Tragedias

Saúl y Francisco, hermanados por la adicción en Puebla

Saúl y Francisco son dos jóvenes que estuvieron inmersos en la drogadicción, en Puebla capital. Saúl conoció la vida dentro de los anexos, mientras que Francisco se rodeó de delincuentes que robaban para seguirse drogando - Foto: Pagina Negra

Desde adolescentes los poblanos conocen las adicciones cara a cara. Saúl pasó por anexos y Francisco se rodeó de asaltantes. PÁGINA NEGRA los acompañó a ambos jóvenes que se iniciaron en el consumo de drogas a los 14 años; en Puebla capital se registran casos de niños que, desde los 10 años, ya se encuentran inmerso en el abuso de drogas; la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) registra 19 colonias, unidades habitacionales y juntas auxiliares, como puntos rojos de narcomenudeo

Por Bryan Rivera González / @Bryan_TheSounds

/ Puebla, Puebla

Saúl y Francisco comparten una experiencia que los hermana por encima de cualquier otra. A sus 14 años de vida, sin conocerse, cada uno tuvo su primer acercamiento con las drogas, en distintos lugares. Dos años después, con un machete, Saúl se prepara para atacar a los trabajadores del anexo que suben por él hasta su habitación. Francisco se junta en un fumadero, y comparte esquina con asaltantes y narcomenudistas, sus compañeros de atracos.

Sus casos pertenecen a una cotidianidad que impera en más de 19 colonias de Puebla capital, consideradas como puntos rojos por autoridades y expertos. Algunos jóvenes, como Saúl y Francisco, iniciaron a los 14 años, cuando existen otros que los aventajan: niños que consumen activo desde los diez.

Inmersos en el consumo, los adolescentes en Puebla se involucran en circunstancias que aumentan su adicción como recurrir a fumaderos, reunirse con presuntos delincuentes e incluso caer en los anexos. Estos espacios lúgubres e irregulares, supuestamente fundados para forjar el carácter, incluso se han convertido en la última morada de los menos afortunados.

VER: En menos de un mes se registran 3 homicidios en anexos de Puebla 

Juan José Limón Fuentes, especialista en menores con adicciones, subraya que los anexos se asemejan más a un reclusorio que a un espacio de recuperación. Incluso, que dichos lugares pueden tener un efecto contraproducente, al convertirse en “escuelas” donde los adolescentes aprenden de los más experimentados.

Saúl y Francisco dieron su testimonio eligiendo dichos nombres como anonimato, el cual quieren que sea un mensaje de solidaridad y esperanza para otros que han pasado –o pasan—por la misma situación.

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Todos son mis enemigos: Saúl

Con apenas 16 años de vida, Saúl toma con frenesí el machete que hace días ocultó en su habitación, por la incesante alarma de que algo lo persigue. Su brazo firme, decidido, espera a aquellos intrusos a los que quiere cortarles la cara o los brazos. Son los guardianes del anexo: cuatro sujetos que empujan la puerta desde afuera, impedidos por un mueble que Saúl alcanzó a cruzar, apenas notó su presencia.

Sus padres le habían advertido que las drogas no lo llevarían a ningún sitio. No hace caso. Ahora el arma es su única amiga; le susurra como un cómplice que lo sacará del apuro. “Quería matar a esos hombres”, dice Saúl.

Es una mañana calurosa de 2019. Hace días Saúl sospecha la llegada de aquellas personas. Saberse consumidor de cristal, dispara sus alertas sobre cualquier posible enemigo, que le impida seguir consumiendo. Nota en sus padres un comportamiento extraño. Saben de su problema. En las últimas semanas, percibieron un súbito bajón de peso, de alrededor de 10 kilos: síntoma visible en los asiduos consumidores de cristal.

La otra señal es el exceso de acné, que después sus padres entenderán como una peculiar manifestación del abuso de sustancias en Saúl. Sin embargo, la advertencia más contundente se las da un vecino. “Vi drogarse a su hijo”.

