25 de Abril del 2024

Ni conversiones ni fobias

Por Betzabé Vancini / /

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El pasado 17 de mayo se celebró el día internacional de la lucha contra la homofobia, bifobia y transfobia, y es que, increíblemente en pleno siglo XXI sigue habiendo polémica y debate sobre a quién es “correcto” amar y a quien no. Evidentemente, la mayoría de estos debates están impulsados por estándares morales y religiosos, en lugar de visualizarlos como lo que son: un tema de derechos humanos.

Durante muchas décadas, en México ha crecido el negocio de las terapias de conversión, cuyo nombre oficial es ”Corregir la Orientación Sexual e Identidad de Género (Ecosig).” Lo llamamos negocio, pues es una venta que realizan algunas asociaciones seudo psicológicas, y algunas otras religiosas, a padres de familia preocupados porque su hijo/a es gay, bisexual o trans. Estas seudo terapias son una forma de tortura en la que la persona es recluida durante varias semanas en un lugar aislado y donde “se le explica” por qué está mal tener la orientación sexual que tiene, y se le muestra “el camino correcto” a base de torturas, humillaciones, manipulación, y otras técnicas que constituyen violencia física y emocional que van desde la privación del sueño y del alimento hasta violaciones grupales.

Desde hace varios años, en México está prohibido que cualquier psicólogo o psicoterapeuta utilice su cédula profesional para avalar este tipo de tratamientos, que no están registrados como tales, lo que ha producido que otros profesionistas de cualquier campo y, especialmente, clérigos y religiosos —avalados por algunas universidades de ultra derecha— lleven a cabo estas prácticas de tortura.

¿Qué pasa dentro de estos centros que ofrecen terapias de conversión?

En primer lugar, la persona es ingresada en contra de su voluntad y es recluida ahí con el permiso de sus padres. La mayoría de las personas que ingresan son adolescentes que recién están descubriendo su orientación sexual, que tienen una autoestima endeble y que son muy vulnerables al rechazo y al maltrato. Una vez que la persona ingresa ahí, recibe un discurso aleccionador de “la forma aberrante de vida” que ha elegido y de los supuestos daños que esto le causa a sí mismo y a la sociedad. Supuestos daños tan ridículos como “condenar su alma al infierno”, que pierden absoluta validez cuando la persona no es creyente de ningún tipo de religión; en especial no de la cristiana o católica, que suelen ser las que patrocinan este tipo de centros. Posteriormente, comienza el proceso de despersonalización, en el cual se le despoja a la persona de su ropa, sus objetos personales de valor sentimental, se le priva del alimento, del sueño y se le asignan trabajos forzados en jornadas extendidas para producirle agotamiento físico y mental. Esta estrategia es la misma que utilizaban los nazis contra los judíos en los campos de concentración. Después de varios días de esta tortura física, comienza la parte de tortura psicológica en las que las personas son sometidas a todo tipo de rituales para “curar” la homosexualidad: exorcismos, golpes, abuso sexual, mutilación de los genitales, violaciones, relaciones sexuales forzadas con alguna otra persona recluida, entre muchas otras más. Evidentemente, después de semanas de ser sometida a este tormento, comienza a ceder y a decir lo que sus torturadores quieren escuchar, pero no porque realmente haya abandonado su orientación sexual sino por miedo a seguir siendo torturado y, en muchos casos, porque la persona se da cuenta de que la única manera de salir de ahí,+ es diciendo lo que estas personas quieren escuchar. A muchos de ellos, una vez “curados”, se les obliga a dar pláticas y a reclutar a más jóvenes pues dan su testimonio de ser “ex gays” o “gays recuperados sin recaídas.” Que no le engañen, esos términos no existen y NADIE es ex homosexual como nadie puede ser ex heterosexual o ex persona. La sola idea de dejar de ser lo que uno es, constituye una enorme falacia.

Las secuelas de haber estado sometida/o a un procedimiento de esta naturaleza incluyen depresión mayor, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de estrés postraumático, pensamientos o intentos suicidas, desarrollo de conductas sexuales de riesgo, adicciones y dependencia al alcohol a modo de suicidio lento.

Ahora bien, más allá de que estas prácticas constituyen una tortura muy similar a la que ejercieron los nazis en la segunda guerra mundial, y la que ejerció la Iglesia Católica en la Inquisición, me gustaría explicarte por qué no funcionan las terapias de conversión.

En primer lugar, una terapia de conversión no funcionará porque la premisa en la que se basa es en que cualquier orientación sexual distinta a la heterosexualidad es patológica, y eso no es verdad. La homosexualidad, bisexualidad o transexualidad NO SON UNA ENFERMEDAD. Desde 1990, el manual internacional de diagnóstico de enfermedades mentales (DSM) lo descartó como un padecimiento mental aceptando las siguientes orientaciones sexuales como sanas: heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad y asexualidad. Posteriormente, un poco después del año 2000, se eliminó de los manuales diagnósticos la transexualidad como un problema de salud mental y se integró como una de las características de percepción y ejercicio del género. En segundo lugar, el género es meramente una construcción cultural y social arbitraria, en la que el individuo se identifica con patrones de masculinidad o feminidad tradicionalistas, y  cuyo único fin de la experiencia humana es la reproducción biológica y la prolongación de roles que sostienen un estado capitalista: “los hombres trabajan, las mujeres tienen hijos y cuidan la casa”. Como último punto, estas seudo terapias de conversión no son eficaces pues la orientación sexual es una parte inherente e importante de nuestra personalidad y de quiénes somos. Pretender que eso puede extirparse como si fuera un tumor, es equivalente a que pudieran extirpar cualquier otra parte de nuestra dimensión humana: el afecto, la espiritualidad, el temperamento, etc., por darte algunos ejemplos.

Finalmente, estas prácticas tienen cabida en México porque somos un país lleno de fobias, es decir, le tenemos miedo y odio a lo que nos parece desconocido o extraño, sin darnos cuenta de que son precisamente estas diferencias las que nos enriquecen como personas, como familias y como cultura.

Lamentablemente, pese a que hace algunas semanas empezó a dar frutos el movimiento en contra de estas “terapias” que han impulsado organizaciones de la sociedad civil, como Yaaj, y que sienta las bases para declararlas ilegales y dar pena de cárcel a todos aquellos seudo profesionales que las practiquen, seguramente pulularán en la ilegalidad y serán peores aún: en casas, en ranchos, en seudo clínicas, y las disfrazarán de “cuarto y quinto paso” —como ya hacen en algunos casos— o de “retiros espirituales” avalados por órdenes religiosas acaudaladas que no vale la pena mencionar. La única solución ante esto es difundir verdaderas prácticas de salud mental y orientar a los padres de familia sobre la orientación sexual, así como hacer un trabajo de aceptación y de integración familiar en el que todas las personas puedan sentirse libres de ser quienes son sin tener que sufrir discriminación y, mucho menos, ser sometidos a torturas inhumanas.

Si quieres conocer más de la iniciativa, te invito a conocer el trabajo de Iván Tagle, activista de YAAJ y quien, en carne propia, vivió la experiencia de estar recluido en uno de estos centros de conversión.

Me gustaría cerrar esta columna con el lema del 17 de mayo: amor es amor, y el amor gana.

Como siempre, estaré atenta a todas tus preguntas y comentarios vía Twitter. Me encuentras como @betzalcoatl.

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