Puebla, 25 de abril del 2024

Están viendo que el Niño es asqueroso y le dan la tripa de su papá

Por Yonadab Cabrera Cruz / /

yonachinguen ident

¡Dio de mi vida!

Les juro que no puedo olvidar esa terrible sensación en mi cuerpo.

Me viene a la mente y nuevamente sudo frío, las manos me sudan, tiemblo, aprieto los dientes y siento que las piernas se me vencen, me tiemblan y siento que me desmayo.

Este jueves operaron a mi papá de una hernia en la ingle. Desde hace semanas le brotaba la bola, era perceptible a simple vista, pero yo me negaba a mirar, pues se me venía el vomito verbal y todas las sensaciones antes mencionadas.

-Acaríciala- le decía mi abuelito para burlarse de él.

-Sóbala- le decía uno de mis tíos para burlarse de él.

-es tu tercer huevo- le decía mi hermana.

El caso es que a mí me tocó todo el proceso para que le extirparan la maldita hernia del mal.

Todo este jueves fui estoico, estuve a pie de cañón. No desayuné, no comí, no tomé agua, no me moví de la sala de espera. Prácticamente no respiré.

-¿Familiares de Abacu Cabrera Ochoa?- fue el llamado que recibí a las 12 del día y por supuesto que me puse contento, pues lo primero que pensé es que ya nos íbamos a casa.

Pero grave error. Me levanté, corrí hace el guapo doctor y solo me entregó un frasco -llévalo a Patología- le dijo.

Y me lo entregó. Era, era, era lo más asqueroso que había visto en mi vida. La maldita hernia del mal, viva, flotando en alcohol para no morir. No chinguen estoy escribiendo estas líneas y nuevamente me viene la regurgitación.

Era como una visera de pollo, como una tripa flotando en alcohol con rasgos de sangre y una bola dura de carne. Ni siquiera puedo terminar el relato.

En cuanto me la dio sentí taquicardia, me tembló la mano derecha, lo dientes me castañeaban, sudé frío, un hormigueo recorrió mi cuerpo y sentía que me faltaba el aire, no podía respirar.

No dejé terminar de hablar al guapo doctor, ni escuché todas las indicaciones que me dio, solo envolví con papel el frasco para no ver el contenido y salí corriendo a buscar él área de patología.

Pensé que ya nunca más volvería a ver esa carne voraz cuando -quítele todo el papel y póngale le etiqueta- me dijo el hombre que recibe las muestras para su estudio.

Otra vez la vi, era la
maldita visera viva con sangre y carne en alcohol para su preservación. Nuevamente todas las sensaciones venían a mí: sudoración, temblor, vencimiento de extremidades, náuseas, regurgitación, taquicardia y disnea.

Mucha disnea -¿Tiene alcohol, joven?- le pregunté desesperado, no podía hablar, sentía que me iba, me iba y no volvería. Probablemente iba a ser compañero de cuarto de mi papá, tal vez él terminaría auxiliándome y no yo a él.

El muchacho que me pidió quitarle el papel al frasco, me dio una bola grande de algodón con alcohol, me sentaron en una banqueta y poco a poco empecé a recuperar la respiración.

Moraleja: si eres asqueroso omite asistir a un enfermo.

¡Claro! Chinguen al guapo