Discusiones inmensas. Saúl se pone de mal humor. Cualquier palabra de sus padres le enfada. Las últimas peleas suenan a advertencia. Por eso, en el día menos pensado, esconde en su recámara el machete que en casa usan para cortar la hierba mala de la entrada y los terrenos baldíos, abundantes en la colonia Guadalupe Hidalgo, Segunda Ampliación, ubicada en los límites de Puebla capital.

De acuerdo con información de las autoridades municipales de Puebla, e incluso Juan José Limón, el experto consultado, la zona de Guadalupe Hidalgo es una de las 19 zonas con mayores reportes de venta y consumo de sustancias ilícitas, en la última década.

Horas antes de la agresión, Saúl se encierra en su cuarto y llora de coraje. Sus padres nuevamente insistieron esa mañana en que algo anda mal con él, por su agresividad y por haber abandonado la escuela. Le enfada. “Están equivocados, no hay nada malo conmigo”. Hacia donde mire, Saúl no distingue a su familia y amigos, solo a enemigos de los que quiere alejarse.

Por la urgencia de hacerlo entrar en razón, sus padres rompen la ventana de su habitación, para quitar el seguro. Aunque sorprendido, Saúl los escucha agachado, tranquilo. Sin embargo, se activa cuando mamá llama por teléfono a un par de desconocidos, que media hora después conocerá bajo la forma de cuatro sujetos que suben a su habitación, siguiendo un protocolo.

Son sus enemigos. Alarmado, Saúl se levanta hecho un rayo y bloquea la puerta por dentro, con lo primero que tiene a la mano: un buró. Pero ellos insisten, y Saúl asoma la mirada hacia su amigo afilado. Lo toma del mango, liso para soltar el primer tajo en la mano, el pecho o en la frente de los intrusos.

El llanto lo detiene. Uno despavorido, suplicante. Es mamá, rogando que se detenga. “Me entró el remordimiento en ese momento, y decidí dejar el machete”.

Vencido por aquellos centinelas de blanco, es recluido durante 20 días en “Jóvenes de Acción”, un grupo hermanado de “Alcohólicos Anónimos” (AA), ubicado en la colonia San Mateo Mendizábal, Primera Sección, de la ciudad de Puebla.

Aunque parecen pocos días, para Saúl son una condena eterna: los días suficientes para atestiguar condiciones que no habría podido imaginar: 480 horas de dormir en un diminuto cuarto, hacinado con alrededor de treinta personas, pies con pies, sin colchón y pocas cobijas.

¿Su rutina? Despertar a las siete de la mañana, ir al salón de sesión y pasar gran parte del día sentado, escuchando las sesiones, tratando de mantenerse erguido, para no molestar a sus celadores y no ser mojado por capricho. De la comida prefiere no hablar.

Los anexos no siempre son la solución

José Juan Limón, director del Grupo Interdisciplinario para el Desarrollo Comunitario e Investigación Social (Idecis), subraya casos en que la terapia de choque --que caracteriza a los anexos-- funciona, pero por circunstancias distintas. En cambio, asegura que en la mayoría de los casos, la reclusión hace que los jóvenes manifiestan odio hacia sus familiares, considerándolos como los principales culpables de su aislamiento.

Entonces, el anexo genera un resultado adverso. Los adolescentes salen con ira, aumentando la violencia en el núcleo familiar, y en consecuencia, el consumo.

Resalta que la convivencia con otros jóvenes en situación similar o peor, funciona como detonante para seguir en la adicción. Entonces los anexos se convierten en escuelas de consumo.

Vulnerables, los adolescentes conectan con otros adictos con los que se identifican, incluso al salir, se frecuentan para seguir consumiendo, perfeccionando incluso técnicas para robar o pedir dinero en las calles, fingiendo accidentes o intimidando.

