El viaje de la libélula

Nuevo año, nuevos hábitos

- Foto: Revista Rayas

Por Aurora Reyes /
Cuando se trata de desarrollar nuevas prácticas y hábitos, será normal enfrentarse con dificultades durante el proceso. Así, mientras que unos mencionan que para fijar una nueva rutina requerimos repetir una actividad por un periodo mínimo de 21 días, hay quien considera necesario un lapso de 66 y otros más indican que esto resulta relativo, dependiendo en mayor medida de la forma en que se afronte la adquisición del hábito, según cada caso.

No obstante, dejando de lado las particularidades en el proceso de unos y otros, resulta claro que, en términos experienciales, muchos pueden llegar a coincidir en ciertos momentos o etapas forzosas del camino: 1) lo difícil de tener que dar el primer paso, 2) encontrar motivación para mantener la marcha y, en caso de interrumpirla, 3) evaluar los desaciertos para retomar los objetivos iniciales.

Si sueles postergar, interrumpir o abandonar tus propósitos y estás interesado en descubrir recursos útiles para avanzar con consciencia hacia tus metas, sostener esos cambios a largo plazo y afrontar la frustración del proceso, no te pierdas lo siguiente:

1.- Dar el primer paso

Considero que lo primero que funciona para atravesar todo proceso es comprenderlo, por ello, empecemos por aclarar lo que hay detrás de esa dificultad que se presenta al inicio de una nueva práctica.

Toda actividad nueva nos invita a salir de nuestra zona cómoda y, por tanto, tiene el potencial de provocarnos temor, aún si es algo que deseamos emprender voluntariamente. Esto es así, en parte, porque nuestro cerebro es un órgano de rutinas y atajos: está diseñado para adquirir rutinas a través de la repetición y al hacer uso de la memoria como una forma de reducir su gasto energético, evita que malgastemos nuestras reservas y recursos cada que ejecutamos una tarea. Sencillamente, diré que a nuestro complejo órgano cognitivo le incomodan las experiencias desconocidas y nuevas —siendo evidente que lo habitual le ofrece mayor comodidad—.

Aun si esto nos complica crear un nuevo hábito, lo anterior constituye un mecanismo básico de supervivencia que, de hecho, nos facilita la vida de mil maneras, haciendo de muchas de nuestras tareas diarias algo sencillo de sobrellevar. Tan sólo imagínalo: si nuestro cerebro no se acostumbrara a algunas de las acciones que realizamos con frecuencia (p. ej. manejar, movernos por la casa, abrir o cerrar puertas, comer nuestros alimentos habituales, etc.), estaríamos constantemente agotados por tener que sostener nuestra atención plena todo el tiempo, con cada minúsculo detalle o movimiento que ejecutemos.

Entonces, puede decirse que cuando intentamos integrar una nueva rutina diaria, lo que hacemos en realidad es desaprender simultáneamente algo que anteriormente teníamos registrado como lo habitual. Esto nos exige atención, derroche de energía y conlleva un esfuerzo consciente para nuestro organismo que, de no ser suficientemente motivante, puede llevarnos a desistir de aprender lo novedoso y regresar a la ruta regular. De allí la importancia de hacer un adecuado encuadre de propósitos o metas a cumplir.

Algunas recomendaciones generales que sugiero implementar son: a) primordialmente, formular objetivos claros y específicos, pues esto será la base de todo; b) que establezcas parámetros medibles y lleves registro de tus avances; c) que tus objetivos sean congruentes con tus valores y principios, pues un reforzador intrínseco es más eficaz que depender de estímulos ajenos o extrínsecos a nosotros; d) confirma que las metas resulten atractivas de lograr y que, aun cuando puedan parecer imposibles de conseguir, e) destines un momento para estructurar tu plan de acción, intentando dividir en tareas pequeñas cada uno de tus objetivos; f) para prevenir las situaciones que pudieran desviarte de tus propósitos y generar alternativas funcionales. Esto último te permitirá hacer una gestión inteligente de tu energía y recursos, favoreciendo que tus probabilidades de abandonar el proceso disminuyan.

2.- Mantener la marcha

Cierto es que una motivación adecuada será una gran herramienta para mantenernos en el camino de reestructurar hábitos, pues la construcción de nuevas rutas mentales es más un proceso de pequeños cambios ejecutados con constancia que la implementación de acciones abruptas para modificar la versión actual de quienes somos.

Resulta importante comprender que nuestra mente y cuerpo responden mejor a cambios paulatinos y graduales, por lo que naturalmente generará resistencia y hasta rechazo ante situaciones que le demanden un cambio súbito para el que no se ha preparado adecuadamente. Evidentemente, este tipo de proceso refiere una adaptación que nos tomará tiempo realizar, obligándonos a dosificar y sostener con paciencia el esfuerzo prolongado.

Puede ser que por eso mismo resulte más difícil para unos el consolidar un hábito: estamos tan acostumbrados a lo instantáneo que los espacios para practicar nuestra constancia se han desnaturalizado. Pareciera que aquello que cuesta trabajo provoca pereza y ésta se hermana con la renuncia al esfuerzo; ya lo apuntaba Zygmunt Bauman cuando denunció que “con nuestro culto a la satisfacción inmediata, muchos de nosotros hemos perdido la capacidad de esperar”.

Así, estoy convencida de que “la fantasía de la inmediatez” es una de las ideas que comúnmente puede llegar a sabotear la adquisición de un hábito y desmotivar el esfuerzo de muchos. Estando tan popularizada, tan arraigada y siendo promovida con tanta normalidad, la oferta de la inmediatez resulta brutal y peligrosa para nosotros, sobre todo porque va en contra de nuestra esencia adaptativa.

