El viaje de la libélula

Apuntes básicos para diferenciar entre la compasión y la lástima

- Foto: Revista Rayas

Por Aurora Reyes /
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Mucho se dice acerca de lo importante de ser autocompasivos; por todos lados nos vemos rodeados de mensajes positivos y frases que nos sugieren tenernos compasión; sin embargo, decirlo y hacerlo no son cosas que precisamente se den una en consecuencia de la otra, por arte de magia.

Considero que un buen punto de partida para comenzar a practicar la autocompasión es, en primer lugar, entender con claridad lo que significa realmente la compasión: qué es, por qué es importante, cómo se diferencia de otras experiencias… en fin. Hoy quiero compartirte algunos apuntes básicos acerca de éstas y otras preguntas acerca de la compasión y la lástima.

1.- ¿Qué es la compasión?

La compasión, desde un punto de vista psicológico, corresponde a un proceso complejo, implicando que para poder experimentarla requeriremos de la participación de varios factores o procesos psicológicos básicos que nos permitan experimentarla como tal.

De entrada, habrá que distinguir dos conceptos: emoción y sentimiento; donde el primero corresponde a un proceso fisiológico básico con el que nuestro cuerpo emite reacciones o respuestas frente a los estímulos en nuestro entorno y nos permiten experimentar miedo, alegría, tristeza, disgusto o enojo, cada emoción con sus propias características y con una duración muy corta que va de segundos a sólo minutos. Por otro lado, los sentimientos son un proceso más complejo constituido de una emoción y un pensamiento, con el que atribuimos percepciones y hasta juicios; también se les consideran emociones complejas o secundarias, pues a diferencia de las emociones; los sentimientos pueden prolongarse por mucho tiempo dado que los hemos construido a partir de una impresión subjetiva y que le otorga un sentido simbólico a nuestras experiencias (por ejemplo: satisfacción, esperanza, gratitud, rencor, sufrimiento, celos, entre otros).

De este modo, la compasión es, en sí misma, un sentimiento. Por sus características complejas nos permite poner en uso procesos básicos como la emoción, la atención y la percepción al vincularnos con experiencias ajenas y hasta con nosotros mismos.

2.- ¿Qué distingue a la compasión de otros sentimientos?

El sentimiento de la compasión surge de un auténtico reconocimiento del otro y de la intención de establecer una relación.

Así, disponernos desde la compasión nos facilita reconocer lo angustiante o doloroso de una experiencia ajena, desde una postura empática y comprensiva; donde en lugar de prohibir, juzgar o castigar el dolor, somos capaces de enternecernos y aceptar la realidad de los demás.

3.- ¿Es lo mismo que sentir lástima?

Sentir lástima y sentir compasión pueden llegar a confundirse entre sí, sin embargo, el centro de cada sentimiento es distinto, por lo que la respuesta sería: no es lo mismo, en absoluto.

Sentir lástima nos dispone a compararnos desde un lugar desigual, haciéndonos muy difícil el identificarnos con los sentimientos ajenos.

Por su lado, sentir compasión nos dispone a encontrarnos en el dolor del otro, permitiéndonos aceptar y acompañar sus penas o sufrimiento.

4.- ¿Cómo suena la lástima?

Algo que me resulta útil es imaginar que mis sentimientos y emociones tienen voz propia, así que cuando necesito identificarles recurro a mi imaginación e intento pensar cómo se escucharían mis emociones o sentimientos de poder hablar.

Así, la lástima habla en frases como “pobrecito, le ha ido muy mal en la vida”, “¡qué lástima!” o “qué lástima me da”, “¡ay, no!, qué pena”, entre otras similares.

Algo en común entre todas éstas es que las personas experimentan cierta incomodidad frente a la emoción del otro o una dificultad de lidiar con sentimientos como la pena, la vergüenza, el desagrado que les provoca esa realidad externa.

Percibo entonces que, comúnmente, la lástima es un sentimiento que está centrado más en el sí mismo (“me apena ver que el otro lo pasa mal”, “me da tristeza la dificultad del otro”, “me lastima lo que veo o escucho”), lo que dificulta la intención de ayudar y atender al otro como tal, pues lo que protagoniza es un “quiero dejar de sentirme incómodo con la emoción o experiencia del otro”.

5.- ¿Entonces es mejor sentir lástima a sentir compasión? ¿Sentir lástima es algo malo?

