La persona y la cámara

¿Por qué nos gusta tanto El Juego del Calamar? 

- Foto: Rayas
Por Bryan Rivera / @Bryan_TheSounds /

La violencia en todos sus ángulos dramáticos es la narrativa de mayor impacto dentro del arte. Las épicas de Homero no se apreciarían de la misma forma sin cuerpo bélico de las hazañas de Aquiles y Ulises. En los tiempos del cine, las historias consumen hambrientamente situaciones orgánicas o forzadas de disparos, adrenalina, golpes y hasta  persecuciones.

La filósofa y poeta mexicana, Sayak Valencia tuvo a bien calificar como “capitalismo gore” al sistema económico que hace de la violencia un consumo rentable, que permea en las capas sociales y culturales para reproducirse, haciendo a veces que la ficción tome más similitudes con la vida cotidiana. 

Sí, sabemos que la violencia y el capital caminan de la mano, y su horror, su cercanía, su posibilidad de ser aún más cierto, es lo que nos mantiene en las butacas, deseando, paradójicamente, que el circo de la degradación humana continúe.

Más violento resulta para nosotros, como espectadores, cuando la humillación de las personas proviene de una crisis económica que empuja a toda clase de sometimiento.

No es gratuito que entre las producciones más destacadas se encuentren, justamente, aquellas que se antojan como una crítica al sistema gore y que, paradójicamente, terminan por afirmarlo con las millonarias ganancias de estas películas.

Más allá de la violencia, películas y series como El juego del CalamarParásitos y Sonata en Tokyo, han sido exitosas por exponernos a nuestro mayor temor: la indefensión, la crisis, el apocalipsis de un sistema rapaz, absoluto, que nos arrebata la posibilidad de una vida digna si no contamos con la solvencia suficiente.

Es eso, y no necesariamente la sangre, lo que las convierten más en lo que llamaremos un thriller capitalista, que, en una producción de simplificada acción, horror, suspenso o cuanto adjetivo lúgubre quepa.

Pero también es de destacar que el foco de estas películas, su premisa, es decir, su objetivo narrativo, es manifestar justamente esa crítica al sistema que oprime, en este caso, a paises nipones como Korea del Sur, Norte y Japón.

No es casualidad que, de estos países oprimidos, vengan en años recientes las películas ya mencionadas que, todas afamadas por el mismo mensaje que cuenta con desarrollos distintos.

En El juego del calamar atestiguamos la espectacularización de la violencia, la despersonificación humana, las esperanzas, en un juego donde cada concursante decide arriesgar la vida por la promesa de un futuro sin carencias.

En Parásitos, nos encontramos con una familia que decide engañar a los adinerados para sobrevivir, viviendo metafórica y directamente en el suelo, sin rumbo más que la supervivencia inmediata.

Por su parte, Sonata en Tokyo es el apocalipsis de los oprimidos, la lucha constante contra el sometimiento, la fuerza de una familia para salir adelante, como puede, lidiando con roles sociales, machistas, que son insoportables, abriendo en su final la esperanza de que todo puede ser mejor si el talento recibe apoyo.

Estas tres películas son, como muchas otras, un posicionamiento político: buscar que otros países noten su precariedad, la atrocidad que difícilmente vemos por encima de la imagen de esos países desarrollados tecnológicamente; buscan que algo cambie en su vida diaria y, de paso, que nos miremos a nosotros mismos.

Hablamos de Tokyo, de las Coreas, pero no necesitamos ir tan lejos para notar que, en una forma medianamente similar, es decir, con menos tecnología, en Africa y Suramerica se vive la misma pobreza.

Los mexicanos también se asfixian en las grandes urbes donde no hay certidumbre para comprar un hogar, donde hay que rentar diminutos cuartos; ya sea en los pueblos subdesarrollados, donde hay trata de blancas; ya sea en las regiones donde el Narco es Ley.

Aún falta que en nuestro país lleguen estas narrativas, en el mismo tono desesperanzado y opresor de un sistema inamovible, de un capitalismo gore dolorosamente cínico, en la forma espectacular en que se presenta El juego del Calamar. Nos gusta porque, también, es un juego que nos merodea.

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