No obstante, el experto distingue estos espacios de los llamados centros de rehabilitación: lugares con asistencia médica, terapia psicológica e instalaciones cómodas. Sin embargo, no todas las personas pueden acceder a ellos. Se limitan a pagar un mínimo de mil pesos mensuales para retenerlos en los anexos, cuyas condiciones –como revela Francisco—son precarias.

Y es que durante abril, en la Ciudad de Puebla fueron asesinadas tres personas en distintos anexos. Alan y Fernando, de 21 y 41 años respectivamente, murieron tras golpizas al interior de “La Piedad” y “Puerta a la Vida”.

La tercera víctima, una mujer de alrededor de 25 años, fue encontrada sin vida en la calle Vista Hermosa, de la junta auxiliar Ignacio Romero Vargas. Vecinos señalaron que salió del anexo “Centro de Rehabilitación Contra las Adicciones de Ayuda Mutua Guerreros en Cristo”.

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Francisco, “un hijo de familia” conoce la calle, las armas y el robo

Francisco conoce una dimensión que Saúl no experimentó, pese a haber estado en el anexo. Tiene 19 años, pero estuvo familiarizado con la marihuana desde los 14, aunque desde el bachillerato, a sus 16 años, la consumió por primera vez. El vínculo es un amigo que recursa el semestre, quien ya anda en el cristal y la piedra.

Estamos en 2016 y el amigo de Francisco lo invita con su primo, recién llegado de Chicago, con un marcado gusto por las sustancias. Encuentran en las paredes de su casa un espacio cómodo, libre, para jugar X-Box, hablar y fumar, mientras las otras habitaciones se funden en un festín de cocaína, cristal y piedra.

Su personalidad risueña, libre de prejuicios, es crucial a la hora de familiarizarse con las bandas que se reúnen afuera de su escuela, en la colonia Guadalupe Hidalgo: sujetos que presumen atracos, armas de juego. Incluso quienes aún estudian, meten navajas al instituto que les queda a unos metros.

Cuando platica con ellos, Francisco observa despreocupadamente cómo sus nuevos amigos se cuelgan las medallas de sus robos a transeúntes, a tiendas de autoservicio y de centros comerciales. Incluso, a plena luz del día, piden Uber para despojar al conductor del vehículo, sin salir de la colonia.

En ese pedazo de calle, cerca de la escuela, conoce a menores de diez años que ya han probado la cocaína o el activo. Lo cuenta con naturalidad, como si se tratase de una estampa cotidiana de aquella zona.

Francisco intercala sus visitas. A veces está en casa del primo de su amigo, y en otras casas las tardes con los tipos de la banqueta. Estos nuevos amigos lo invitan a “trabajar”, pero él declina, porque su intuición le dice que aquello no es “correcto”. Pese a su sentido de ética, Francisco no es juicioso. Para él, aquellas personas son gente común, algunos con aspiraciones fuera del ámbito delictivo.

Solo no han sabido cómo llevar su vida, o se han dejado llevar por acciones de los demás, porque platicando con ellos, conviviendo con ellos, es platicar con otra persona, más que por ratos, cuando necesitan droga, cometen esos delitos.

VER: Por muertes en anexos, centros de rehabilitación de Puebla registran baja demanda

19 colonias de Puebla capital son puntos rojos

Ante este panorama, José Juan Limón, director del Idecis, señala que el deseo de experimentar es el primer gancho de los jóvenes para el consumo. Para llegar a ello, las amistades, la situación familiar y el espacio donde coexisten, juega un papel predominante.

Precisa que las adicciones guardan un estrecho vínculo con las colonias marginadas, pero no por la precariedad económica de las familias, sino por tratarse de espacios abandonados, cuya falta de seguridad facilita la gobernanza del crimen organizado. Sus puntos de distribución son las canchas, y lugares cercanos a las escuelas.

Los vendedores van y saben que es el punto donde los chicos se reúnen, y ya no respetan esta zona deportiva, de cuestión de activación física y de una convivencia saludable.

