objeto obligatorio para lanzar el mensaje.

Los cortometrajes quedan subordinados como un objeto-espejo, es decir, como un filme que solo busca exhibir una problemática social, ya sin entrar a fondo en el personaje, sin tratarlo como una persona rica en contradicciones, enfrentando obstáculos. Los personajes quedan como un pedazo de cartón en la pantalla.  

Es lo que en la teoría del cine queda como una subordinación invertida. El personaje cuelga del tema de la película, sin vida, sin decisión propia, como si un Dios le quitara toda la voluntad y le asignara un destino. El protagonista deja de vivir su propia vida y queda al capricho de una crítica social, cuando lo que amamos como espectadores es justamente una historia donde haya voluntad en los protagonistas.

Muestra de ello son dos cortometrajes del Festival de Cine en Morelia que estarán en FilminLatino hasta el 1 de noviembre, donde los personajes quedan invisibilizados, sin personalidad, a favor de aprovechar el tiempo y de exhibir el tema a tratar. 

Mil ojos me observan, de Nicolás Gutiérrez Wenhammar, es el soliloquio de una trabajadora sexual que cuestiona su forma de vida, sus carencias, sus esperanzas, en la habitación del hotel donde trabaja. Un diálogo interno que lanza crudos mensajes sobre la prostitución, los hombres y el estigma de la profesión: tópicos desarrollados en un lenguaje altamente literario, donde las pocas acciones del personaje quedan ralentizadas como una pintura que solo está hecha para observarse. Las acciones de la trabajadora sexual son pocas por una reflexión que, sin embargo, exige movimientos físicos.

La cuarta puerta, de Hugo Magaña, nos pone en el rostro las venas abiertas de una violación como la que sufren incontables mujeres en México, dejando un final abierto donde el perpetrador puede estar en casa o habitar en cada hombre machista.

Aunque estos temas son de digna mención, ambas historias dejan un sabor amargo ante la exigencia de saber más de sus amistades, de sus gustos, de su vida fuera de la agresión, de circunstancias visibles que desarrollen la historia y generen una mayor intriga.

Repetimos: no es necesariamente un problema de los creadores, sino del cortometraje. Cada formato cuenta historias distintas. Existen cortos que tendrían una mayor potencia como largometrajes.

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