Puebla, 18 de abril del 2024

Y ahí estaba mi mayor enemigo, a punto de matarme

Por Yonadab Cabrera / /

yonachinguen identSí, por supuesto, es tan bonito vivir en el bosque: respiras aire fresco, tus mascotas tienen mucha vegetación para disfrutarla, sientes una inmensa tranquilidad pero al mismo tiempo vives en estado de alerta.

Así he vivido desde hace un año en que me mudé a Flor del Bosque, en una aparente calma, sin estrés, el aire fresco me relaja, pero todo el tiempo estoy alerta, en un estado de defensa.

Es más, en los primeros días no dormía porque sentía que ya no iba a amanecer después de que me salió un alacrán en la entrada de mi casa. Estaba tan aterrorizado y pensaba que mientras dormía me caerían decenas de estos bichos sobre el cuerpo.

Con el paso del tiempo una enorme rata se metió a la casa y en lugar de que mi Schnauzer Serafina me defendiera, solo salió corriendo a esconderse. Después vino otro alacrán, uno más y una tarántula. Estaba a punto de regresarme a Héroes pero llegó la gata Greta para aniquilar a cualquier bicho o rata que se metiera.

Y después de un año de haber pasado estas pesadillas, este jueves 19 de noviembre vino lo peor. Algo me decía que ya no me metiera entre la maleza, que ya no dejara que las perras fueran hasta allá y se perdieran entre la vegetación.

Pero ya desde hace tiempo decía: “No pasa de que haya ratones”, entonces ignoré mi estado de alerta, las señales de mi cuerpo y digamos que ese sexto sentido. Ahora ya sé que si no me pongo a las vivas hata una víbora me sale ahí. No se alarmen, yo que sepa a nadie le ha salido una pero no descarto la posibilidad.

Es más, ojalá me hubiera salido una, pero me salió algo peor, no solo eso, ni contacto con esto peor fue mucho peor que el hecho de que me hubiera salido una víbora, aún me acuerdo y siento tanto escalofrío.

Tuve que dirigirme a la abundante vegetación del lugar al que saco a pasear a mis perras, fui por Serafina que no atendía a mi llamado y silbidos, luego a mis gritos histéricos y es que la yerba ya es tan alta que mi niña, ni bebé de luz se pierde, luego ya no está a mi vista.

Total que caminé por la maleza silbando y gritando: “¡Serafina! ¡Serafine! ¡Serafina, bebé hermosa, chiquita preciosa! ¡Chingada madre Serafina, te estoy hablando!” Y salió de entre la yerba.

No crean que le hablo así, solo que caminar por la maleza me estresa. El caso es que salimos, la vi, estaba sana y salva, intacta sin nada que temer, pero como la miro hacia abajo no pude evitar mirar hacia mis pies, y que bueno que lo hice, pues tenía una horrible araña en el empeine.

Era una araña venenosa, tal vez una viuda negra, una violinista, una asesina, era de color entre café y rojo, fea, horrible y muy venenosa. Una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo, un escalofrío horrible, es más les cuento y se me vuelve a erizar la piel.

Sacudí mi pie para que saliera volando pero no pasó nada, seguía ahí, mirándome con sus montones de ojos pensando morderme para matarme. Mi respiración se empezó a agitar, quería gritar, desmayarme, salir corriendo.

De pronto, la araña empezó a caminar sobre mi zapato deportivo y más me estresé, sentía que se me cortaba la respiración, que me iba, que ya me estaba dando, empecé a sudar, mi corazón latía muy rápido.

Solo alcancé un pedazo de madera, pensé en pegarle pero supuse que yo solito me haría la maldad y me lastimaría el pie. Entonces solo la aventé con la madera y salió volando; al mismo tiempo yo salí corriendo y la dejé, procuré dejarla en el olvido a esa maldita asesina.

Moraleja: Carguen insecticida

¡Claro! Chinguen al guapo