La persona y la cámara

Slasher, el subgénero que nació limitado

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Por Bryan Rivera /

Un tópico bastante imitado dentro del horror es aquel donde un sujeto de rostro oculto, sombrío, físicamente invencible, guarda la afición de perseguir a despistadas norteamericanas durante una noche que parece no concluir nunca.

El primer acercamiento a este horror de corte realista, donde se pretendía demostrar una situación que todos podíamos experimentar con el auge de los asesinos seriales en los 70's, se vio cristalizada en Halloween, la ópera prima de quien sería el maestro del horror: Alejo Carpentier.

La industria no tardó en minar esta fuente de oro con la fórmula que degradó la novedad a la categoría del cliché: universitarias corriendo ilusamente, el jugador apuesto y bruto de futbol americano, los jóvenes que persiguen ingenuamente una diversión sin sentido.

Hoy en día, abundan slashers que no logran trascender su propio planteamiento. La propia Halloween Kills se vislumbra, a días de su estreno, como un producto incapaz de superar la sombra de la primera versión.

Cabe preguntarse por qué, ante tanto auge, tanta exigencia del cine de horror, no existen películas que mejoren la fórmula del asesino enmascarado e invencible.

La respuesta, pues, radica en la propia arquitectura, en los márgenes rígidos e inflexibles que Alejo Carpentier trazó. Los elementos del slasher se limitan a tres figuras: un asesino-perseguidor, a una persona perseguida y a una trayectoria de espacio-tiempo definida.

Es decir, que el villano no puede dejar los límites de un recorrido premeditado, ni expandir su incomprensible sed de sangre por días o meses, condenado narrativamente a saciarla en un plazo de horas sobre pantalla. También, que la acción no puede ocurrir en un ambiente distinto a lo "desconocido", pues en otro terreno, en otras circunstancias geográfico-urbanas, el asesino se vería fácilmente superado.

De igual forma, porque el terror depende de la soledad entre el perseguidor y el perseguido.

El Slasher, con una estructura así de limitada, restringe la innovación de quienes pretenden entrar al subgénero, quienes cuidan de estos convencionalismos para mantener una fidelidad con aroma a imitación.

Claro es que existen intentos por no repetir los lugares comunes del subgénero sin apartarse del mismo, como lo hizo Masacre de Texas al hablar de malformidades y páramos desolados, que posteriormente trivializó Camino hacia el terror. Otro caso es The Boy, una película que al menos intenta combinar dos géneros y dar una vuelta de tuerca para convertirse en slasher.

Sin embargo, quienes pretenden entrar a estas narrativas se ven encajonados por una fórmula que no logra renovarse y que incluso quedó condenada en su primera película, antes de que Halloween se convirtiera en una máquina de dulces.

Para renovarse, regocijarse, nada como la primera versión, cuando el subénero se notaba fresco, innovador. El Slasher contemporáneo queda como una víctima que no pudo ser ultimada: algo que falleció de hambre y no por una muerte sublime.

 

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