25 de Abril del 2024

Optimismo tóxico

Por Betzabé Vancini / /

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Seguramente ya te has familiarizado con frases como “Que nadie te quite tu sonrisa” y otras más, acuñadas por la tristemente célebre Bárbara de Regil. Y es que este tipo de personas que son aparentemente muy motivadoras y que están siempre “felices” padecen de una condición nada saludable a la que llamaremos Optimismo Tóxico.

Lo más importante que hay que aclarar, es que positivismo y optimismo no son lo mismo. Mucha gente los emplea como términos intercambiables y es un grave error. En primer lugar, porque el positivismo es una corriente filosófica que hace referencia a que el único medio de conocimiento es la experiencia comprobada o verificada a través de los sentido, y fue acuñada por Augusto Comte en el siglo XIX. Como puedes ver, nada tiene que ver esta teoría con decir que alguien tiene una actitud positiva ante la vida, y es que, a las personas que siempre ven el lado positivo de las cosas se les llama optimistas.

Una vez aclarado este punto crucial, podemos seguir. El optimismo es una actitud en la que la persona constantemente está encontrando el lado amable o la parte agradable a las cosas que le ocurren en la vida. Por ejemplo, cuando alguien es despedido de su trabajo y entonces se da cuenta que ahora puede dedicarse a lo que verdaderamente era su vocación, y no se deja vencer por la pesadumbre del despido. Eso está bien y, en términos psicológicos, tener una actitud generalmente positiva hacia la vida refleja una personalidad sana e integrada. Pero ¿qué pasa cuando la persona está obsesionada con verle el lado bueno a todo y es aparentemente incapaz de sentirse mal? Esa ya es una historia completamente diferente.

El optimismo tóxico se definiría como esta actitud incesante de felicidad que se mantiene aún a pesar de estar atravesando circunstancias difíciles y, a ver, no está mal mantener el ánimo arriba cuando no nos está yendo del todo bien; lo que sí es un problema es que estas personas suelen negar sus sentimientos desagradables, y suelen desplazar la frustración, el enojo, la decepción o la tristeza hacia otras personas o bien, suprimirlas “echándolas debajo del tapete” para poder seguir con su entusiasmo casi eufórico. Decimos que esta actitud no es sana, puesto que todos los seres humanos atravesamos por circunstancias desfavorables y LO NORMAL es sentir enojo, decepción, tristeza o frustración. Aunque estos sentimientos no son agradables, son perfectamente normales y lo más sano es darles cabida, reconocerlos y validarlos para que, entonces, puedan fluir e irse.

Cuando una persona insiste en negar sus sentimientos de frustración, tristeza o anexas, éstos no desaparecen, sino que se guardan y, a modo de una olla exprés, estallarán más adelante cuando la situación sobrepase a la persona, o bien, le generarán muchísima ansiedad que saldrá en forma de insomnio, malos hábitos alimenticios o incluso, como en el caso de Bárbara de Regil, en una obsesión por la productividad o por el ejercicio. Es decir, la persona necesita mantenerse siempre ocupada para no atender esos sentimientos desagradables.

En otros casos, la persona optimista tóxica genera escenarios fantasiosos en los que sus problemas se resuelven mágicamente, ya sea por intervención divina, por sus buenas vibras o por la ley de la atracción; lo cual constituye una solución poco realista y un escape de sus responsabilidades. Es decir, por ejemplo, que alguien puede experimentar la pérdida de un ser amado y en lugar de trabajar su duelo, decide que Dios, Buddha, la suerte o el Universo, le traerán paz eventualmente. Esto también constituye un desplazamiento de la responsabilidad y de cualquier emoción que la pérdida pueda producir, creando así una ilusión casi infantil de que las cosas “se arreglarán” siempre por algún factor externo, cuando esto puede no ocurrir necesariamente.

El mayor problema con estas personas no es únicamente que vivan su vida de esta manera, sino que constantemente exigen a otros mantener su estado “positivo” de ánimo y suelen, frecuentemente, negar e invalidar también los sentimientos y necesidades de quienes les rodean. Como sus sentimientos desagradables son una molestia, los sentimientos de los demás también. Así que estas personas viven literalmente “choreando” a otros sobre cómo deberían ser felices y huyendo de cualquier confrontación interpersonal que les incomode, lo que constituye un estado de neurosis. Esta neurosis impide a estas personas madurar adecuadamente y desarrollar herramientas para enfrentar las dificultades de la vida, por lo que frecuentemente se refugiarán siendo fanáticos de algún tema -mágico, religioso, coaching, etc.- y se explayarán en redes sociales con esta fantasía de que son “muy felices” y de que se encuentran “muy plenos”, pero no es más que una fachada.

¿Qué hacer? Lo más recomendable es asistir a terapia para desarrollar esas herramientas que hacen falta y poder lidiar con la vida en su complejidad: tanto lo bueno como lo malo. Sin embargo, es muy raro que estas personas accedan a ir a terapia porque, al no reconocer su estado de malestar, pues creen que no la necesitan. Ahora bien, si tienes alguien en tu círculo familiar o de amistades con estas características: huye. Bueno, no necesariamente, pero sí evalúa si la persona da cabida a una conversación en la que sentimientos incómodos puedan existir y dialogarse, o únicamente niega todo aquello que no le parezca alegre, entusiasta y positivo. Si sientes que invalida tus sentimientos o que no hay manera de hacerle entrar en razón, entonces sí huye, por tu propia salud mental. Muchas veces, estas personas entran en un estado de euforia neurótica tan severo que contagian a los demás con algo que más bien parece un delirio compartido en el que nadie se hace responsable de lo que siente o de lo que le hace sentir a otros y eso, por supuesto, no llevará a ninguna relación sana. Todos los sentimientos son válidos y hay que aprender a convivir con ellos.

Como siempre, estaré atenta a todos tus comentarios y preguntas vía Twitter. Me encuentras como @betzalcoatl

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