Puebla, 19 de abril del 2024

Yona y el coronavirus... Una adaptación de Pedro y el lobo

Por Yonadab Cabrera / /
Yona y el coronavirus... Una adaptación de Pedro y el lobo
Foto: Central

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Mis queridos lectores, sé que el año pasado los abandoné terriblemente a su suerte, pero esto del coronavirus y las múltiples ocupaciones de adulto responsable hicieron que me apartara de todo. Es más, ya ni me pasaron tantas cosas como para llenar esta columna.

Pero ahora que lo reflexiono, creo que me vi envuelto en una situación como la de "Pedro y el lobo", pero yo con el coronavirus. Afortunadamente, la he librado, lamento que muchas familias y personas la estén pasando mal por esta terrible enfermedad. También mando un fuerte abrazo a quienes han perdido a uno de sus seres queridos.

Y es que el coronavirus nos ha metido en una situación de psicosis, en una terrible paranoia que al menor estornudo lo primero que pensamos es: "En la madre ¡Ya me dió!". A mí esta paranoia me invadió en el 2020 en más de una ocasión y en cada una alarmé a todos, ahora supongo que ya no me creen.

Por eso supongo que soy como "Pedro y el lobo".

La primera vez que pensé e hice creer a todos que tenía coronavirus, fue en marzo del 2020 luego de que un primo que trabaja conmigo regresó de viaje de Europa. Un día normal llegué a la oficina de Cambio, lo vi sentado en su rinconcito de siempre, con sus cachetitos, su computadorcita y su carita de ratoncito.

Cómo siempre, me dio gusto verlo por lo que corrí a abrazarlo, besarlo, comer de lo que estaba comiendo e intercambiar fluidos... de la nariz. Yo no recordaba que había ido de viaje al epicentro de la pandemia hasta que:

"¿Y no extrañaste a tu primo?", preguntó la voz sensual de El Radar, un hombre musculoso, moreno, sabroso, pero bueno, esa es otra historia.

"¿Extrañarlo? ¿Por qué tendría que extrañarlo?", Pregunté con mucha confusión y desconcertado.

"No ves que se fue de vacaciones y viene llegando", respondió aquel chacal brazos de albañil.

"¡No maaaames! Que te fuiste a Europa", por supuesto de inmediato corrí al baño a sanitizarme, escupir, lavarme, vomitar lo que había comido, comer jabón, hacer buches de cloro. "Devuélveme mis abrazos, mis besos y mi salud", le dije seriamente a mi primo.

Al día siguiente confinamiento. Del trabajo me mandaron a descansar, pero mis queridos amigos, con lo mucho que me aman estaban tan preocupados por mí que hacían largas filas a las afueras de mi casa para verme por la ventana:

"Amigo Yona, te traje fruta", amablemente la amighola Dania me pasó una bolsa con manzanas y naranjas por la ventana sin rozarme la mano.

"Te manda tu mamá cecina, pechugas, bisteces y verdura", me dijo mi tío Juan por la ventana y como la bolsa estaba grande, la dejó afuera de mi puerta y tuve que esperar a que se metiera a su casa para salir por mis víveres.

"Te traje gatorades para que te hidrantes", respondió mi amigholo Héctor Hugo al abrir la puerta de su carro mientras dejaba la bolsa en la orilla de la banqueta y arrancó.

Kimy e Irlanda me llevaron pastillas de esas que matan a los piojos y que son buenísimas para aniquilar al covid. La única valiente fue mi tía Bertha que entró a mi casa para dejarme más cosas que me mandó mi mamá.

Afortunadamente, solo fue el susto y la incertidumbre.

La segunda ocasión que creí que tenía covid fue con una infección estomacal. Tuve unos fuertes retortijones y diarreas que pensé que si me dormía ya no iba a despertar para contarla.

A las dos de la mañana estuve de inoportuno con el doctor Amor Contreras, quien atiende en el área de urgencias del Hospital del Norte por las noches: "No Yona, no tienes covid, tómate un té de Manzanilla, peptobismol y listo, estarás como nuevo", me dijo.

"No doctor, es que no sabes lo que siento, nunca antes había tenido un dolor así, siento que me muero. No es una infección estomacal normal", le dije al borde de la histeria y ahora que lo pienso, pobre doctor teniendo pacientes realmente graves que atender y yo con mis paranoias.

Al cabo de día y medio ya estaba como si nada. Es más, me olvidé del caldo de verduras, del té, el pan tostado y volví a comer tacos y todos los antojitos que me gustan.

Pero la tercera ocasión fue la peor. De pronto un día no me pude levantar, estornudaba todo el tiempo, sentí un cansancio como nunca antes, el cuerpo me pesaba tanto hasta para ir al baño y no podía respirar.

Me alarmé tanto, y quise ser muy sutil al consultar a mi amighola Irlanda: "Amiga Irla, fíjate que llevo días sintiendo cansancio extremo, un dolor de cabeza muy fuerte, tengo dificultad para respirar ¿Qué me puedo tomar?", Fue el mensaje que le escribí. Por aquí lo había mandado y ya me estaba llamando.

"Va Dania para allá, no te muevas, no te levantes, no salgas de casa, quédate conmigo al teléfono, ya no me cuelgues", me dijo entrando en histeria. La pobre amiga Dania voló, se perdió para llegar a mi casa, y al fin llegó con el oxímetro.

Irlanda de inmediato me pidió que me tomara la oxigenación. Lo hice, mientras yo aprendía a usar esa madre ella ya estaba viendo con unos amigos para que me hicieran una tomografía.

A la par un guapo doctor me mandó a unos laboratoristas que estaban tomando pruebas covid, llegó la camioneta y, como en las películas de Estados Unidos, bajaron con sus trajes especiales de astronautas, entraron a mi casa, desinfectaron todo, me metieron a una bolsa de plástico que parecía como una burbuja, y procedieron a tomarme la prueba.

"En un lapso de 5 días le llamamos para darle sus resultados", me dijeron los hombres parecidos a los que salían en Los Expedientes Secretos X, desinfectaron mi casa, afuera se quitaron los trajes, los metieron a una bolsa grande de basura y se fueron.

Por la noche seguía tomándome el oxígeno cada 30 minutos, pero el cansancio físico y mental me ganaron. A temprana hora sentí que algo se subió a mi cama y empezaba "Miau, miau, miau, miau", era la gata Greta que recientemente había llegado a mi casa para acabar con las arañas, ratas y alacranes.

Se me subió hasta el pecho y comencé a estornudar y con los ojos llorosos. Justo en ese momento sonó mi teléfono: "¿Cómo amaneciste? ¿Cómo te sientes? Ya hablé para que te hagan una tomografía", me dijo al otro lado de la línea Irlanda.

"Este amiga, mmmm, eeeehhh, con respecto al coronavirus Achuuuu, Achuuuu, Achuuuu, creo que es mi alergia a la gata Greta", le dije un tanto apenado, seguí platicando con Irlanda al mismo tiempo que busqué una pastilla de Astemizol, me la tomé y nunca más volví a estornudar.

Por eso les digo que soy como Pedro y el Lobo, e intento ya no alarmar a mis amigos porque ya no me van a creer.

Moraleja: No alarmen a la gente, esto es serio.

¡Claro! Chinguen al guapo.