Cuando nos sometemos a medidas de cambio extremistas buscando resultados con desesperación (p.ej. incrementar o reducir drásticamente la intensidad/ritmo/duración/ de alguna nueva práctica; vivirnos desde la restricción o prohibición de algo que era frecuente en nuestras vidas; etc.) provocamos que nuestro organismo entre en un estado de alerta y estrés, dificultando la adquisición del hábito que recién le hemos presentado a nuestro cuerpo.

¿Qué sucede entonces? En el momento que nuestro cerebro se percibe bajo amenaza, su función de autopreservación prioriza redirigir sus recursos y energía, abandonando la(s) nueva(s) exigencia(s) que le hicieron sentir bajo peligro: la prioridad ahora es responder a la necesidad instintiva de sobrevivir, ¡y con toda la razón! El efecto es paradójico, en lugar de aprender la nueva rutina —la cual le ha demandado demasiado y tan de pronto— optará por algo menos amenazante, manifestando conductas compensatorias (posiblemente igual de extremistas) que le resulten conocidas o más sencillas de afrontar.

Aferrarnos a la fantasía de obtener resultados con inmediatez puede resultar muy atractivo, sin embargo, a largo plazo debilitará nuestra tolerancia a la frustración, la cual constituye una habilidad necesaria para mantenernos en marcha en cualquier proceso de transformación.

La frustración no es agradable, por supuesto, pero es una experiencia natural y depende de nosotros aceptarla como tal para aprender a resolverla oportunamente. Permite que tu organismo genere resistencia y se adapte naturalmente a las nuevas actividades que le presentas.

3.- Evaluar y retomar los objetivos

A estas alturas, pareciera lógico que la clave esté en avanzar poco a poco y listo. No obstante, para poder navegar los contratiempos necesitamos reconocer que estos se presentarán tarde o temprano y que es completamente válido experimentar altibajos.

Ahora, si tuviese que apostar por un aspecto útil de evaluar en particular para cuando deseamos reencaminarnos al cumplimiento de nuestros objetivos, sugeriría hacer una revisión de las creencias que albergaban nuestros pensamientos al momento de establecer nuestros propósitos y las estrategias para cumplirlos.

Sin duda, las creencias que generamos sobre nuestras metas tendrán una fuerte influencia en nuestra resistencia, pues esas ideas configuran buena parte de las expectativas que generamos sobre el proceso en sí mismo.

Así, si reiteradamente me vendo la idea de que mis metas son inalcanzables e imposibles; que lo que estoy haciendo día a día no sirve para nada porque no veo resultados inmediatos; que el proceso es un sacrificio sufrido y agobiante… pues la tarea se volverá menos deseable y mucho más fácil de soltar.

Este tipo de pensamientos se denominan “creencias erróneas” y éstas son un factor que usualmente dificulta la reestructuración de hábitos. Al permear en nuestra mente, consiguen distorsionar nuestra percepción sobre la realidad (p. ej.: “para bajar de peso debo comer poco”, “el ejercicio es un sufrimiento y es muy difícil”, “tengo tantas cosas por hacer y tan poco tiempo para hacerlas”, entre otras).

Por si fuera poco, el sostener una percepción distorsionada de este tipo por un largo periodo de tiempo puede llegar a modificar el estado de ánimo de una persona, favoreciendo un ciclo vicioso que le alejaría de retomar sus metas: pensemos en alguien que; en lugar de optar por perdonarse, asumir su error y continuar; permanece “atorado” en la culpa y continúa recriminándose el no haber continuado con su objetivo. Es posible que su química cerebral comienza a sufrir afectaciones y que, por ejemplo, se alteren sus niveles de dopamina (que en deficiencia influirá negativamente en su motivación, interés y energía, sintiéndose fatigado), o bien, aumentando los niveles de cortisol (típicamente elevados en estados de estrés o ansiedad) impidiéndole funcionar adecuadamente.

Contempla los imprevistos como algo normal y esperable: cuando se llega a abandonar el esfuerzo por cumplir un objetivo, es común que aparezcan emociones desagradables e inclusive se desarrollen sentimientos más complejos como la culpa, la frustración, el remordimiento o la decepción; fluye con la experiencia y no te pelees con tus emociones, están ahí para comunicarte algo valioso.

Así, si llegado ese momento te identificas abrumado y rebasado por esos sentimientos, tómalo como una señal: es tiempo de hacer una pausa para valorar tu proceso. Puedes iniciar con alguna técnica de relajación o de respiración de tu elección para después atender con curiosidad los sentimientos que estén surgiendo en ti, identifica tus necesidades actuales y, ante todo, recuerda que ese estado emocional será temporal y pasajero.

Cuando conectes con la calma, entonces podrás implementar una evaluación de la situación. Intenta hacerte preguntas constructivas como “¿cuál fue mi forma de aproximarme al cumplimiento de mis objetivos?”, “¿qué fue lo que no funcionó?”, “¿qué obstáculos se me presentaron?”, “¿cómo me sentí al realizar la nueva tarea?”, “¿qué dificultades puedo llegar a anticipar?”, “¿qué alternativas puedo implementar para resolver el problema?”, etc.

Recuerda ser paciente y compasivo con todo lo que estés por emprender y finalmente, ten presente que movilizarnos al cumplimiento de nuestros propósitos desde la intención de disfrutar el proceso en sí mismo es clave para sostener nuestro esfuerzo a largo plazo.

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