La persona y la cámara

“Las formas antiguas”

- Foto: Rayas

 

Por Bryan Rivera /

“La Persona y la Cámara” es un esfuerzo por platicar de aquello que nos define como seres humanos. No, hablamos de nuestras pasiones carnales, tampoco de dormir o procastinar en Facebook. La cosa no va por ahí. Hablamos de cine, pero no tanto de la película en sí, sino de su verdadero objeto: las historias.

Ya lo expresaron algunos pensadores cuyo nombre no podemos recordar, así como también lo dijo Tyrion Lannister en la repartición del trono, al final de Game of Thrones: “lo que más nos gusta son las buenas historias”.

Sin embargo, pese al universo que llamamos “gustos”, a veces solemos ser unánimes cuando una historia no marcha como la creemos mejor. Sí, encontramos más consenso en eso que en la paz mundial.

Por eso, este espacio servirá para diseccionar series y películas, sin distinción de popularidad o género. Se pretende hacerlo no de la forma simplificada con la que calificamos algo “bueno o malo”, aunque es válida esa opinión.

Aquí partiremos, operaremos y coceremos las historias, tomando de bisturí las técnicas que los entendidos en literatura, guion y cinematografía, han elaborado con los años de este apasionante arte.

También —¿Por qué no?—, verteremos observaciones sobre lo que ocurre actualmente con el cine, la industria, con el espectador, y la forma en que nos involucramos con las historias y sus cineastas, a través de sus creaciones o de lo que se dice de ellos.

Dejemos ya tanto choro, pues.

Bienvenidos a la función.

Las formas antiguas

En agosto, Netflix nos trajo a la luz una película que no tardó en alzar la expectativa como si del polvo se tratase. En redes sociales y en prensa especializada resonó Las formas antiguas como una aportación al cine de terror sobre la brujería, tradición que, si bien existe en muchos países, en México es punta de lanza al ser un tema bastante cotidiano y con complicadas variedades. No existe quien no haya escuchado de su platica directa: de un familiar que se dice víctima de algún “trabajo”.

Imagen fuerte, atrayente, que se divulgó con el imponente plano de una bruja —de nombre Luz— que atrajo la atención de más de uno, incitados a compartir la imagen y dar like.

Sí, imagen fuerte, atrayente, que termina en humo. Y es que el principal atractivo, la brujería, pierde sus formas en un largometraje que se niega a abandonar los lugares comunes del género, sin hallar alguna propuesta que pudiera sumar a su singular tema; singular, en cuanto a que casi no hay películas que aborden esa espeluznante tradición, muchos menos mexicanas.

El rostro de blanco y sangriento con el que casi siempre nos presentan a Luz, funge más bien como un accesorio que, dentro de la historia, carece de un significado, aunque dicha apariencia pudiera tener arraigo en la tradición veracruzana que pretenden representar.

“Representar” también resulta un verbo altamente cuestionable, porque solo toma la tradición como un gancho exótico, escandaloso, que más bien va enfocado a su principal audiencia: el público estadounidense. No es gratuito que la película cargue una mayor herencia del cine de acción-horror que tanto saturan los cines, con películas como El conjuro.

Por algo el guionista y el director son Marcos Gabriel y Christopher Alender, ambos de origen norteamericano.

Desde ahí entendemos que la película engaña al espectador que pudiera esperar, con buen entusiasmo, una producción y estilo meramente mexicano.

Llegados a este punto, vale subrayar que no se requieren más de 30 minutos para considerarla como una más del montón.

Pido clemencia a quienes han llegado a este punto de la lectura. Habrá quienes prefieran el terror —casi tradicional— de las películas de screamer. En cambio, quienes guardaban la esperanza de encontrar algo distinto, sabrán a qué nos referimos.

Fuera de las repeticiones de su género, la película también tropieza en asuntos de coherencia narrativa. El momento en que Cristina —la protagonista— decide grabar con su cámara los preparativos previos al exorcismo central, se antoja más bien como un intento forzado para reducir la tensión y dar cierto aire humorístico, que sirva para relajarse previo a la conmoción que supondría el final. Sin esa escena, la historia no pierde nada.

Es de considerar esto, ya que en la elaboración de guiones impera un mandamiento: escenas y acciones que no aportan algo relevante a la historia, no sirven. Mejor cambiarlas o no agregar nada.

Las formas antiguas pudo hacer de la brujería un tópico que, si no reinventaba, al menos podía refrescar un género ya de por sí gastado. Solo se queda en el intento, es decir, en una “forma antigua”.

Créditos

No podemos cerrar esta aportación sin sus merecidos créditos.

Agradezco a Yonadab Cabrera, cofundador de Central y director de Rayas, quien me brindó este cálido espacio; también a Víctor Zadig, quien me impulsó a esto tras leer un triste tuit mío; a Mariana Salinas, quien no dejó de motivarme con su nítida voz de “niña fresa”. De igual forma, a Fer Tovar y Sam Navarrete, cuyo valor es incuantificable en la edición.

Principalmente a Elizabeth Lozada, mi pareja, amiga y compañera, por su apoyo en este recorrido. Amor, pongamos las palomitas.

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