La persona y la cámara

La teoría de hacer dinero

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Por Bryan Rivera /

Sobre The Big Bang Theory se ha hablado desde diversos ángulos, unos más singulares que otros: que si fue una novedad donde más de un marginado social logró identificarse; que si es un coctel que fusionó una comedia simple con la complejidad de un humor intelectual-científico-geak; que si Sheldon Cooper levantó algún suspiro y no pocas desesperaciones por su comportamiento. Tanto se puede hablar de ella y tan poco. Sin embargo, el diablo se encuentra en los detalles.

Algunos espectadores habrán notado el hábil tacto de la publicidad. Veíamos al grupo reunido en la sala, como alrededor de una pequeña fogata, tomando bebidas energizantes, o en el comedor de la Universidad, bebiendo Fanta y otros tantos productos; y qué decir de Penny, quien con una frecuencia poco detectada señalaba explícitamente que trabajaba en Cheesecake Factory.

El diablo radica en los detalles. Dentro del cine, existe la regla de que toda publicidad debe quedar en la cámara una vez por escena, ya sea en las prendas o en los objetos de interacción, cuidando minuciosamente de evitar una sobreexposición.

Sin embargo, The Big Bang Theory explota todas estas conveniencias. Hace, deliberadamente, un despliegue publicitario sin precedentes en el cine o en las series.

¿Pero cómo logra esto, sin que resulte agresivo para el espectador?

Con la exposición indirecta: dejar objetos publicitarios desperdigados en la cotidianidad de los personajes: en sus mesas, en sus cocinas, o como decoraciones, haciendo que los protagonistas interactuén con ellos en un plano secundario donde la atención, en cambio, se enfoca en sus diálogos, haciendo que el fan promedio no preste demasiada atención a esa sobreexposición.

Sin embargo, no se trata de solo dejar la publicidad regada sin mesura. Habrá que tener un tratamiento específico, acorde al objeto publicitado. No son gratuitas las escenas donde Sheldon y compañía pelean por la superioridad de un personaje ficticio, dándole una relevancia narrativa y dramática hasta convertirlo en una parte inseparable de la comedia, generando, de esa forma, con esa mención constante, una exposición que incrementa las ventas del héroe en cuestión.

Tampoco es gratuito que la productora, Warner Bros, utilice principalmente a los superhéroes y a la mercancía de la que tienen derechos. Tampoco lo es, por supuesto, que incluso promocionen objetos geeks que pronto saldrán a la venta.

La intromisión de un objeto publicitario como engrane de la propia historia es más visible en la séptima temporada, cuando Sheldon no decide entre comprar un Xbox One y un PS4: marcas cuyos consumidores han enemistado y que la serie utiliza para un cómico debate sobre las ventajas y desperfectos de cada consola.

La historia de un grupo de brillantes geeks es, a su vez, el abanico publicitario de un sin número de productos que tienen una clientela sólida, opulenta, que no pocas veces abarrotan convenciones por figuras demasiado suntuosas, o incluso para el espectador que se enuncia común y ajeno a esta subcultura.

En 2017, The Hollywood Reporter clasificó a Jim Parsons, Kaley Couco, Johnny Galecki, Kunal Nayyar y a Simon Helberg, como los actores mejor pagados de la televisión estadounidense, con una salario de 900 mil dólares por capítulo. Según Kantar Media, en 2016 la serie obtuvo un ingreso de mil 830 millones de dólares solo por anuncios publicitarios. Esos son los resultados.

 

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