Reconoce al menos ocho zonas como puntos rojos, pero datos extraoficiales señalan a 19 colonias, unidades habitacionales y juntas auxiliares, como los espacios donde más detenciones han realizado por delitos contra la salud durante la última década, entre ellas, la colonia Guadalupe Hidalgo, donde viven Saúl y Francisco.

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Necesaria, la recuperación de espacios y padrón de jóvenes adictos

José Juan Limón menciona que para combatir y prevenir el consumo, es necesaria la recuperación de espacios deportivos, al ser los principales puntos de narcomenudeo.

También resalta que uno de los mayores impedimentos para el combate y la prevención, es la falta de mediciones dentro de las escuelas, que permitan dimensionar la problemática, pues tanto la suya como otras organizaciones, solo pueden estimar la cantidad de casos, basados en su percepción.

Un avance sería la implementación de un padrón sobre consumo y violencia en adolescentes, realizado por las instituciones educativas de nivel medio-superior, pues es en estos espacios donde mejor pueden detectarse los primeros vínculos con la droga, por el rendimiento académico y emocional de los estudiantes.

El especialista asevera que existen orientadores vocacionales dentro de las escuelas, que canalizan a otras instancias cuando algún alumno padece de conflictos. Sin embargo, resalta que este esfuerzo es limitado, pues las casas de estudios no pueden involucrarse más, por falta de atribuciones.

Los profesores tampoco pueden hacer mucho, para ellos es difícil apoyar al alumno más allá de su labor docente, por amenazas de la delincuencia organizada, que no quiere perder el control. En ocasiones, la ventanilla rota de sus autos, es la menor advertencia.

Cocaína y cristal, en el top de aseguramientos de droga

De acuerdo con cifras de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) remitió a 674 personas por intoxicación con alguna sustancia, desde agosto del 2018 hasta el pasado mes de abril.

Por otra parte, los delitos contra la salud –rubro donde se clasifica al narcotráfico—fue superior, pues durante el mismo periodo, las autoridades municipales detuvieron a mil 262 personas.

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Las sustancias más decomisadas fueron la cocaína en polvo, seguida de la cocaína en piedra, el cristal, la marihuana, el LSD, el hachís, medicamento controlado, metanfetamina, heroína y resina de marihuana, en ese orden.

Recordemos que la cocaína y el cristal era lo que más consumía Saúl  mientras que la adicción de Francisco era por la marihuana.

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De las mil 262 personas detenidas en los últimos tres años, menos del 97 por ciento fueron sentenciadas. Según la Fiscalía General del Estado (FGE), solo procesaron a 32 personas por delitos de narcomenudeo, desde 2019 hasta abril del 2021.

Podría considerarse que dicha cifra significa una baja significativa en la incidencia de este delito. Sin embargo, es de subrayar que las detenciones y las vinculaciones a procesos, no siempre funcionan para comparar una baja de incidencia. Existe una cifra negra de los delitos no denunciados, que representan la mayoría de los crímenes ocurridos tanto en Puebla como a nivel nacional. La gente con miedo a denunciar por represalias, o que ha perdido la esperanza en las autoridades.

VER: Estos son algunos líderes de la delincuencia liberados por los jueces de Puebla

Un mañana más promisorio

Hace más de un año que Saúl y Francisco dejaron de consumir. En ambos casos, fue fundamental el apoyo psicológico y el compromiso familiar.

Saúl piensa en el anexo como un recuerdo que quisiera olvidar. Ha regresado a la preparatoria, con miras a una carrera de ingeniería civil. Así se convertiría en la segunda persona de su familia en graduarse de la universidad. También se dedica al ejercicio, combatiendo constantemente el impulso de volver a probar. “Un paso a la vez”.

Por su parte, aunque Francisco no dejó de estudiar, se mantiene enfocado en el trabajo. Su meta es una licenciatura en Administración en Finanzas, y hacerse de una vida cómoda.

Ambos lo cuentan con el alivio de haber pasado por un mal momento, que pudo definir sus vidas de forma definitiva. Enfocados, alegres, miran hacia un mejor porvenir.

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