No como tal, no. Los sentimientos están constantemente siendo un reflejo del movimiento psíquico que internamente experimentamos, así que, para fines terapéuticos, no hay un mal sentimiento, pero los hay más adaptados o mejor adecuados a las diferentes situaciones de nuestra vida.

Así, cuando deseamos establecer relaciones de ayuda y facilitar el desarrollo humano de las personas, el sentimiento que estamos buscando es el de la compasión.

Por su parte, cuando nos relacionamos desde la lástima o sentimientos similares, puede que terminemos atendiendo el problema del otro desde una sensación de urgencia (como deseando eliminar de manera rápida sus dificultades o como si las emociones del otro “tuviesen que ser reparadas” o resueltas; algo parecido a cuando se ve llorar a alguien y de inmediato se le dice “ya no llores”, leyéndose entre líneas: “no sé qué hacer”, “no estoy disponible para acompañar tu emoción”, “tu llanto me incomoda”… lo que es completamente válido por igual: no estamos forzados a estar para los demás si no nos sentimos listos o dispuestos. Lo que no se vale es querer decirle al otro cómo debe de sentirse o hacerle sentir culpable por sus emociones.

Algo rescatable de la experiencia de sentir lástima es que nos puede ayudar a ubicar o reconocer nuestra experiencia emocional primero, antes que la del otro, y es que la necesidad de auto-observarnos y cuidar de nuestras emociones no tiene absolutamente nada de malo. Sólo seamos conscientes de que, si necesitamos permanecer ensimismados, sin reconocer también la experiencia de los demás, entonces no estaremos en la disposición más adecuada para establecer una relación de ayuda genuina, y eso también está bien: no todas nuestras interacciones sociales necesitan ser así.

No obstante, cuando alguien acude a nosotros en busca de ayuda y nuestra intención parte de la lástima, es mejor darse cuenta de ello y comunicar que no nos sentimos preparados para asistirles en sus dificultades; de sernos posible, ofrecerle opciones de ayuda más adecuadas y ser respetuosos de su experiencia de dolor o sufrimiento. Después de todo, bien dicen que “mucho ayuda el que no estorba”.

6.- ¿Cómo suena la compasión?

Ahora, si la compasión hablase diría cosas como “te escucho…”, “comprendo que las cosas no salieron como esperabas”, “esto que sientes está bien”, “entiendo que te sientas de ese modo, por ahora”, “¿hay algo que pueda hacer yo para ayudarte?”.

Cuando nos relacionamos desde la compasión nos involucramos y comunicamos asertivamente, dándole la oportunidad al otro de pedir o solicitar ayuda en sus propios términos y conforme a sus necesidades del momento. Por supuesto, esto también aplica con nosotros mismos.

Podemos darnos cuenta de que nos estamos disponiendo compasivamente cuando experimentamos empatía frente a la emoción del otro o frente a las experiencias ajenas, tanto como con nuestras propias vivencias. Dicho de otro modo, en las relaciones compasivas existe un balance entre uno mismo y la presencia del otro; entre mi necesidad y la del otro, sin que una sea más o menos valiosa que la otra.

7.- Por último, ¿cómo favorece la compasión al cuidado de nuestra salud mental?

Una gran parte de la salud mental está influenciada por el contenido emocional de nuestras interacciones sociales. En ocasiones, las personas se sienten insuficientes por el modo en que gestionan sus relaciones personales e inclusive, por el modo en que se relacionan consigo mismos. ¿Qué tan frecuentemente te conviertes en tu peor enemigo al humillarte, minimizarte, herirte o ridiculizarte con las palabras que diriges a tu persona?

Ya sea por nuestras capacidades, apariencia e imagen, decisiones sobre nuestro cuerpo o alimentación, sensación de haber fracasado, miedo a equivocarnos, etc. Cuando hacemos de la autocrítica un discurso interno recurrente, estamos normalizando el auto-violentarnos, es así como la compasión se vuelve una herramienta profundamente necesaria para poner un alto a dinámicas hostiles que bien pueden venir de otros tanto como de nosotros mismos.

Aprender a ser compasivos con nosotros mismos y con los demás es clave para construir mejores recursos de afrontamiento ante el estrés o para las dificultades del día a día, pues transforma nuestra propia voz interna en un aliado, que mucha falta hace y que, siendo sinceros, todos necesitamos.

Es mi deseo que en tus días siempre haya un espacio para vivirte y relacionarte desde la compasión.

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